XVI PREGÓN DE LA VENDIMIA. ROSA REGÁS. 2002





Otro toque de calidad para el pregón de 2002. Rosa Regás, Barcelona, 1933, venía de ganar el año anterior el prestigioso Premio Planeta.

Para ilustrar el cartel de ese año se utilizó una obra autorizada por el grandísimo Guillermo Pérez Villalta.



Éste es el pregón de Rosa Regás:



Son muchas y muy hermosas las cosas que han dicho de Mollina y de sus fiestas de la vendimia todos los invitados a los pregones de los años anteriores, en cuya lista tengo la inmensa satisfacción de figurar a partir de hoy. Pero, aunque hayan dicho cosas tan hermosas, tengo la impresión que siempre quedan aspectos de la cultura, del paisaje y de las gentes de este hermoso pueblo que puedan ser ensalzadas, y de una manera muy especial del antiguo arte de la viticultura.

Yo nunca había estado en Mollina, aunque muchas veces había oído hablar de sus fiestas y de la importancia de sus viñedos. Hoy puedo contemplar por mí misma la belleza de un paisaje que no sólo ha sido favorecido por los dioses, sino que le ha dado su última pincelada la mano del hombre. Me gustan los paisajes agrestes y salvajes donde uno se da cuenta que cada pedazo de tierra, cada torrente o torrentera, es aún virgen de miradas y de pasos. Pero todavía me atraen más, porque me siento más cerca de ellos, esos otros paisajes en los que se palpa la imaginación, la organización y el trabajo que hombres y mujeres han realizado cotidianamente durante generaciones.

Una fiesta de la vendimia quiere decir un año de esfuerzos para que fructifique la vid, para que crezcan los racimos y se doren al sol sin que ninguna plaga se entrometa en su esplendor. Quiere decir que los terrenos han de estar tan limpios que el viajero que contemple los viñedos desde el camino se entusiasme ante tanta belleza y tan majestuosa forma de cubrir la tierra. Quiere decir recolección y almacenamiento, prensa del racimo, fermentación del caldo y tantos otros aspectos que se ocultan en un proceso sabio y complicado, secretos algunos, pero casi todos escondidos del público que desconoce un arte que acaba definiendo la tierra de donde procede por el caldo genuino que ha surgido de ella.

Son infinitos los poetas y los escritores que han cantado la gloria de la vendimia, e infinitos también los pintores que han intentado plasmarla en sus lienzos y descifrar la belleza de sus frutos y las huellas de la bebida en el rostro y en el corazón de los bebedores.

Pero no es de ellos de lo que hoy quiero hablaros porque estoy convencida de que, a lo largo de tantos años de fiesta, los escritores y poetas que me han precedido los han citado con mayor sabiduría y experiencia de las que yo podría ofreceros.

Quiero hablaros de lo que de creación tiene la vendimia. Una fiesta tan antigua, que ha adquirido su propio rango en todas las mitologías de una forma muy especial que acaba configurando el sustrato de nuestra propia cultura, porque en ella se juntan el quehacer del hombre con los poderes de la naturaleza y la riqueza de la tierra. Así pues, la vendimia es la creación en el sentido más genuino que le ha dado ser conocida por la humanidad.

Y como tal la he tomado yo. No veáis en mis palabras sentencias ni consejos. He venido a haceros partícipes de mis reflexiones, porque creo firmemente que, del intercambio de ideas, del debate, nace el verdadero conocimiento. Es un conocimiento distinto del conocimiento científico, es un conocimiento que no tiene reglas ni diplomas y que fluye a través nuestro y a nuestro alrededor como un soplo de inspiración, y no hay más que alcanzarlo: es el conocimiento poético, es la creatividad, que tantos expertos han considerado siempre limitada a las artes y las letras.

Porque yo vengo del mundo de las letras, me muevo en la literatura, y a veces en la música e incluso pintura y por tanto tener que hablar a un público de expertos en vino y en vendimia, un público que vive y festeja ese arte con el que de una manera u otra vive todo el año, me produce, cuando lo pienso, la impresión de lanzarme a un mar desconocido.

Pero también pertenezco a la generación del vino, por esto durante muchos días estuve intentando descubrir qué teníamos en común, además del inmenso placer de catar los vinos, y convivir con ellos en todas las ocasiones. Quería saber qué tenían en común la profesión de todos aquellos que tienen que ver con la vendimia y la mía, la de escritora, y tras muchas reflexiones, me he dado cuenta de que hay un punto, tal vez el más importante, que lo mismo vale para la escritura que para la viticultura, es esa creatividad.

Siempre he visto la profesión de escritor escindida en dos grandes grupos: los escritores creadores, y los escritores que no lo son. Y lo mismo ocurre en las demás profesiones, en todos los órdenes de la vida. Y aquellos que hacen de su profesión y su vida un arte, una creación, son inmediatamente reconocibles. Porque, insisto, no es sólo en el arte y en la literatura, en la arquitectura o en la música donde está admitida la creatividad. Podemos encontrar creación en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier forma de vida o situación. Porque las categorías que hacen de ellas creación suponen ante todo una búsqueda y pasión, y lo que consolida esta creación como tal es la tradición. No hay creatividad sin alguno de estos tres elementos. Cuando se detiene la búsqueda, cuando nos invade la vanidad y estamos convencidos de que somos los mejores, de que hemos alcanzado la perfección, o, por el contrario, cuando nos dejamos llevar de la pereza y no hacemos más que repetir una y otra vez lo ya sabido, lo ya probado, lo ya aceptado, el resultado es que tal vez no lo hagamos peor, pero también es cierto que nunca lo haremos mejor. Es en esta búsqueda donde radica nuestra parte en la construcción del progreso, en el avance, en el camino hacia una mayor perfección. Todos conocemos artistas y cuando digo artistas me refiero también a los artistas del vino y de la vendimia, que creen haber conseguido la perfección y ellos son los únicos en no darse cuenta de que siguen haciendo el mismo libro, el mismo cuadro, la misma música, y por qué no, el mismo vino. Porque a mí me parece que esta búsqueda es aplicable también a todo el arte que engloba el proceso entero de la vendimia. No me refiero únicamente a la investigación sino a este profundizar para comprender mejor, a esta capacidad de comparar y conocer lo que se está haciendo en el mundo para aplicar lo que de novedoso tenga para nosotros, de atender los procesos que se realizan en otras comarcas y otros países, de estudiar para conocer y a tantas otras facultades que se desarrollan con esta búsqueda.

Y ¿la pasión? ¿Dónde está el acto creativo si no hay en ello pasión, pasión por el trabajo bien hecho, por ver los resultados, por el amor a la profesión, por el orgullo de la tierra, ese orgullo que aunque no lo vivimos tan cercano como lo hicieron nuestros antepasados, de los que hemos heredado, además de los rasgos de nuestro cuerpo, de nuestro rostro y de nuestro carácter, ese acercamiento a la tierra y a lo que produce con nuestro esfuerzo y nuestra imaginación?

De ahí que sean necesarios esos tres elementos, búsqueda, pasión y tradición para que la fiesta de la vendimia se reproduzca de año en año, siguiendo unos patrones que fueron establecidos tiempo ha, pero que, sin embargo, gracias a que hemos sabido convertirlos en creación, son cada año distintos.

¿Por qué pensamos siempre que la creación se limita al ejercicio de las llamadas artes, a la escritura, la pintura, la arquitectura y la música? Cualquier ejercicio que haga el hombre, en el que ponga la profunda curiosidad de descubrir sus secretos, lo haga con pasión y tenga en cuenta, sea para seguirla sea para superarla, la tradición, es un acto creativo. El vino, me parece a mí es uno de los mejores resultados que conozco de esta actividad de creación, tal vez porque yo pertenezco a la generación del vino y no conozco acontecimiento ligado a la vida humana que se entienda sin la presencia del vino.

Pero hay más, la grandeza de la creación no reside, con ser importante, en el propio acto de crear, sino que sale de sí mismo y se transmite a todo el que a él se acerca. Quien lee un libro, añade a la lectura su imaginación, su fantasía, su experiencia, de tal modo que los personajes de las novelas que leemos tienen más de los personajes que conocemos que de los que nos habla el autor. Lo mismo ocurre en pintura: si Velázquez viera hoy lo que nosotros vemos en sus pinturas no lo comprendería, porque ponemos en la comprensión y el goce de la obra de arte tanto de nosotros mismos que a veces el resultado es una nueva obra de arte. ¿Y qué decir de la música? ¿Cómo compaginar lo que nos dice una canción con lo que sentimos al oírla? Nuestra memoria y nuestra fantasía se ponen en marcha y creamos a partir de una canción que no es nuestra, todo un mundo nuevo de sensaciones y nostalgias.

¿Y el vino, pues? Acaso cuando nos acercamos a un vino determinado, fruto de un proceso creador que parte del cuidado de la viña, de los tijeretazos del invierno, del nacimiento de los racimos y que pasando por la recolección llega hasta el caldo que nos llevamos a los labios, acaso no estamos dando el último toque a un acto de creación del que cada uno de nosotros es autor?

Esa es la grandeza de la vendimia, del acto de crear y de transmitir a los demás en un vaso de vino ese milagro de la creación que une el proceso sagrado del cultivo de las viñas con el que ya los antiguos se enardecieron y disfrutaron y celebraron. De alguna manera Dionisos, el dios del vino es tan poderoso en la antigua mitología como Apolo, el dios de las artes, y más incluso que Hermes, el dios mensajero que inventó la música, el alfabeto, la astronomía y la gimnasia.

Los mitos son los que definen nuestra cultura, una cultura que, lo admitimos, cometió errores y los sigue cometiendo. Pero así es el transcurrir del tiempo, así es el destino del hombre. Recuerdo hace unos años, mientras salía del Museo Nacional de Damasco, su director que me había acompañado en la visita, se despidió de mí con unas palabras que os brindo y que no he podido olvidar: “Adiós, dijo, y que sea usted feliz en su trabajo, que sea capaz de echarle pasión. No lo olvide, el trabajo es un regalo que nos hacen los dioses para que no nos enloquezca el paso del tiempo”.

Siempre por supuesto, añadí yo en mi interior, con la ayuda de lo que esos mismos dioses han puesto en nuestras manos: el amor, el goce de los sentidos, la inteligencia, y por supuesto, el vino.

Por esto no quiero terminar sin un poema de un antiguo poeta iraní, Omar Khayyame, que vivió en el siglo XI y que nos dejó sus famosas Rubiatas, muchas de ellas ensalzando los poderes del vino:



Eres señor del vino:

 no te arrepientas de beberlo

antes y después

 de la puesta del sol.



Deja para otro día

la contrición.

Tiempo tendrás

de arrepentirte mil veces,

como lo exigen

 los directores de almas,

dictadores de conciencias.



Amigo,

 los labios se entreabren

 para el amor.

Las rosas exhiben

sus pétalos desnudos,

 gorjean los pájaros.



 Nos sentimos embriagados de aromas.

¡Todo es felicidad!

En este momento insustituible

de belleza y amor

¡qué tremendo peca

hablar de arrepentimiento!





Entrégate

sin el menor recelo

a los placeres del vino,

único soberano

 digno de todo acatamiento y veneración.



Y acompaña las melodías,

con las cadencias sentimentales

del arpa inspiradora de David.



Olvida

 los días sombríos del pasado

 y barre de la mente

 lo acaecido ya, y

el porvenir.



Sé feliz

en esta hora fugaz del presente,

 la única que te pertenece

 en toda la existencia.

Sé alegre,

ahora y siempre;

bebe en paz con los tuyos.

 Ésa y ninguna otra

 es la razón de la vida...





Las imágenes que acompañan a este texto corresponden al cartel de ese año y un retrato de la pregonera.




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