XXIV PREGÓN DE LA VENDIMIA. FERNANDO DELGADO. 2010








Alta calidad literaria para el pregón de 2010. Aunque novelista y poeta, Fernando González Delgado, Santa Cruz de Tenerife, 1947, más conocido como Fernando Delgado, la popularidad del mismo era sobre todo por su tarea como presentador del telediario.

Su labor con colaboradores de la talla de José Hierro, Sofía Noel, Félix Grande o Luis Antonio de Villena en la radio supuso la creación de Radio 3.

Ya dijimos que, a partir del pregón de Antonio Gala, a los pregoneros se les enviaba un dossier con información sobre Mollina. Lástima que Fernando Delgado introdujera en su pregón aquello de la lluvia suave y blanda que no se sostenía desde principios de los ochenta. Pero bueno, el pregón fue de los mejores.

El cartel reproducía una obra del pintor expresionista malagueño Jorge Rando.



Éste es el pregón de 2010:



Si pregonero se llama al que hace el pregón y no es otra cosa el pregón que una llamada a la fiesta, ¿cómo es, vecinos de Mollina, que llamáis a un forastero para que os convoque a lo que vosotros sabéis que va ocurrir nada más llega septiembre, cuando pasan las carretadas de uvas, y después de haber honrado en agosto a vuestra Virgen de la Oliva, el vino se anuncia en la música y la luminaria de la Vendimia, ya el verano escapando de las viñas?

¿Cómo es, amigos y amigas de Mollina, que dais vuestra voz para que dé su viva a la fiesta en la noche festiva de vuestro vino, de tan distintos colores, de tan recios aromas, a quien habla vuestra lengua con otro acento, aunque tan cercano al vuestro y tan vuestro también?

¿Acaso para que dando un viva la Fiesta y viva el vino, os anuncie lo que vosotros reconocéis antes que nadie: el tiempo en que la uva se hace sangre?

Si conocéis las constelaciones pirotécnicas de vuestros festejos, la belleza del fuego de color con que esta Andalucía malagueña de la Comarca de Antequera alumbra el alborozo en el que la dura tarea de la vid se hace fiesta, ¿a qué viene un extraño como yo a anunciaros la fiesta?

Si el viento os acaricia y la “suave y blanda llovizna” de vuestro nombre riega el aire de sierra de este sitio majestuoso, donde el tejado y la cal miran al viñedo y, aunque no hubiera ruido de jarana, en un imposible silencio de Mollina en estos días, oleríais la fiesta que tiene olor de mosto, ¿quién puede sentirse pregonero de este modo de exaltar la vida y de este vino que la alimenta?

Si llega aquí quien tiene que pregonar, ávido de que le cuenten cómo entendéis la fiesta, y antes de empezar, la fiesta se le mete por los ojos, por el olfato, por todos los sentidos, lo hace vibrar con la cohetería, percibe ya las músicas, ¿quién os viene a contar lo que la música, el fuego del yantar, el rito del beber es para vosotros?

Si contáis la vida de septiembre a septiembre, de vendimia a vendimia, ¿qué falta os hace que venga alguien a recordaros toda la cultura que ha pasado por aquí, antes y después de los romanos, dejando sus huellas en vuestras costumbres, en vuestros modos, en vuestras piedras, en vuestros lagares y hasta en vuestras cacerolas?

Si de padres a hijos y a nietos y a bisnietos ha ido cambiando el modo de vivir y habéis hecho al fin de vuestro pueblo, saliendo de él con dolor y volviendo a él después del sacrificio de la emigración, un pueblo de progreso, y lo habéis visto crecer con vuestra entrega, ¿os hace falta, acaso, un pregonero que os halague y os llame laboriosos y os diga que quien trabaja así se merece esta fiesta y este vino tan nuevo, como nuevas son vuestras vides y vuestras repletas cepas?

¿Os hace falta un pregonero que os llame a sentiros orgullosos de vuestro pasado, mártires en el contratiempo, dignos defensores de lo vuestro en todo tiempo, un pregonero que reconozca en vosotros el orgullo de contar con la fortificación amurallada de Santillán, el Mausoleo de la Capuchina o los asentamientos prehistóricos de la Sierra? ¿Os hace falta alguien que desde esta plaza, y en esta noche que amenaza fiesta, apele a la tradición y os diga como quien os cuenta un cuento a vuestros oídos de niños, devuelta la infancia en esta hora, que hubo una vez una tierra como la vuestra que fue elegida como un Getsemaní para que fructificaran aquí los olivos y dieran nombre a vuestra Virgen Patrona, para que se alzaran aquí los pinos y embellecieran este paisaje hermosísimo de la altura malagueña, para que la vides luego fueran vuestra nueva vida, los racimos exuberantes del progreso, la floración poética de la vida cotidiana vinculada al vino en cuya producción ponéis todo vuestro afán?

No, mis queridos amigos y amigas de Mollina. No os hacía falta un pregonero. Habéis aprovechado el pretexto del pregón para ofrecer el honor de compartir el vino con vosotros a un hombre que inventa historias y las cuenta en los libros, a un hombre que tiene también por profesión dar cuenta de lo que pasa en la radio o en el periódico, que educó sus ojos como vosotros en la contemplación de las tierras que se prestan a ser trabajadas y creció en el gozo de apreciar el alimento de la tierra y el fruto que da vida. Pero que sabría con el tiempo que, en tierras como la vuestra, acogiendo en ella a otros hombres y a otras lenguas, especialmente en el centro euro latinoamericano de la Juventud, existía Mollina, un pueblo con trabajo y entregado al trabajo. Y un pueblo de trabajo es un pueblo que tiene merecida la fiesta, la ilusión y el sueño.

No, mis queridos amigos y amigas de Mollina. No os hacía falta un pregonero de fuera. Pero bien es verdad que aquí nadie, pregonero o no, es de fuera y que de Mollina es todo el que pone voluntad en integrarse en esta sociedad plural y abierta que entra en el siglo XXI como en su casa, que lo digan, si no, los ingleses que aquí viven. Porque sea cual sea el destino de Mollina, vosotros no seríais como sois sin esa manera tan contemporánea de entender la sociedad y apreciar a los otros individuos y a los otros pueblos. Pero quizá sin saberlo ni entenderlo, ya en aquellos romanos que dejaron aquí su rastro y sus huellas de torres de vigía había un premonitorio anuncio de vuestro destino de pueblo hecho de pueblos, que ha sido el destino fecundo de toda la Andalucía plural y generosa. Un destino en el que seguramente influyeron hombres ilustres, pero sobre todo gente sencilla.

Queridos hijos e hijas de Mollina: Es verdad que tenéis fama de acogedores y hospitalarios y fama de cosmopolitas y no es extraño que llaméis a meterse en lo vuestro a los foráneos, como en mi caso. Aunque lo vuestro sea ahora la fiesta propia, fácil de conocer tan sólo con mezclarse en ella. Pero la fiesta es algo más que ponerse ciego de buen vino en la jarana; la fiesta es, además, una ocasión para reafirmar la propia identidad de Mollina, que además de ser la de los que han parido esta villa y han sido paridos por ella es la nueva identidad de quienes han hecho de Mollina su casa y de este lugar un territorio de la fraternidad y el mestizaje. A ese acto de afirmación de la identidad, que no es un acto de exclusiones sino de reconocimiento propio, y hasta si se quiere de orgullo, ha de contribuir aquel a quien habéis llamado para exaltar la fiesta. Mal lo puede hacer desde el desconocimiento y parece, a primera vista, que su obligación sea imbuirse de vuestra historia, variada a través del tiempo y por eso mestiza. Repasándola se puede llegar a cualquier conclusión menos a una: que no hayáis sido en vuestra historia un pueblo que lucha por lo suyo y que se ha dejado la piel en ese empeño. Sonaría a halago fácil y hasta estúpido que alguien de fuera viniera a reconoceros hoy que sois trabajadores y acogedores, pero mal lo tendría quien queriendo hablar de vosotros callara esas principales condiciones. Sin embargo, a ningún pueblo se le puede conocer sólo por lo escrito, porque en los textos que dan noticia de la vida de los pueblos de lo que menos se habla es de cordialidad, de hospitalidad o de tolerancia. No parece, por lo general, materia de historiadores. Claro que los historiadores describen, sitúan, cuentan y es de ese manantial de la historia de donde uno extrae el conocimiento. Pero luego hay que estar aquí, sumirse en esta luz, impregnarse de un ambiente que la gente hace, de un paisaje humano como este, hecho del reconocimiento de que todos somos iguales, de que nadie es más que nadie y de que cuanto más variadas sean las miradas de una comunidad más se despeja su camino y más se disfruta de la convivencia en libertad.

No necesitáis, pues, pregonero, pero el pregón es un rito y el vino requiere un halago en su fiesta. Y si la palabra y el vino se unen en el misterio de la poesía, en su liturgia – “El vino siembra poesía en los corazones”, dijo Dante Alighieri – nadie como los poetas para cantarlo. Y en eso, aquí, en Mollina, habéis tenido buen ojo. En una noche como esta de años pasados tuvisteis el privilegio de escuchar la voz de Rafael Alberti hablando del vino. Era un buen vividor y un buen bebedor, pero estoy seguro de que aquella noche lo de menos sería el pregón. Tener en Mollina a semejante icono de la libertad, aquí, donde tanto se luchó por ella, era una fiesta más que añadir a la fiesta. Además, la voz de Alberti, con su musicalidad, apresando al vuelo las palomas del entusiasmo, era en si misma un pregón de la vida y de la alegría de vivirla. No sé lo que diría del vino, pero si recuerdo el gusto con que lo saboreaba en el Trastevere romano, cuando lo conocí en sus días de exilio, y estoy seguro de que el vino de Mollina no quedaría descontento con lo que Rafael dijera de él como un entusiasta del buen beber. Le bastaría con recordar sus poemas, o acaso recitar los de otro con la maestría con que sabía hacerlo, pero a lo mejor recordó a su amigo Pablo Neruda, en unos versos que cualquiera se dirían hechos para el vino de Mollina:



“Vino color de día

 Vino color de noche,

Vino con pies de púrpura

 O sangre de topacio…”



Todos coinciden en hablar de sus colores al hablar del vino de Mollina. Lo hizo el escritor gaditano Fernando Quiñones, con quien bebí tanto, y al que el vino nunca le jugó una mala pasada, sino que le valió siempre para acrecentar su ingenio. También estuvo aquí para pregonar esta fiesta de la Vendimia, pero Fernando era en sí mismo un espectáculo, con lo cual tal vez el pregón fuera lo de menos. Como quizá ustedes se olvidaran de que era un pregón lo que José Manuel Caballero Bonald, con quien he bebido más que con Quiñones, les contó sobre el mundo del vino, porque los detalles minuciosos y las palabras precisas y hermosas de quien observa la naturaleza con tanto primor eran un cuento muy bien trabado para una noche mágica como esta. Así que cuando me fue encargado este pregón, y acepté el honor que suponía la invitación, vistos estos ejemplos de tan queridos y admirados amigos, me pregunté a quién podría yo preguntar por Mollina, por el vino de Mollina, por el campo de Mollina, por la gente de Mollina. Y pensé en seguida en José Antonio Muñoz Rojas, que lo sabía todo de las tierras de Antequera, que habló con maestría de las cosas del campo, que era bebedor moderado pero buen degustador. Y pensé también en mi muy querido Rafael Pérez Estrada, que era genialmente inmoderado en todo, buen bebedor, y un excepcional contador de la vida. Lo que pasa es que, para mi contrariedad, uno y otro ya estaban muertos. Pérez Estrada era tan vitalista que no me he hecho aún a la idea de llegar a Málaga y no encontrarlo. Supe, no obstante, que Rafael llama en un texto a Mollina catedral del vino. Y no sé si fue por la invocación de lo sagrado por lo que me acordé de otro poeta amigo, Pablo García Baena, cordobés de pura cepa, pero habitante a gusto de estas cercanías por algún tiempo. Y si lo vinculo a lo sagrado es porque lo sagrado tiene en su poesía un gran papel y seguro que del vino tiene una consideración venerable y misteriosa. Ante el dicho popular de que algo tiene el agua cuando la bendicen es probable que García Baena estuviera conmigo en que más tendrá el vino cuando lo consagran. Pero de haber hablado de esto con García Baena, que también ha hecho un hermoso elogio de Mollina, es posible que me recordara él a una mujer de Galilea que estando con su hijo Dios en unas bodas, y habiendo resultado escaso el vino en ellas, pidió a su hijo que hiciera vino del agua y fue complacida al instante con un milagro. De lo que se deduce que al menos el Dios de los cristianos tenía una idea muy clara de la importancia y de la necesidad del vino. García Baena, amante como yo de vírgenes que rondan por sus poemas, pudo haberme recordado que aquella mujer de las bodas de Caná, María, la patrona de Mollina, puede por muchas razones ser nombrada también como la Virgen de la Vid o la Virgen de las Viñas, y así es llamada en algunos lugares, pero cuando llegó aquí eran más los olivos que las viñas con lo que se vino en llamar Virgen de la Oliva. De haber llegado ahora, cuando Mollina presta tanta atención al vino como al aceite, es probable que su nombre fuera otro o más amplio.

Pero no en todas las religiones el vino goza de la misma aceptación. Rafael Pérez Estrada, en su texto sobre Mollina, advierte: “Para los que aún sueñan tesis africanistas, que sepan que ahí enfrente, donde Tremecén es tiniebla, el vino es sólo ignorancia o prohibición”. Fue y es otra cosa para los judíos y los judíos españoles fueron productores de vino, incluso en Andalucía; compartieron con los españoles de la Edad Media un culto entusiasta al dios Baco. Pero basta echar una ojeada a la Biblia, poblada de referencias al vino y a la ebriedad como un don, aunque aparezca en ella también la condena del embriagado en el converso Pablo de Tarso, para encontrarnos con Noé, que plantó una viña después del diluvio universal, se emborrachó hasta decir basta y vivió 350 años más después de la cogorza. En todo caso, me quedo con el Cantar de los cantares, donde el vino y el amor se funden: “Béseme con su boca a mí, el mi amado, son más dulces que el vino sus amores”.

Vino y amor son hermosos ingredientes de la fiesta y la fiesta es no sólo una invocación de la alegría sino del sueño.

Todas las tribus, todas las comunidades humanas, ayer y hoy, necesitan soñar para entenderse. La fiesta es un lugar de encuentro de los hijos de Mollina que vuelven con los que nunca se van, de los que se han desencontrado entre ellos y se reconcilian en la pacífica proclamación de la fiesta, en el vino compartido, de los que han venido y se han hecho de aquí con los suyos, de fuera, que ahora vienen también a compartir el vino y el gazpacho y la porra en verano, lo mismo que en invierno las porrillas calientes y las migas y, cuando se recoge la uva, las benditas gachas. La fiesta es una oportunidad para la afirmación de un presente, tan vinculado al vino, del que podéis estar orgullosos y la esperanza de un futuro que es el motor que hace a los pueblos caminar y nunca estancarse. Por eso, la fiesta es de los jóvenes que, en un pueblo joven, y que atrae ahora a la juventud de buena parte del mundo, representan la continuidad de la gran familia de Mollina. Y sirve la fiesta también para recordar en la alegría a los que se fueron para siempre, especialmente a aquellos que murieron en Mollina con su dignidad sometida a la ignominia. Y recordarlos con ese mismo vino del recuerdo que también evocó Neruda:



A veces

Te nutres de recuerdos

 Mortales,

 En tu ola

Vamos de tumba en tumba,

 Picapedrero de sepulcro helado,

 Y lloramos

Lágrimas transitorias….

Que también una nana suene esta noche, amigos míos, después de regar con vino las viandas y seguir la fiesta, junto a la cuna de los más nuevos hijos de Mollina, los recién llegados, como un himno de futuro que anuncia entre los sonajeros que Mollina es, además de todo, una esperanza.

Una esperanza que vamos a festejar bebiendo, con el vino como centro de un viejo rito sagrado y profano, en la celebración de la vida:



El vino

 Mueve la primavera,

 Crece como una planta la alegría,

Caen muros,

Peñascos,

Se cierran los abismos,

 Nace el canto.





Porque el vino es hasta tal punto vida, hecho fiesta esta noche en Mollina, que ganas dan de hacer nuestras las palabras de un poeta malagueño, nada más y nada menos que del año 1020, Salomón Ibn Gabirol, que expresaba este deseo:



Si a tu lado expirara, excava, amigo mío

Mi tumba en las raíces de las viñas:

Lávame con el agua de las uvas,

Embalsama mi cuerpo con perfumes de agraces.

 No llores, no hagas duelo por mi muerte,

Hazte flautas y cítaras y arpas;

Sobre mi tumba no derrames polvo

Que no sea de odres viejos de vino añejo y nuevo.



Bendita fiesta, Bendito vino, bendita Mollina que lo trabaja. Porque merecéis este vino, fruto de vuestro esfuerzo, merecéis la fiesta que premia vuestro trabajo. Gracias, Mollina, por el vino que nos dais y por la fiesta que le dais al vino.

Que la fiesta ha empezado lo sabéis vosotros mejor que yo, lo que tengo que desearos yo es una buena borrachera en el alma para vivir la fiesta.

¡Viva el vino! ¡Viva Mollina!





Las imágenes que acompañan a este texto corresponden al cartel de 2010, una fotografía del pregonero sacada de su cuenta de Twiter y el azulejo con sus palabras colocado en la calle del Codo.





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