REPASO A LOS NÚMEROS 76 A 80 DE LA RAZÓN. 1932
El día 3 de julio de 1932 apareció el ejemplar
correspondiente al año III, número 76 de
LA RAZÓN, ÓRGANO DE LA AGRUPACIÓNSOCIALISTA
Y SOCIEDADES OBRERAS, DEFENSOR DE LOS INTERESES DEL PUEBLO, como constaba
en su cabecera.
En su página 2 traía esto de Mollina:
PERSPECTIVAS
impresiones de viaje
Oblicuamente los rayos del Sol hieren la Tierra.
Febo inunda los
campos de calor y de luz, desplegando a raudales su rica cabellera de fuego.
Tostados por el sol, negros los rostros, sudorosos y
jadeantes por el cansancio que origina su rudo y penoso trabajo, los segadores,
perfilados en hileras, van cortando las doradas mieses que se doblegan con
aspereza y crujen sin cesar.
Veloz se desliza por la carretera el automóvil que nos
conduce a Antequera.
Ante nosotros se extiende la llanura de la gran vega antequerana,
renombrada por su fertilidad. Sin embargo, un gran pesar nos aflige
sobremanera. Vemos el mal estado de las tierras, la mayoría sin cultivar,
creciendo arrogantes fuertes jaramagos cuya lozanía hace comprender la pujanza
y la fuerza de la tierra.
Sabemos —y esto es lo que constituye para nosotros el motivo
principal de estas líneas mal trazadas —el número tan considerable de obreros
parados que vagan por las calles, paseando y demostrando al mundo su dolor y su
hambre, vergüenza y escarnio de una sociedad que se llama «civilizada».
¡Enorme, monstruoso contraste!
Las tierras en un
estado de abandono inconcebible, y los obreros, cuyo único patrimonio es el mísero
jornal que perciben cuando trabajan, en paro forzoso.
Realidad cruel debida a la indiferencia de este Gobierno que
no se preocupa de obligar a los labradores a que laboreen las tierras.
Veamos si es así la misión de los gobernantes que pretenden
aumentar la riqueza de su país... Mas no nos sorprendemos: siempre fué así y no
nos extraña que siga siendo. ¡Tratárase de otra cosa!...
Y cuando el campesino, desesperado, plantea una huelga para
arrancar al monstruo capitalista algunos céntimos más en su exiguo salario...
represión, fuerza pública como solución al conflicto.
¡Obreros! ¡Hermanos!... No desmayemos nunca. Brillará un
día, no dudarlo, el sol de la justicia... pero de la justicia obrera.
…………………………………………………………………………………………………..
Esto pensaba y anotaba cuando atravesaba la vega antequerana,
tan fértil, tan buena...
El sol ascendía lentamente hacia el cénit, sin importarle
nada el alevoso crimen que los hombres cometen con ellos mismos...
Libres y felices
solamente son los pájaros, porque nadie los domina y, sin embargo, viven.
“Que aprendan los hombres de nosotros”, parece que nos dicen
con sus gorjeos.
A. GONZÁLEZ PÁEZ Y A. ROJAS DOBLAS.
La página 3 traía una nueva entrega del relato de Andrés
González, vicepresidente de la Sociedad Obrera:
Te contaré, lector...
IX
Gesto sublime y
magnífico ahora el de mi joven interlocutora.
Plena de emoción, en gallarda actitud de viril
protesta, se manifestaba la mujer consciente, anatematizando la obra de los
hombres...
Era aquella mujer de
esas almas candorosas y sencillas capaces de sufrir y de amar, porque no puede
amar el que no sabe sufrir.
Dotada de buenos
sentimientos, de un gran corazón y de una exquisita sensibilidad.
Habla vivido tan intensamente la historia que
me narraba, había sufrido tan de verdad los reveses de la vida y los desengaños
de ésta, que en su alma había quedado plasmada la imagen perenne del dolor,
delatada en el rictus amargo, en la triste expresión de su semblante,
ensombrecido, preocupado...
Prosiguió de esta
manera, dejando caer las palabras pausadamente, como gota a gota de agua cae en
una cisterna.
— «En el lecho postrada estuve muchos días. La
fiebre debilitó mucho mi cuerpo.
“Yo me esforzaba por
ocultar el malestar que sentía diciéndole a la posadera que estaba mejor.
“Aquella mujer no
cesaba en sus cuidados para conmigo. Le guardaré eterna gratitud.
“Sentía además otra
preocupación. Pronto sería madre. ¡¡Madre!! El cariño que sentía hacia el nuevo
ser que había de venir quizás compensara todos mis dolores.
»No había nacido y
desde hacía tiempo le quería con toda mi alma.
»¡Ah!—exclamó—¡Qué dulce, qué dichosa espera
la del hijo que viene! Por momentos, mi hijo era toda mi preocupación. Pensando
en él me olvidaba de todo; de mi vida, de mi dolor, de mis desdichas todas».
¡Hablaba ahora aquella
mujer con una sonrisa, con una tenue alegría, con un dejo de dulzura en la
voz!... Como una sonámbula hablaba.
Quizás estaba en aquellos momentos ajena a la
realidad presente, su mirada perdida en la inmensidad del espacio azul.
Yo me di cuenta, guardé la impresión y seguí
escuchando.
— «En la soledad de
mis noches de insomnio, pensando en mi hijo me preguntaba: «¿Se parecerá a su
padre? Indudablemente: tiene que ser el retrato auténtico de Ricardo — , me
decía».
»Y la imagen del ser amado ausente volvía a
preocuparme sobremanera.
«¡Cuántas noches de bruces sobre el lecho mis
ojos vertieron amargas lágrimas! ¡Cuánta desdicha! ¡Cuánta soledad! ¡Cuánto
abandono!
»Ahora, cuando más
falta me hacía la ayuda, el amor, la solicitud del hombre querido, me
encontraba más sola, Y quién sabe lo ajeno que Ricardo estaría a todo aquello
que a mí me pasaba.
»Él no sabría que como leprosa fui arrojada de
la casa de sus padres. ¡Crimen monstruoso el que conmigo cometieron los abuelos
del que llevaba en mis entrañas!...
»Un mes hacía que
estaba en la posada sin haberme restablecido aún cuando sentí los dolores de la
maternidad.
“No sé cómo pude
resistir el duro trance estando tan débil. Pero, a pesar de todo, mi hijo nació
muy bueno y muy hermoso. ¡Un ángel parecía!
—Como engendrado en un
momento de amor, cuando espontáneamente sentimos el vértigo de la pasión
verdadera y se satisface este deseo por la voluntad y la libre aprobación de
los amantes—, me apresuré a decir.
Y continué:
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina y junio, 1932.
(Continuará otro día.)
Desafortunadamente no se conserva el número siguiente, el 77
que saldría el 10 de julio de 1932, por lo que nos quedamos sin saber qué le
dijo Andrés González a la protagonista de la historia.
En la página 2 del número 78, del día 17 de julio aparecía
de nuevo:
Te contaré, lector..
XI
...prosiguiendo la
infeliz historia mía, ¡tan llena de dolor, de desengaños, de injusticias, de
martirios, de abandono!... te diré, joven, que no volví a ver a Ricardo.
Durante el tiempo que estuve postrada en el lecho, nada supe de él,
»La duda me quemaba el corazón. ¿No habría
vuelto aún? ¿Habría sido un plan tramado por la señora Consuelo, por aquella
mujer llena de prejuicios, con el sólo objeto de apartarlo de mi lado? ¿Una
traición de él?... ¡Oh, no! Esta idea la desechaba por completo. Ricardo no era
capaz de hacer eso, no lo era. Tenía formado de él un concepto grande. Era un
hombre demasiado superior a la mayoría de los hombres para cometer conmigo tal
villanía.
»¿De qué medios se
habrían valido entonces para apartarlo de mi lado?
»Pero ¡ah! qué tonta
soy, me decía a mí misma. Aunque Ricardo hubiera vuelto, ¿cómo haberlo visto si
él ignoraba dónde me encontraba yo?
“Lo que más me apenaba
era no poderle decir: «¡Este es tu hijo, mi hijo, nuestro hijo! ¡El fruto de
nuestro amor, de aquella noche inolvidable en que fundimos nuestras almas en el
crisol sin mácula del amor!»
»Esto me hacía sufrir
mucho, mucho.
«¡Es tan doloroso, tan amargo saber que
nuestra felicidad nos la han robado! Y precisamente los mismos que nos roban
nuestra vida, nuestro sudor, nuestra sangre...
Al llegar aquí, los hermosos ojos negros de la
mujer despedían fuego. Con su mirada fuerte, arrogante su bello gesto,
desafiaba al oculto y cobarde enemigo que había destruido su vida.
Después de un corto
intervalo de tiempo siguió:
»Poco tiempo después
de haber dado a luz a mi hijo, debido a los cuidados de aquella mujer, de
aquella alma buena que encontré en el calvario de mi vida, abandonaba el lecho.
Cada día me sentía más fuerte y más resignada en mí desgracia. ¡Era mi hijo que
mitigaba mi dolor! Cuando lloraba, corría presurosa a darle el pecho; él con su
boquita cogía el pezón y chupaba con gana. Yo sentía una sensación desconocida,
una delicia inexplicable... algo que no puede expresarse con palabras...
Cuando definitivamente
me hube restablecido, la posadera me llamó y me dijo, procurando aparecer
tranquila:
— »Hoy he sabido algo
interesante para ti... y no quiero ocultártelo.
— »¡Dígame, dígame usted lo que sepa; no me
oculte nada! Es preferible la verdad, aunque sea mala, a la incertidumbre
cruel.
— »Eso mismo he
pensado... y como al fin y al cabo debes saberlo...
— “Sí, sí, hable usted-, le repliqué con
lágrimas en los ojos, deseando y temiendo a la vez la verdad de aquella
revelación que, dada la actitud de la posadera, no podía ser muy buena.
— Pues que una criada de la casa de
Ricardo—empezó diciendo — , antigua conocida mía, tuve ocasión de hablar con
ella ayer por la tarde, y, naturalmente, yo llevé la conversación hacia el
asunto. Entre otras cosas me dijo que la señora Consuelo estaba mala. Su hijo
Ricardo, ausente de la casa desde hacía poco tiempo, había vuelto y, no bien
hubo llegado, notaron en los señores que algo grave pasaba. La noche de la
llegada de Ricardo, la señora no cenó ni el señorito tampoco, no obstante los
preparativos de aquel día y la promesa que doña Consuelo le hizo a toda la
servidumbre de que irían al teatro aquella noche, pagándoles desde luego la
entrada.
»Los criados iban de
un lado para otro sin saber qué hacer. La señora se sintió ligeramente
indispuesta y hubo que avisar inmediatamente a un médico.
“EI señorito Ricardo
se encerró en su despacho y dió orden de que nadie le molestara. ¡Él, que
siempre era tan afable y bueno, estaba de muy mal humor!
»Algo había sucedido,
y no poca cosa.
“ A la mañana
siguiente Ricardo no estaba en la casa: se había marchado. La señora Consuelo
entró en su dormitorio y halló la cama intacta. Sobre la mesa de noche había
una carta que ávida leyó. Lanzó un grito de dolor y cayó pesadamente al suelo
sin sentido. Acudieron en su auxilio los criados y al incorporarla vieron que
entre sus trémulas manos estrujaba un papel.
La señora fué conducida al lecho, y después de
muchos trabajos, pudo volver en sí. Avisado inmediatamente el médico, éste dijo
que alguna impresión muy violenta habría sufrido, y añadió que la señora se
encontraba muy grave.
Don Félix lloraba como
un niño y decía palabras incoherentes.
»En fin, que se formó tal revuelo y tal
confusionismo —decía la criada—que nadie sabía lo que hacer; en la casa no
había ocurrido nunca nada semejante. Un misterio encerraba todo aquello, pues
nadie sabía dar explicación de lo sucedido.
»No necesité más para comprender que Ricardo,
el padre de tu hijo, desesperado se marchó al ver que no estabas allí—terminó
diciéndome la posadera.
“ De esta manera supe
lo que había pasado en casa de mi amado».
Así me dijo mi joven
interlocutora, con las lágrimas inundando sus ojos. Y metiéndose la mano en el
pecho, extrajo de él un papel amarillento. Desdoblado que lo hubo, sacó una
carta que me la entregó al mismo tiempo que me dijo:
— »Léela, joven; es la
carta que Ricardo escribió a su madre antes de marcharse de su casa, y cuya
lectura ocasionó a su madre la terrible impresión que le costó la vida, porque
la señora Consuelo murió dos días después de un ataque cardiaco...
—Y cómo está esta carta en vuestro poder?—le
pregunté verdaderamente extrañado.
— »La posadera—me dijo—supuso que la carta
podría tenerla la criada con quien habló, puesto que por ninguna parte apareció
el terrible papel que las criadas vieron en las manos de la señora.
»A este efecto habló con la criada nuevamente,
la cual le confesó que, curiosa, quiso saber lo que en el papel decía, y sin
que nadie pudiera verla ni notarlo, se apoderó de él... Que luego temió
entregarlo, y como don Félix preguntaba por él y nadie sabía dónde estaba, y
que para que no sospecharan de ella se quedó con él.
»La posadera le ofreció algún dinero y además
le prometió no decir nada a nadie si le entregaba la referida carta.
Y ante este ofrecimiento la criada dió la trágicamisiva
a la posadera, y ésta me la entregó a mí.
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina y junio, 1932.
Concluirá en el número
próximo.
Efectivamente, el número 79 de La Razón, correspondiente al 24 de julio traía el final de la
historia en su página 2:
Te contaré, lector...
XII Y ÚLTIMO
Dos días después, con mi hijo en los brazos
abandonaba la posada aun desoyendo las palabras de la posadera que, como
anteriormente, se oponía a que yo me marchara.
»Me dió algunas
monedas que no tuve más remedio que aceptar, y después de despedirnos
abrazándonos y con lágrimas en los ojos cual si fuéramos madre e hija, le
prometí volver a la posada si algún día me veía sin fuerzas y sin ánimos para
luchar con la vida cara a cara y fracasaba en mi intento demasiado difícil de
encontrar a Ricardo.
»Y emprendí mi “vía crucis” resignada y con
una vaga esperanza...»
………………………………………………………………………………..
Silencio augusto
ahora, sólo interrumpido por el leve rumor de los árboles a impulso de la
brisa, y el susurro del agua que mansamente se deslizaba por el fondo del
arroyo.
No se oía ya el canto
dulce y armonioso de los pájaros.
En torno nuestro, silencio, quietud, El astro
rey había llegado a la mitad de su carrera y enviaba a la tierra sus rayos de
fuego.
Sobrecogido,
emocionado, leí la carta que Ricardo dejó escrita a su madre. Decía asi:
“¡Madre mía!:
Inconscientemente has destruido mi vida. ¡Yo no te acuso, yo no puedo culparte,
madre! Has obrado a impulsos de tu conciencia, y tu conciencia es la misma
conciencia de esta sociedad. Tú eres el fruto de ella, de su moral, de su
religión, de sus costumbres.
»La mujer que has arrojado de nuestra casa es
la mujer que quería con todas las fuerzas de mi joven corazón, sediento de
amor, pictórico de vida. La amaba y me amaba, como yo soñé amar a la mujer que
conmigo compartiera las alegrías y las penas de la vida. Fruto de nuestro amor
es el hijo que lleva en sus entrañas. ¡Mi hijo!
«Abandonada, no sé lo
que será de ella. Tal vez tenga que mendigar el sustento de ella y del que
lleva en su seno. Tal vez, desesperada, me maldiga a mí y maldiga mi amor. Y yo
no puedo, madre mía, no puedo quedar impasible y ajeno ante su terrible
desgracia que es también la mía.
»Tú, madre, no podías
concebir nuestra unión, porque nos separaba la posición social, el nombre, el
dinero... sin saber que eso no son obstáculos para el Amor siempre que el que
lo sienta sea Hombre o Mujer.
»La religión que te ha educado ha contaminado
tu espíritu y ha ahogado en ti los sentimientos del bien. Ella te dice que
nuestra sangre azul no puede mezclarse con la de los pobres, que es roja.
»¡Madre, madre, te perdono! Es decir, no tengo
por qué perdonarte, puesto que en ti no estaba el hacer mal a tu hijo. Tú sólo
has sido, inconscientemente repito, el instrumento que ejecuta lo que
instintivamente la Humanidad lleva en el alma y en el corazón y que ha
destrozado mi vida.
»Me voy, madre, en busca de ella, porque con
ella va mi vida, mi «todo» en el mundo. Mi vida sin su amor no sería vida, sería
más bien la muerte. Mi existencia sin ella sería un jardín sin flores, una flor
sin aroma. Una vida que más bien sería la imagen de la muerte.
»No me culpes, madre,
que te abandone; no sufras tampoco por mí. Voy a buscarla a ella porque ella
lleva mi alma. La sociedad me roba mi «yo» injustamente, y probaré a
arrebatárselo. Si soy el vencido en esta terrible lid, no lo lamentaré puesto
que lucho por mí mismo. Podré ser vencido, pero jamás humillado.
»No intentes buscarme, porque sería inútil. Si
algún día vuelvo, será con ella; sólo (sic), nunca. Perdona, madre querida, por
tomar esta resolución a tu hijo, RICARDO».
Cuando hube terminado
de leer lo que antecede, profundamente conmovido miré en muda interrogación a
aquella desgraciada mujer y vi sus ojos empañados por las lágrimas.
Le devolví la carta y ella, cuidadosamente la
guardó en su seno, como la más venerada reliquia, como la más preciada joya.
-Y en toda su larga
peregrinación, ¿no ha sabido nada de Ricardo?
— ¡Nada, absolutamente nada! —habló
melancólica.—Ya he perdido la esperanza de encontrarle. ¡Quién sabe cuál habrá
sido su resolución! ¡Pobre Ricardo mío! ¡Los dos somos víctimas de la
incomprensión y de los prejuicios de esta sociedad! ¡Los dos por igual somos
desgraciados!... Y ¿por qué? ¡Por el sólo delito de amarnos y ser dignos uno
del otro! ¡Por el sólo delito de unir nuestro amor en el sublime altar de la
Naturaleza, y dignos en esta entrega absoluta, ungidos con la aureola de la
ilusión, la bella y hermosa reproducción de la especie como consecuencia de dos
voluntades, de dos almas, de dos cuerpos fundidos en uno! Ese es nuestro
delito...
Quiso ahogar un
suspiro, pero no pudo. Después, abatida por el esfuerzo realizado, lloró en
silencio. De pie ya, serena y resignada ella; profundamente conmovido yo, nos
despedimos... Las palabras se niegan a acudir a mis labios, y mis ojos expresan
todo el sentimiento, toda la compasión que me causa su terrible infortunio.
— ¡Que sea usted, amiga mía, tan afortunada
como yo le deseo!.. —tartamudeo más que digo.
— ¡Afortunada!.,. ¡Bah! ¡No existió jamás para
mí eso que llaman fortuna!... ¡Desconozco en realidad el significado de esa
frase! Sólo sé del dolor y del sufrimiento!...
…………………………………………………………………….
¡«Del Dolor y del
Sufrimiento»!... Solo ahora, de pie en el borde del camino, la veo alejarse. Su
silueta se esfuma en la lejanía: semeja el fantasma del dolor. Mientras, yo
monologo estas frases: Sólo dolor y sufrimiento han tenido y tienen los seres
nobles de corazón y de sentimientos, porque el tener corazón y no ahogar sus
impulsos, es incompatible con esto que hemos dado en llamar Humanidad.
…………………………………………………………………………
He cumplido, lector
amigo, lo que prometí de contarte lo que ya sabes. Tarea difícil, ardua y
peligrosa, para la modesta pluma de un obrero; y por lo mismo ella no habrá
podido o no ha sabido, mejor dicho, darle a este relato que para mí fué
interesantísimo, su verdadero valor.
Escrito a ratos
robados al descanso del trabajo, habrás notado infinidad de contradicciones;
pero puesto que al escribirlo no pretendo ni me anima ninguna idea de lucro,
sino de contribuir en cuanto esté a mi alcance a la propaganda de nuestros
bellos ideales, es por lo que confío en tu noble y generosa indulgencia, que
sin duda alguna me dispensarás.
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina y julio, 1932.
En su página 3 traía el escrito del presidente de la
Sociedad Obrera contra el reparto de utilidades hecho por el alcalde:
Contestando al Bando
publicado por el señor alcalde de esta Villa
Cojo la pluma por primera vez con la
imparcialidad que me es característica en todos los casos, pero con el amor
propio y la dignidad de que creo poder vanagloriarme hasta el día de la fecha,
tanto por mí como por los compañeros a que aluden en dicho Bando como puede
probarse, no con palabras sino con hechos.
Estos son los motivos que me dan autorización
para contestar a calumnia tan denigrante como es el Bando publicado por el
señor alcalde de este honrado pueblo.
Quiero que me responda en conciencia, ese
hombre humanitario y sensato, y esos otros hombres que él alude en su
honorífico Bando explicándonos con claridad las causas, o sea las partidas que
se han aumentado en el presupuesto actual, lo que ha dado motivo a la elevación
del Reparto de Utilidades lo cual gravita como siempre en perjuicio de la clase
media y pequeños propietarios, pero a los hombres sensatos y de buen pensar y a
los que tienen solvencia moral y material y tienen tanto que perder, éstos no
les perjudica en nada ni están autorizados para protestar de una cosa que
precisamente en nada le perjudica, pero sí tienen el propósito de desvirtuar la
actuación de unos hombres que ningún daño han hecho, sólo el de ser unos
trabajadores honrados.
Ahora me dirijo a la
opinión pública en general para que vea que en las partidas del presupuesto
están invertidas las 8653.14 pesetas, por cuyo motivo el Reparto de Utilidades
está un poco más elevado, como hemos dicho antes, cosa que lamentamos
principalmente nosotros, no por lo que supone el aumento del Reparto, que si se
hubiese hecho equitativamente no hubiese sido gravoso para nadie, por eso
precisamente nuestros enemigos se han valido de toda la mala fe calumniándonos,
creándonos dificultades hasta llegar a desplazarnos a la mayoría de los que
ocupaban los puestos en el Ayuntamiento, para de esa forma poder defender bien
su solvencia material que es lo que ellos tienen en más estima, porque de la
otra solvencia que aluden en su retumbante Bando tienen estos señores que decir
como un enamorado que sacó a su amada a la ventana y no encontrando palabras
con que hablarle, le dijo: «El Guadalquivir tiene sesgo» y ella responde:
«¿Dónde está el Guadalquivir?» y entonces el galán abochornado contestó: «Yo no
lo sé, es que lo he oído decir». Esto tienen que decir estos señores de la
moral.
Nosotros, por nuestra
parte nos vamos a tomar la libertad de aclarar las partidas a que ha dado lugar
la alteración del Reparto del año presente, para que queden enterados los
vecinos de esta Villa.
¿Es justo y razonable
que se hayan subido las medicinas para los pobres de Beneficencia? ¿Es inmoral
también la creación de una escuela para niñas? ¿Es de ser insensatos también la
subida de dos guardias municipales, un escribiente y el mecánico del agua?
¿Somos también nosotros responsables de la subida del médico, veterinario y
farmacéutico que vinieron subidos por decreto en la «Gaceta»?
Si todas estas cosas son
injustas e inmorales, entonces vamos a protestar de las escuelas y de la
caridad, y del empleado que gane siquiera para cubrir sus necesidades, y de los
médicos, farmacéuticos y de todo lo que sea beneficioso y útil para la vida. Si
esto es perjudicial, yo no entiendo lo que es hacer bien a un pueblo.
Ahora la opinión pública tiene la palabra.
ANTONIO PARRADO.
Mollina, julio de 1932.
A continuación se hacía un llamamiento a la colaboración:
Compañeros: Queda
abierta la suscripción para los últimos presos que han estado en la cárcel de
Málaga, entre ellos cuatro mujeres, algunas de las cuales se dejaron en la
miseria a siete hijos todos pequeñuelos
. Dicha suscripción
por estar nuestro Centro cerrado, queda a cargo de nuestro compañero Juan
García Carmona. Las otras suscripciones que ha habido antes para el delegado y
para los demás presos, aparecerán en las listas de la Casa del Pueblo todos los
nombres y las cantidades recolectadas.
El número 80, correspondiente al día 31 de julio de 1932 se
abría con el escrito al ministro de la Gobernación por parte de García Prieto,
que ya ha sido reproducido en la última publicación sobre la huelga de 1932.
En esa misma página, la 1, traía esto sobre un caso de cobro
por la fuerza también recogido en la publicación citada tomada del periódico
anarquista La Tierra, aparecida el
día 8 de agosto de 1932. En el caso de La
Razón se decía:
EN MOLLINA
Los enemigos del régimen preparan la
revolución
Para que la opinión
pública juzgue y sepa al extremo que han llegado los atropellos de las
autoridades de este honrado pueblo con visos de republicanas, pero monárquicas
de pura cepa, voy a dar cuenta de un hecho recientemente ocurrido.
Esta mañana se presentaron en el domicilio del
obrero R. Carmona el agente del reparto de utilidades, apodado «Saldiguera»,
acompañado de una «mona», un guardia municipal y una pareja de la guardia civil
al objeto de embargarle todo cuanto de valor encontraran en su casa.
¡Inútil que este
compañero dijera que hacía más de tres meses que se encontraba enfermo y que
sus hijos estaban parados! ¡Inútil que adujera además que ni aún le habían
pagado una mensualidad que le debía el municipio de cuando fué guarda rural, a pesar
de las muchas reclamaciones que había hecho al alcalde!
El agente, después de
escuchar estas palabras, dijo cosas indignas, y penetró en el domicilio de
dicho compañero, sito en la calle de Francisco Ferrer, y sin respetar a la
esposa de dicho compañero, que era víctima de un desvanecimiento, empezaron
entre insultos y frases provocativas a remover cajones y camas, todo cuanto
encontraron a mano.
Removieron las cajas
donde se guardaban los pequeños objetos íntimos de la familia, todo, todo
minuciosamente registrado, haciendo montones con las ropas, buscando algo de
valor que llevarse.
En una cajita la esposa del compañero guardaba
la mísera cantidad de diez pesetas, que el día anterior habíale dado un hijo
suyo para comprarle a su padre una medicina. ¡Y tuvieron el cinismo de
llevárselas, sin reparar en las súplicas de la infortunada mujer, que decía
llorando:
— «¡Por favor, señor
agente, no llevarse esas diez pesetas, que son para un bote!»
Estas hienas
sangrientas no tuvieron sentimientos humanos, ni comprensión, ni dignidad, y se
llevaron las diez pesetas, como queda dicho, dejando a la familia en la mayor
desgracia. '
Ésto es lo ocurrido, escuetamente relatado.
¡Ahora que juzguen todas las personas! Que lo
sepan todos mis paisanos. Estos son planes maquiavélicos para desacreditar al
alcalde accidental, que no es culpable de lo que ha ocurrido. Y ahora una
observación de carácter general. Es innegable que estas canalladas se cometen
por enemigos del régimen, más o menos encubiertos. Pues bien: ¿sabéis lo que
están haciendo esos individuos sin proponérselo? Creando en las clases
laboriosas un estado de conciencia propicio para una revolución, no como la del
14 de abril precisamente, sino una revolución en la que resultarián (sic) aplastados
definitivamente todos los asesinos del proletariado.
A. C. J.
A continuación se hacía un recordatorio sobre la recaudación
de ayudas:
La suscripción abierta
en este pueblo a favor de los presos continúa hasta el día 15 de agosto.
En la página 2 traía una nueva historia de Andrés González,
esta vez más corta:
LA SIESTA
EL SIN TRABAJO
Desde lejos le vi venir.
Conocile, y esperé que llegara.
Venia pensativo,
triste, cabizbajo.
La amargura reflejada en su rostro; la
expresión de sus ojos, decidida, fiera.
—¿Adonde vas,
Juan?—una vez hubo llegado le pregunté afable.
—¡No sé...!—mirando a
lo lejos, su vista perdida en la inmensidad insondable del azul claro. Esperé
que hablara. Silencioso, nada dijo... y su silencio, fué para mi una revelación
mucho más clara que sus palabras después.
—Un cigarro...—le ofrecí amigable.
—¡Liemos!,—mientras
tomaba la petaca.
Caso insólito el suyo.
Conocía a fondo a mi amigo y me preocupó grandemente su actitud. Afable,
expresivo siempre, su carácter comunicativo y franco, me unía a él una
verdadera amistad.
Ahora al verle llegar tan preocupado,
comprendí de seguida que un pesar hondo, grave, le afligía. Respeté un momento
su silencio; pero dada nuestra amistad sincera, quise saber el motivo de su
dolor... y lo supe.
Él me hizo cargo de su situación, apurada en
extremo, desesperada.
En la cama, enferma,
se hallaba su mujer. Dos meses hacía que no trabajaba. Los escasos medios de
que disponía, se agotaron pronto. Tres hijos que pedían pan. Todo lo había
empeñado; el reloj, los zapatos que únicamente se ponía los días de fiesta, el
traje de su noche de boda que impecable conservaba en el fondo del baúl, el
sombrero que se compró la última quincena que él estuvo trabajando, los
zarcillos de su mujer, cosa que él no quiso, pero ella ante la necesidad y el
hambre de los pequeñuelos lo convenció; la colcha de la cama, la cómoda, la
máquina de coser... todo, todo estaba en la agencia, por una ínfima parte de su
valor.
Ni aun el dinero que había tomado por todo
aquello que dejó en la agencia, le suplió para cubrir los innumerables gastos
que se le originaron entre médico y medicinas.
Todos los días buscaba
trabajo, y en todas cuantas partes llegaba le daban la misma contestación: «¡No
hay!... Aún tendremos que despedir más gente...» Y agobiado bajo el peso de su
desgracia volvía otra vez a su casa, descorazonado, con la misma respuesta en
los labios: «¡No hay trabajo!.. ¡No hay trabajo!...»
Los pequeñuelos, que
en su ausencia no se retiraban de la cama donde yacía postrada su compañera
presa de terribles dolores de cabeza y de una fiebre cruel, se acercaban a él y
se echaban sobre sus piernas al mismo tiempo que muy queditos y mirándole
fijamente le decían con aquella inocencia: «Papá, ¿traes pan? ¡Tenemos hambre,
papá!» Y aquellas palabras se le clavaban en lo más hondo de su ser, como
puñales afilados...
Su compañera le miraba
fijamente, con los ojos muy abiertos, como interrogándole... pero él la
engañaba diciéndole: «Mañana... quizás mañana me den trabajo...»
Y llegaba el mañana fijado,
y... nada.
Aquél día, el médico
no encontró mejoría en la enferma y recetó una bebida.
— Quizá con esto, dándole una cucharada cada
hora sienta mejoría—, habíale dicho.
Y él daba vueltas entre sus manos grandes
duras, al papel, pensando cómo adquirir la medicina...
Una resolución tomó.
Algo que extrajo del
cajón de la mesa lo ocultó cuidadosamente en el bolsillo de la blusa.
Con pasos resueltos se
dirigió a la puerta, que nerviosamente abrió. Desde el umbral, oyó la vocesita(sic)
infantil de su hijo el menor, que le
decía: «¿Me traerás algo que comer, papaíto?»
¡Vaya si le traería! ¡Como que él, tan hombre,
fan fuerte, tan honrado, tan trabajador, iba a permitir que ellos se murieran
de hambre!
Y salió a la calle decidido...
Del casino salía
ebrio, beodo, tambaleándose, el señorito, el hijo del «amo» en cuya casa
anteriormente prestara sus servicios.
Se acercó a él:
—Señorito... usted me
conoce... sabe que soy honrado y trabajador...; me encuentro parado... mi mujer
enferma en la cama, y mis hijos con hambre...; usted puede socorrerme en esta
situación tan apurada, que yo le prometo que en cuanto trabaje le pagaré a
usted...
No entendió nada de cuanto le dijo, por cuanto
él no estaba pata entender; sólo sí, aquello de que estaba «parado» y no sabía
qué más de hambre... ¡y para esto le había hecho pararse!; y de mal talante le
respondió:
— ¡Pues trabaja; a mí qué me dices!
No pudo más... Se le
nublaron los ojos. La sangre se le agolpó a la cabeza. Un nudo se le echó en la
garganta, y exasperado, cogió al canalla por la solapa de la chaqueta y lo
zarandeó violentamente, al mismo tiempo que le espetó: ¡Miserable!
Él intentó defenderse y de la cintura sacó una
pistola «Star» con idea sin duda de agredirle, pero más fuerte, más ágil que el
borracho, le había clavado un cuchillo en el pecho, por donde manaba abundante
sangre.
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Mi amigo calló al
llegar aquí. Yo le miré espantado, con angustia, con sobresalto.
—¿Y le has muerto?
—¡No lo sé!
Miré a lo lejos y hacia nosotros venían a todo
correr los caballos de la guardia civil.
Como nos encontraron
juntos a los dos nos apresaron.
Esposados fuertemente,
fuimos conducidos a la cárcel.
Al entrar en ella, me
dió un vuelco el corazón. ¿En cuál de aquellos calabozos sucios, húmedos y
oscuros seríamos encerrados? ¿Y hasta cuándo estaríamos allí?
Llegó por fin la
noche, y nos acostamos mi amigo y yo en unos jergones sucios y asquerosos,
siéndonos imposible conciliar el sueño. Por fin, rendido de fatiga, me quedé
dormido.
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He despertado, y he
vuelto a la realidad. Me encuentro en mi casa, y todo lo que acabo de contar es
el ensueño que hoy he tenido durmiendo la siesta.
¿De verdad que ha sido
ensueño? me pregunto yo mismo. ¿No habrá sido realidad? y yo mismo me sonrío de
ver mi simpleza...
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina, julio de 1932.
La imagen corresponde a unas lavanderas de la época.
Fotografía recogida en https://ucarsevilla.wordpress.com/2014/03/17/decenas-de-sirvientas-fueron-asesinadas-y-encarceladas-por-querer-crear-un-sindicato-gremial/
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