ALMIREZ. Y XX. ARTÍCULOS DE OPINIÓN



Viene de https://lopez29532mollina.blogspot.com/2018/07/almirez-xix-contexto-y-alusiones.html

Para finalizar esta serie de publicaciones sobre Antonio Fernández del Pozo traemos tres artículos de opinión. La aparición aquí se hará por su importancia literaria, así que el primero será uno aparecido en La Voz, diario gráfico de información, año XVI, número 5.936, que se hacía llamar diario republicano, del día 5 de febrero  de 1935, aunque repitió el artículo también el día siguiente. El autor firma bajo el pseudónimo de El Duende Rural que no sabemos a quién corresponde. Decía este diario cordobés:



“EL ALMIREZ”

La sierra malagueña ha sido nuevamente teatro de otro dramático episodio del bandolerismo andaluz. No vamos a dibujar en  Antonio Fernández del Pozo el tipo clásico del bandido de antaño, de aquel bandido de largas patillas, sombrero calañés, brava jaca y mortífero trabuco. Se trata solamente de un delincuente tan vulgar que pese a sus afanes de “hechos o glorias profesionales”, no pasó de ser un hombre que ribeteó los códigos escalonadamente, pero sin llegar a catalogarse entre los verdaderos hijos de la profesión.

Es pues, “El Almirez”  un foragido (sic) o un perturbado que quiso en plena serranía malagueña, cantar los dolores que sufría, o bien quiso hacer desaparecer con los tiros de su escopeta, el silencio profundo en que desde Flores Arrocha(sic) , se hallaba esa sierra, testigo tantas veces de cruentas luchas entre bandidos y justicia.

El espíritu y ánimo de “El Almirez” indudablemente está arrancado de aquellos otros bandoleros que se popularizaron y se hicieron célebres en la historia del bandidaje, si bien hemos de reconocer la poca escuela de éste, en lo que toca al arte y a la astucia, pues no ha podido ser ni lugarteniente; solo, como un demente, esperando matar o ser matado y su última resolución fué entregarse cobardemente descendiendo de león a cordero, pasando a ser el verdadero suicida pero nunca el auténtico bandido.

Indudablmente (sic) su instinto es el del verdadero criminal. El bandido tiene facetas de nobleza, se compadece del pobre y tiene miedo a matar; Fernández del Pozo no quería nada más que matar o ser matado. Ahí está ese heroico guardia civil, Francisco Pendón que, dando e pecho y la cara fué muerto a tiros por el foragido (sic) en la puerta de su propia guarida.

Y esta es la verdadera víctima. Después de soportar briosamente la penalidad de una noche fría y lluviosa, tiene por consuelo, en los primeros albores del nuevo día, una muerte heroica, aunque trágica, pero llena de gloria y saturada de arrojo y valentía.


“El Almirez” se entregó, según dice la prensa, al médico señor Toledo, y se entregó cobardemente, procurando aguardar su instinto de conservación: que no le hicieran nada.

Así fué la guardia civil encargada de su captura, aún a pesar de tener latente la herida abierta por la muerte de un compañero, se mostró humana con él, siguiendo el dictado de su conciencia, como en miles de ocasiones lo viene demostrando.

Ahora solo esperamos que la justicia haga justicia.

EL DUENDE RURAL.



El siguiente artículo corresponde al conocido escritor y periodista César González-Ruano.  Nacido en Madrid en 1903 murió en la misma ciudad en 1965. Según Manuel Alcántara escribió más de 30.000 artículos. Poeta ultraísta y corresponsal de ABC en Berlín y Roma hay un hecho en su biografía que empaña toda su obra. Fue  apresado por la Gestapo, sospechoso de traficar con visados (algunas fuentes explican que al parecer traficaba con visados ofreciéndolos a judíos a los que después denunciaba a la Gestapo). Condenado en ausencia por la Francia Libre a 20 años de trabajos forzados por "inteligencia con el enemigo". Tenía tal prestigio en España que la Fundación MAPFRE instituyó un premio periodístico con su nombre que se concedió entre 1975 y 2014. Una vez que se supo su faceta como traficante con vidas humanas, la Fundación MAPFRE canceló el premio. Cosa lógica, podríamos decir. Ojalá una institución mollinata hiciera algo similar con los recuerdos de cierto mollinato que resultó ser impostor.

Este artículo apareció en el diario ABC, en su famosa tercera página junto a otros de Wenceslao Fernández Flórez y José María Salaverría el 23 de enero de 1935. Por su parte el diario de Mahón El Bien Público lo reprodujo en su primera página el sábado 26 de enero del mismo año.  Decía así:



EL OTRO LADO DEL POEMA

Otra Vez el rojo noticiario español se anima en –romance bárbaro de sierra- dando argumento a los nietos de Merimée, a las nietas de la de Abrantes, viajeros por l’Espagne, atrasado país muy pintoresco…  La estirpe de los bandidos de serranía no acaba ciertamente con Flores Arocha. Otro Flores, Flores Jiménez, cruza aún el pregón de su cabeza con amenazas de jabato de luna serrana, y, por si fuera poco, el Almirez que había ido en su busca para unirse a él, acaba de filmar sobre Málaga cantaora, la escena de su persecución y resistencia escrita con pólvora y sangre.

Por la sierra de Carmona  (sic) baja el viento entre tricornios. Sí, baja el viento, galán de crestas, tocando con las manos los altos luceros, llamando a las puertas de la ciudad, entrando luego en la mar hecho forma sutil, concepto, estrofa. Por la sierra viva anda la muerte mordiendo huellas.

Son pedazos de copla popular los que forman el rompecabezas del acoso por la serranía andaluza. Cosas de hombres. Hay que tentarse la faja para contarlo. Hace unos días el Almirez se comprometió con unos pastores a despedirse del cadáver de su madre cuya muerte le acababan de comunicar. El Almirez cumplió su promesa. Bajó el lobo al llano y pudo volver a subir. Pero aquí, en España, nos pierde un tanto el nacionalismo de la sangre caliente. Este es el tema que importa glosar. ¿Hasta qué punto es lícita esa admiración insobornable que los españoles sentimos por la estampa romántica, bárbara y popular del bandolerismo? Probablemente hasta ninguno. Y sin embargo…  Es evidente que lo mismo en la historia que en la contemporaneidad española, el arrojo y el bello gesto se puede encontrar –se encuentra- fuera del bandolerismo y precisamente en la parte contraria. En la misma estampa de serranía en que El Almirez lucha con la muerte, lucha y muere Antonio Pendón Pastor, guardia civil de brillante historia que se ofreció a detener al bandido en la cueva donde éste se refugiaba. A la puerta de la madriguera fué clavado con plomo. Ya se había librado de la muerte milagrosamente en Tebas,(sic)  donde fué herido durante los últimos sucesos de octubre. Tres meses más de vida para dejar la suya como un jabato en la sierra azulenta cortada a cuchillo de cielo. Temo que las plumas canten en estos días al bandido Almirez, venciéndose de un lado del pintoresquismo irrechazable. Y pienso que ya va siendo hora de cantar la gesta romántica de los tricornios charolados. Duros ángeles custodios de los caminos de España, al margen de la misma disciplina y del honor militar del deber, están llenos de gloria poética, y son personajes del romance vivo de España.  El Almirez bajó al llano a despedirse de su madre muerta. Francisco Pendón Pastor ha bajado al llano muerto para que lo despida su madre. Y eso vale, poetas, tanto, por lo menos, como lo otro en poesía pura. En cante y en canto. En prosa y en verso.

César GONZALEZ RUANO



El último está escrito por el conocidísimo escritor aragonés Ramón J. Sender.  Nos dice la Wikipedia que Ramón José Sender Garcés (Chalamera, Huesca, 3 de febrero de 1901 - San Diego, Estados Unidos, 16 de enero de 1982), conocido como Ramón J. Sender, fue un escritor español, padre del escritor, músico y artista Ramón Sender Barayón, abuelo del diseñador Sol Sender (autor del logo de la campaña del presidente Obama) y tío del actor y cómico Raúl Sender.

Autor prolífico es conocido más que nada por su obra Réquiem por un campesino español  y La tesis de Nancy. Aunque exiliado en México y luego en Estados Unidos, el diario monárquico ABC publicaba en España sus artículos durante la dictadura franquista.

Este artículo en el que muestra su simpatía por el personaje del Almirez fue publicado en el diario La Libertad, de Madrid, el 3 de febrero de 1935 en sus páginas 1 y 2. Decía:



ESPAÑOLADAS

 EL BANDIDO SENTIMENTAL

Por Ramón J Sender

Comenzaré por declarar con la mayor modestia y con el temor y el recelo de desentonar demasiado, que lo que llaman por ahí «españolada» me gusta. Creo que tiene un fondo de verdad y que no debe ofender a nadie. Creo, además, que hay una vena riquísima por explotar en ese gusto Ingenuo de los extranjeros por la españolada, y que en algunas artes, sobre todo en el cine, tiene un gran porvenir. La españolada hecha en España, o sea el trazo más expresivo de nuestra manera de ser y de vivir, estilizado, podría dar días de gloria a nuestras precarias industrias de cine. En la indignación de las gentes contra la «españolada» hay algo de cazurra susceptibilidad. No conozco yo un caso de «españolada» de mala fe, hecha para reírse de nosotros. Lo que a nosotros nos resulta grotesco en una españolada, fuera de España suscita reacciones bien diferentes. En los hombres, la sorpresa y el encanto de lo lejano, y en las mujeres, una fuerte emoción romántica. Hay algo peor que las españoladas que nos hacen en Francia y en los Estados Unidos: la mala españolada de nuestros estudios de «cine» hecha completamente en serio.'

Uno de los tópicos de la españolada es el bandido sentimental. Nadie se atreverá a negar que es un producto típico de España y que sólo nos ha hecho competencia en ese terreno Rusia, aunque sus bandidos no son sólo sentimentales; son un poco filósofos , -Sacha Yegulev—o muy supersticiosos de popes e iconos o imbuidos de doctrina social.  Que recordemos ahora, el único bandido que se aproxima  al monstruo de maldad es el de Puchkin ,  y no llega a serlo porque le guía un estímulo moral,  la Justicia. Claro que en un bandido más que Justicia será venganza pero no es el «desalmado». En España tampoco hemos tenido monstruos como Landru el francés ni como el de Dusseldorff. Los bandidos españoles han sido siempre valientes, generosos, enemigos de causar el mal por si mismo y muchas veces sentimentales. Toda Andalucía está llena de leyendas en ese sentido, y si a uno de nosotros le chocan, qué no le pasará a un inglés.

 Pero no es sólo Andalucía. En la ribera del Cinca (Huesca) los viejos referían hace pocos años sucesos de bandolerismo en los que habían sido testigos pasivos. Mi abuelo me contaba cómo murieron en una cueva de las «ripas» — altas montañas areniscas cariadas increíblemente por las lluvias, junto a Alcolea—dos convecinos suyos después de defenderse varios días a tiros. También me contaba que en una ocasión tuvo alojado en su casa a un individuo que llegó de noche pidiendo auxilio, y que al marcharse al día siguiente y darlo las gracias le dijo que era Ramonillo, un bandido feroz y sentimental que «robaba a los ricos para darlo a los pobres» y que dejó una memoria heroica en toda aquella comarca. Yo recuerdo haber hallado en los caminos de aquella tierra—siempre en las encrucijadas—algún montón de guijarros sobre el cual he arrojado también el mío. Allí había sido enterrado un malhechor. Lo mismo hacían los caminantes en tiempos de la colonia, romana cuando hallaban las tumbas de los Coracottas y Maternos. El bandolerismo se ha dado por todo el Mundo; pero el carácter sentimental y heroico de los bandoleros  florecía en España; mejor que en ningún sitio. Otras veces hemos escrito sobre el carácter social del bandolerismo, sobre sus causas económicas en Andalucía y su raíz humanitaria, anarquista. En un libro de dos funcionarlos—Bernaldo de Qulrós y Ardila-, editado por las «Publicaciones de la Policía española», hay la siguiente pregunta: «¿Deben ser contados entre los malhechores comunes?» En el criterio de cada cual habrá una respuesta. La mía es que no. En el bandolero español, sobre todo el que fué pastor o jornalero del campo y acaba «echándose al monte», late un fenómeno social y económico. La gente que ante uno de esos casos sólo ve el lado moral, es Injusta.

El bandido andaluz no es el apache de Marsella, ni el «gángster» de Chicago, ni mucho menos un caso de degeneración morbosa como el criminal de Dusseldorff. ¿Se concibe a cualquiera de éstos yendo a besar el cadáver de su madre, aun a trueque de ser descubiertos por la Policía? Ésto es lo que le ha sucedido al «Almirez» días pasados. Desde la casa de su madre muerta le siguieron la pista hasta capturarlo. Pero además los convecinos de este desventurado declaran que los primeros robos los cometió para facilitar medicinas a su novia enferma. Ahí  comenzó la madeja de las responsabilidades que fué  enredándole los pies y empujándolo fuera del pueblo hasta la sierra. Un día se encontró de pronto en la cueva de las alimañas. Y la solución la tiene ya en el procedimiento urgente un Juzgado, cuyo fiscal pide la última pena. Esta sucesión de hechos que a nosotros nos parece quizá bastante normal, está rodeada para muchos franceses, ingleses, americanos, de circunstancias verdaderamente extraordinarias.  Difícilmente conciben que pueda permanecer esa lozanía de sentimientos en un hombre capaz de matar y de robar. El bandido sentimental es—diría un tradicionalista delirante o un humorista—una de las reservas de la raza. Esto, que, dicho así,  es una tontería, puede ser con otras palabras una verdad fundamental, atendiendo no a la raza, pero sí al sentido social o antisocial del español.  Que,  naturalmente, no nace con él, no es una cuestión d« antropología, sino una consecuencia del instinto antisocial de los demás, desarrollado en otras direcciones, o cuando menos de educación. No educación moral por medio de fórmulas impuestas, sino por el ejemplo y no confiando en la «humanidad» dudosa de quienes pueden ejercerla, sino en los sistemas. A veces es una simple cuestión de pan, de jornal, Ese pobre hombre a quien llaman «el  Almirez», además de mostrarnos el último caso del bandolerismo—sentimental, ciego y,  claro, tristemente heroico—, nos ofrece una vez más toda la gama de las contradicciones en que se debaten los señores que sienten con voluptuosidad la firmeza de la moral de cada día y se ofenden gravemente con las españoladas.



La imagen corresponde a un Ramón J. Sender de joven.


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