XVIII PREGÓN DE LA VENDIMIA. ANDRÉS MARTÍNEZ LORCA. 2004
El pregón de
2004 se caracterizó por una fuerte carga académica. El encargado de darlo fue
Andrés Martínez Lorca, Almería, 1943. Dedicado a mundo de la enseñanza había
estado en Málaga durante los setenta y ochenta participando activamente en la
vida cultural y política de la ciudad. Miembro de varias sociedades científicas
nacionales e internacionales, es autor de un buen número de libros de
filosofía, su especialidad.
Aunque ya por
aquel tiempo eran conocidos algunos de los datos sobre Mollina que el profesor
Martínez Lorca dio en su pregón, vino bien que se dijeran en alta voz en el
pueblo, sobre todo viniendo de alguien con tan alta categoría intelectual.
El cartel de
ese año reproducía una obra del pintor granadino Juan Vida. Otro gran andaluz.
Éste es el
pregón de 2004:
Es un honor para mí saludaros hoy en esta
tierra que ha sido durante siglos tierra de frontera y que desde hace sólo unos
pocos decenios se ha convertido en despensa y lagar de los vinos de Málaga
gracias al esfuerzo colectivo de este pueblo.
No sé qué mérito especial habrá visto en mí
vuestro Ayuntamiento para ser elegido Pregonero de esta Feria. Por mi parte, os
sé decir que he dedicado mi vida al estudio y a la enseñanza, y que he
preferido el silencio de las bibliotecas y el trabajo callado en mi mesa de
estudio a otras cosas, salvo cuando la falta de libertades políticas en la
larga noche del franquismo exigía un testimonio público, a veces arriesgado, a
favor de la democracia y la reconciliación. En mi aprendizaje como profesor de
Universidad he tomado siempre como guías a don Francisco Giner de los Ríos,
ilustre rondeño a quien tanto debe la sociedad española contemporánea, y al
poeta Antonio Machado, maestro de vida moral e intelectual.
Siendo joven salí fuera de nuestra tierra
para formarme; eran los mismos años en que miles de jornaleros andaluces
emigraban a Alemania para poder ganarse dignamente el pan. ¡Cuántas veces hemos
viajado juntos, estudiantes y trabajadores, en los mismos trenes abarrotados,
tan llenos de maletas como de esperanzas! Desde entonces aprendí que lo mejor
de Andalucía no estaba en su clase dirigente, ni en los señoritos de ayer ni en
los poderosos especuladores de hoy, sino en su pueblo, en la gente humilde que
da lo mejor de sí cada día sin exigir nada a cambio.
Decir Mollina es decir vino. Por eso,
quisiera hablaros algo del vino de esta tierra y también de la historia de
vuestro pueblo: que no hay nada peor que olvidar las raíces de las que hemos
brotado como individuos y como colectividad. Como ha escrito José Antonio Muñoz
Rojas, “nos pasamos la vida buscándonos y no acabamos de hallarnos sino en
nuestras raíces”.
El vino está vinculado históricamente a
Andalucía. Desde la época romana tenemos testimonios fidedignos del cultivo de
las viñas, de la producción de vinos de gran calidad, así como de su
exportación a la capital del Imperio. La Bética, como se llamaba entonces
nuestra tierra por el río Betis, dio emperadores, filósofos y escritores de
primer orden. Entre éstos, destaca el principal tratadista de agricultura del
mundo romano, el gaditano Columela, quien vivió en el siglo I de nuestra era.
Su obra De re rustica (De los trabajos del campo) es una enciclopedia
agronómica que ha gozado de merecida fama a lo largo de los siglos. En ella
dedica dos libros al cultivo de las viñas, alude a la exportación de vino desde
la región de la Bética a la península itálica, comenta que algunos campesinos
andaluces les ponían esteras de palmas a las viñas al comienzo del verano para
protegerlas del sol y da una receta para fabricar vino dulce. A los amigos de
la Cooperativa “Virgen de la Oliva” deseo informarles que el ilustre Columela
pensaba “que la rentabilidad de la viña es muy grande” pero que para ello había
que estudiar los viñedos evitando la extendida práctica de plantar viñas de
pésima calidad, y además había que cultivar con diligencia lo plantado.
El prestigio de los vinos de Málaga y su
fama literaria arrancan, sin embargo, de la época andalusí y es a los
hispano-árabes a los que debemos estar agradecidos por ello. Pero, se
preguntarán algunos, ¿no estaba prohibido el vino entre los musulmanes? En
primer lugar, desde un punto de vista religioso no existe una prohibición
estricta sino más bien una recomendación genérica. En segundo lugar, en
al-Andalus el cultivo de las viñas estaba extendido y el consumo de vino era
más frecuente de lo que pensamos. Incluso un símbolo de la ortodoxia como el
famoso Almanzor del Romancero bebió vino todos los días de su vida adulta, a
excepción de los dos últimos años. Si en lugar de repetir los tópicos del
pasado, como hacen algunos que escriben mucho y leen poco, nos molestamos en
consultar las fuentes históricas, veremos que el asunto no ofrece dificultad.
Lo mejor será entresacar algunos testimonios
medievales. Así, el historiador árabe Ahmad al-Razi: “Málaga es una ciudad
antigua, situada sobre el mar, con un territorio rico en cultivos, en viñas y
árboles variados. Allí se preparan las mejores pasas del mundo”. Otro autor
andalusí, el cordobés al-Saqundi, escribió: “Málaga reúne las dos perspectivas
de mar y tierra, con viñas que se suceden sin interrupción, sin que puedas ver
entre ellas un claro de terreno falto de cultivo”. Un cronista castellano de la
época de los Reyes Católicos, Valera, nos confirma el testimonio anterior de la
abundancia de viñas en la Málaga andalusí: “a la parte donde está asentada la
ciudad es un gran llano e una vega muy grande e muy fermosa, llena de huertas e
árboles e viñas. Y en la sierra más cercana ay tantas viñas e arboledas e casas
e torres que es cosa muy fermosa de ver”.
Ya en aquella lejana época cobraron fama los
vinos dulces de Málaga, y es muy probable que las dos uvas básicas para su
producción, la de Pedro Ximén y la Moscatel fueran conocidas por nuestros
antepasados arábigo-andaluces. Hay que acabar de una vez por todas con la
leyenda del alemán Pedro Simón (alguno se atreve incluso a apellidarlo Siemens,
no sé si porque le suena el nombre de esta industria) que habría traído del
Rhin las cepas de Pedro Ximén para aclimatarlas aquí. El origen de la misma es
más que sospechoso: un viajero alemán llamado Berkenmeyer, quien, para
sustentar su invento tuvo la peregrina ocurrencia de decir que el clima de
Málaga “es análogo” al de esa región de Alemania. Los mejores estudiosos del
tema, como José Garijo, por ejemplo, hace tiempo que la rechazaron. Otros, como
el prestigioso naturalista Modesto Laza, han aludido al probable origen árabe
del nombre de esta uva malagueña, auténtica joya de la enología española.
Por lo que se refiere a la uva moscatel,
todavía hoy llamamos a una de sus variedades “Moscatel morisco”, con lo cual
está claro su origen. Según el célebre tratado Disertación en recomendación y
defensa del famoso vino Pedro Ximén del canónigo Cristóbal Medina Conde (aunque
lo firmara por razones de censura eclesiástica y política su sobrino Cecilio
García de la Leña), “es más menudo en sus granos, pero de más olor y mejor sabor.
De éste se hace el mejor vino moscatel”.
Además del vino de Málaga en sus diversas
variedades, los andalusíes producían una bebida de pasas, llamada nabid, que el
sabio cordobés Averroes nos explica cómo hacerla en su Libro de las
generalidades de la medicina. Según él, tal bebida de pasas les puede resultar
beneficiosa tanto a los jóvenes como a los viejos. “En nuestro país –añade– no
maduran [las pasas] en menos de tres o cuatro meses; si se dejan menos tiempo
son perjudiciales para la salud. Los vinos necesitan entre seis meses y un
año”.
Los poetas arábigo-andaluces cantaron las
excelencias del vino y con frecuencia mezclaron el tema báquico con el amoroso,
como en este bello poema escrito en el primer tercio del siglo XII por el
levantino Ben al-Zaqqaq y que tradujo del árabe al castellano don Emilio García
Gómez:
Llegó a la media noche, cuya sombra
era igual que su pelo o que azabache.
Copas de vino puro me tendía,
que daban aromático perfume.
Otro nuevo licor vino a añadirse,
prensado por sus ojos, por sus dientes.
Me embriagué por tres veces: de
su copa,
de su saliva y de sus ojos negros.
Quizá la siguiente anécdota nos haga
comprender mejor la estima andalusí por nuestro vino. Cuentan las crónicas que
un musulmán andaluz que se encontraba a punto de morir, instado por familiares
y amigos a que se encomendara a la divinidad, exclamó con el corazón
compungido: “¡Oh Dios mío!, de todas las cosas buenas que nos aguardan en el
Paraíso, sólo te pido que me concedas el vino de Málaga (sarâb al-mâlaqí) y el
tierno vino sevillano”.
Recordemos ahora algunos hitos fundamentales
de la historia de Mollina y de la comarca de Antequera. Antes que los
primitivos pobladores de Antequera levantaran sus formidables construcciones
megalíticas, ya regaba sus campos el fértil Guadalhorce. Antes de que los
romanos colonizaran estas tierras y cuando los andalusíes no habían edificado
aún sus castillos y mezquitas, el Guadalhorce –como un nuevo Hércules– había
roto con furia la roca del Tajo de los Gaitanes y se había abierto paso hacia
el amplio valle al que da nombre. Su estratégica situación en el centro
geográfico de Andalucía y la fecundidad de sus tierras explican en buena medida
la historia posterior de la comarca.
Sabemos que en la comarca de Antequera existían a partir del siglo III
una serie de villas tardorromanas que incluían una casa señorial y un amplio
terreno de cultivo, es decir, que eran unidades económicas y no sólo
residenciales, semejantes a los modernos cortijos. Los restos arqueológicos
romanos que se han conservado en Mollina son, sin embargo, escasísimos: un
sepulcro del siglo II en forma de torre encontrado en el Cortijo de la
Capuchina; restos de una posible villa en los Cerrillos, a unos tres kilómetros
del pueblo; y una especie de fortaleza excavada en Santillán, que podría ser de
la época imperial, y cuyo valioso epígrafe dedicado a Hércules fue llevado a
Antequera en el siglo XVI aunque después se le perdió el rastro.
Durante varios siglos esta comarca fue
tierra de frontera: primero, frontera entre las taifas de Sevilla y de Granada;
y después, frontera entre el reino andalusí de Granada y el reino cristiano de
Castilla que acababa de conquistar el valle del Guadalquivir y las ciudades en
él enclavadas. Un testimonio de aquellos siglos es la rábita de Fuente Piedra.
Ese papel fronterizo justifica el escaso poblamiento de esta comarca, una vez
conquistada Antequera el año 1410. Gracias al Libro de los Repartimientos de
Antequera (años 1494-1495) y a las Ordenanzas de Antequera (año 1531), editados
por Francisco Alijo Hidalgo, profesor titular de la Universidad de Málaga y
viejo amigo, es posible reconstruir esa etapa histórica marcada por la
incorporación a la Corona de Castilla.
Había un alto funcionario real encargado del
reparto de tierras a cuyas órdenes trabajó en la comarca, durante más de cuatro
meses, un medidor de tierras. En Torre Molina, como era designada la actual
Mollina, las tierras se repartieron entre altos cargos político-militares de
Antequera y personas de confianza del entorno de los Reyes Católicos; en
ocasiones, se trataba de terrenos de monte cerrado cuya roturación se permitía
a los nuevos propietarios.
Entonces
se autorizó a un vecino de Antequera llamado Juan Muñoz Carpintero a que
construyera una Venta aquí, en Mollina, con una fanega de tierra de monte para
ejido, sin contar el espacio que ocupara la casa. De acuerdo con la regulación
de las ventas de la comarca, en ella se podía vender cebada, vino del terreno
sin mezclar y pan, todo ello a un precio algo más caro que en Antequera. No
podía haber allí gallinas ni cerdos, salvo que estuviesen en el corral. Tampoco
se permitía la presencia de prostitutas en las ventas. “Y si hubiese mujeres de
las susodichas, que puedan estar una noche y no más, y que no ganen dinero, so
pena de 600 maravedíes al ventero y otros tantos a las mujeres”.
Por su importancia económica merece
destacarse que, hacia finales del siglo XV, se hizo en la Fuente de Mollina un
ejido de diez aranzadas para el ganado trashumante. Este centro neurálgico
ganadero servía de lugar de encuentro de las cañadas en un doble eje,
Este-Oeste y Sur-Norte, es decir, el de Granada-Sevilla y el de
Antequera-Córdoba.
Desde un punto de vista histórico, el hecho
más importante y que tuvo consecuencias desastrosas en el futuro de la comarca
fue el reparto latifundista de la tierra, agravado por el expolio a que fueron
sometidos sesenta y dos peones, o soldados de infantería, a los que
inicialmente se les concedió un total de más de 1.155 fanegas de tierra pero de
las que se apropiaron indebidamente los sucesivos alcaides de Antequera, (es
decir, los jefes militares de la fortaleza, quienes eran al mismo tiempo
alcalde mayor del Concejo) como patrimonio anexo al cargo, burlando así el
compromiso adquirido de un reparto más equitativo de la tierra entre familias
humildes.
En tiempos más recientes la provincia de
Málaga, y más en concreto la comarca de Antequera, se vio sacudida por una
larga cadena de agitaciones campesinas. En 1840 en los términos de Casabermeja,
Almogía, Alozaina y Periana se produjeron diversas ocupaciones de fincas. Unos
años más tarde, en 1861, cuando tuvo lugar la famosa insurrección campesina de
Loja, dirigida por Rafael Pérez del Álamo, la presencia malagueña fue decisiva:
el estallido partió de Mollina y en el reagrupamiento posterior de un
improvisado ejército popular de diez mil campesinos, ya en tierras de Granada,
participaron muchos trabajadores de la comarca de Antequera. Movidos por el
hambre y ayudados por una difusa ideología anarquista, los braceros sin tierra
y los campesinos pobres de Andalucía irrumpían por primera vez y de modo
dramático como protagonistas en nuestra historia contemporánea.
Después de esta breve mirada a nuestra
historia lejana, volvamos a la más reciente. Quisiera, antes de nada, recordar
la figura de don Manuel González Ruiz, a quien quizá muchos de los aquí
presentes no hayan conocido. Era sacerdote y canónigo de la Catedral de Málaga.
Hombre culto, excelente jurista y de mente abierta, fue durante años Vicario episcopal
de la comarca de Antequera. Tanto aquí como en Málaga desempeñó un papel
fundamental en la modernización de la mentalidad religiosa, en el compromiso
social de los católicos, en el respeto a las diversas ideologías y en la
defensa de los trabajadores. En su casa del Camino de Antequera se fundaron las
Comisiones Obreras de Málaga en pleno franquismo. Murió en fecha reciente, pero
su testimonio, y con él el de tantos otros católicos comprometidos con la
democracia y la reconciliación, no debe olvidarse nunca. En su piso de calle
Álamos, junto a la malagueña plaza de la Merced, vive todavía, ya viejecito y
lleno de achaques, su hermano don José María González Ruiz, sacerdote, teólogo,
intelectual y amigo a quien tanto debe la España democrática.
También deseo enviar un cordial saludo a un
ilustre vecino de esta tierra, don José Antonio Muñoz Rojas, gran escritor en
prosa y en verso, editor de excepcional calidad y andaluz finísimo, a quien
conocí hace años en su piso madrileño de calle Espalter, junto al Museo del
Prado. Que el afecto de los que celebramos esta Feria llegue a través del aire
hasta la cercana “Casería del Conde” para que se restablezcan su salud y ánimo,
quebrantados por las recientes desgracias familiares.
En la ya larga historia de Mollina le ha
correspondido a sus trabajadores escribir, en el último tercio del siglo XX, la
página más brillante. Los mollinatos que os visteis obligados a emigrar a otros
países europeos en los años 60, como tantos otros jornaleros andaluces, tomasteis
la acertada decisión de dedicar los ahorros amasados en tierra extraña a
comprar las tierras de vuestro término municipal a los antiguos propietarios
antequeranos. El reparto equitativo de la tierra que no se hizo a finales del
siglo XV lo habéis hecho vosotros con vuestro sudor y vuestro esfuerzo cinco
siglos después.
El siguiente paso, la constitución de la
Sociedad Cooperativa Andaluza Agrícola “Virgen de la Oliva” hace ahora un
cuarto de siglo, ha significado la consolidación de una vida mejor para los
campesinos de Mollina y la garantía de futuro para los vinos de Málaga. Cuando
sabemos que el ochenta por ciento de los vinos de denominación de origen
“Málaga y Sierras de Málaga” procede de vuestra Cooperativa y que la casi
totalidad de la uva “Pedro Ximén” malagueña se cultiva en esta tierra, es para
sentir legítimo orgullo. Mientras un muro de cemento va cubriendo toda la Costa
del Sol y una ciega especulación del suelo destruye, implacable, nuestro
litoral, vosotros habéis levantado tierra adentro un pulmón verde de viñas.
Medina Conde en su famosa Disertación, ya
citada, afirmaba con toda rotundidad que “el vino de los Viñeros pobres...es
muy inferior al vino de un Viñero y Cosechero acaudalado” porque “en los
Lagares de los pobres se cuidan más del número de arrobas que de su calidad”.
Vosotros, con vuestra organización cooperativa y vuestro espíritu solidario,
habéis demostrado la inconsistencia del prejuicio clasista que Medina Conde
daba por verdad incontestada. Quien prueba vuestros vinos comprende que esa
calidad es el fruto de un largo esfuerzo colectivo que comienza con la
preparación de la tierra y el cuidado de las cepas y culmina con el afinamiento
de los diversos caldos en las botas de roble. El seco “Montelobo”, el
refrescante “Montespejo”, el dulce “Carpe Diem” y el tinto “Gadea” indican un
afán de mejora e innovación por vuestra parte sin las cuales es muy difícil
sobrevivir en nuestro mundo.
Decían los latinos: “in vino veritas” (“en
el vino está la verdad”). Yo os digo que en el vino de Mollina está la verdad
de un pueblo. Vosotros habéis hecho el vino y el vino os ha hecho a vosotros.
Con vuestro esfuerzo y con vuestra inteligencia roturáis un camino que otros
pueblos de Andalucía seguirán, a su modo, en el futuro. Estáis asegurando el
porvenir de vuestros hijos y al mismo tiempo ofrecéis un horizonte nuevo a los
vinos de Málaga. Por vuestro ejemplo de laboriosidad y cooperación tenemos que
felicitaros no sólo los malagueños sino todos los andaluces y españoles.
¡Salud y alegría en esta Fiesta de la
Vendimia 2004 que hoy comienza!
¡Viva
Mollina! ¡Viva Andalucía!
Las imágenes
que acompañan a este texto corresponden, la primera, al cartel de ese año, la
segunda al pregonero y la tercera al azulejo con su texto poco antes de ser
colocado en un lateral del Ayuntamiento de Mollina. El material de que está
hecha la fachada impedía ponerlo ahí.
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