XXVI PREGÓN DE LA VENDIMIA. ÁNGELES CASO. 2012


XXVI PREGÓN DE LA VENDIMIA. ÁNGELES CASO. 2012





Historiadora del arte, novelista premiada con el finalista del Premio Planeta y el Fernando Lara de novela, editora ella misma, guionista de cine… esta mujer luchadora es conocida popularmente por su labor en la radio.

Ángeles Caso, Gijón, 1959, puede representar dentro de la nómina de pregoneros de Mollina la prioridad del tirón mediático sobre la altura literaria, pero, a pesar de eso, el pregón de 2012 fue muy bien resuelto. El bagaje cultural de la pregonera –hija de un rector de la Universidad de Oviedo- y su experiencia comunicativa lo consiguió.

También muy bien resuelto fue el cartel. Kurt218, pintor afincado en Mollina fue el encargado de ese año.



Éste es el pregón de Ángeles Caso:



Soy una mujer del Norte. Vengo de una tierra de verdes de cien tonalidades diferentes, de brumas y montañas altas junto a un mar bravío. Y siempre que llego aquí, al Sur, a este territorio de ustedes, Andalucía, esta tierra que todos los españoles sentimos nuestra de una manera muy especial y llena de orgullo, me invade la sensación de asombro y de emoción ante esta otra hermosura tan distinta de aquella de la que provengo.

Aquí están, ante mis ojos, estas tierras suaves, onduladas, abrumadas de pronto por las altas sierras inesperadas y bravías. Aquí están los pueblos blancos, exhibiendo esta feliz humildad de líneas sencillas, y el resplandor de la cal, y el fulgor de los geranios y las gitanillas en los patios, que atestiguan la profunda conexión de las gentes con sus casas y sus calles, de las que se ocupan –de las que os ocupáis– con el mimo que se concede a lo más querido, con la dignidad del que sabe que lo que posee, por humilde que sea, merece todo su respeto. Están las iglesias barrocas, conteniendo todo ese esplendor que la fe confiere a sus símbolos, como esta vuestra que alberga a esa virgen de nombre bellísimo, Nuestra Señora de la Oliva. Y los campos afortunados, cubiertos de olivos viejos y fértiles, árboles amigos de tantas culturas antiguas que han marcado la nuestra, como recuerdos de un mundo que fue más austero y más dulce y que tal vez pueda volver a existir. Y aquí están, por supuesto, las viñas domadas por vosotros, y por vuestros padres y abuelos, esos pequeños arbustos generosos, que no necesitan para crecer y darnos sus frutos las tierras negras y húmedas de mi región, sino que, por el contrario, se conforman dichosos con este suelo vuestro duro, rojizo, seco, y con el sol revivificador. Naturaleza de la resistencia que, como vosotros, los campesinos del sur, esconde dentro de sí una enorme cantidad de poder y de riqueza.

Provengo de una familia de campesinos, y sé bien lo duro que es el campo, el reto que significa doblegar la naturaleza –orgullosa y a veces incluso fiera– a nuestras necesidades. Conozco la incertidumbre de la meteorología, tan caprichosa e imprevisible. Los horarios interminables, la dureza física del trabajo, de la siembra, y los cuidados anuales, y la recolección.

Y conozco igualmente la miseria, esa pobreza dolorosa, que durante siglos ha sido la condición habitual de las gentes del campo, y especialmente aquí, en esta tierra vuestra, explotada por terratenientes casi siempre sin escrúpulos a los que vuestros antepasados se vieron obligados a entregar su trabajo, aplastados por el peso de la codicia, el egoísmo y la injusticia.

Por eso, cuando piso esta región, siento un enorme respeto por esa sangre de sufridores que lleváis en las venas, pero también por vuestra demostrada capacidad para la rebeldía, para la lucha lejos de la resignación. Vosotros, los habitantes de Mollina, lo demostrasteis una y otra vez a lo largo de la historia. Batallasteis para no dejaros aplastar, para ser libres y dignos. Y, a finales del siglo pasado, probasteis una vez más vuestro valor, vuestra imaginación y vuestra capacidad para asumir riesgos reconvirtiéndoos, apostando por transformar vuestra economía basada ancestralmente en el olivo en algo nuevo. Con inteligencia y con talento, y sin duda también con una gran valentía, supisteis ver mucho más futuro en este maravilloso vino que ahora celebramos. Fuisteis –sois– un ejemplo.

No hace falta que os hable de los tiempos que vivimos, feos, convulsos, preocupantes a veces hasta la angustia. He pensado estos días, indagando un poco en vuestra historia, en lo mucho que este país necesitaría ahora mismo una enorme cantidad de gente como vosotros. “Emprendedores”, esa palabra que se ha puesto tan de moda. Gente con imaginación y con valor, capaces de transformar la economía y, por lo tanto, la forma de vivir de un pueblo. Y de hacerlo además con ese modelo de gestión comunitaria, igualitaria y justa que supone la cooperativa. Habéis triunfado en el empeño, convirtiéndoos en el ámbito fundamental de producción de los vinos de Málaga. Y, por eso, no sólo os felicito, no sólo os animo a seguir trabajando y os agradezco con orgullo –modesto orgullo– que me hayáis permitido acompañaros hoy en la celebración de vuestro éxito, sino que, además, me permito deciros que sois, para toda España, un ejemplo a seguir.

Hablemos ahora del vino, que es al fin y al cabo lo que aquí nos reúne. Bendito sea el que lo inventó. Bendita la primera persona que descubrió que pisando ese pequeño tesoro dulce que es una uva, surgía de él un líquido que luego, con el paso del tiempo, podía convertirse en este elixir fantástico, esta especie de pócima mágica que llamamos vino. Quizá fuera una mujer, por qué no. Tendemos a adjudicar todos los descubrimientos importantes de la sociedad a los hombres, olvidándonos de que las mujeres han participado con inteligencia –y también con mayor delicadeza que ellos, justo es decirlo– en la conformación del mundo que nos rodea. Y sí, puede que fueran ellas, aquellas mujeres de tiempos remotos, del lejano Neolítico en el que parece que comenzó a beberse el vino, quizás, como decía, fueran ellas quienes lo descubrieron por primera vez, porque, mientras los hombres partían a la caza, ellas solían quedarse cerca del hogar, cuidando de los hijos, sembrando los granos, recolectando frutas e inventando toda clase de fórmulas sabias, muy sabias, para que los alimentos cocinados junto al fuego o transformados en espacios recogidos fueran más sabrosos, variados y nutrientes, y para que la salud de los suyos mejorase de generación en generación.

Bendito o bendita, pues, el descubridor del vino. Y todos aquellos que, ya en siglos muy lejanos, se dieron cuenta, con más intuición que ciencia, de sus muchas cualidades. Ahora las conocemos, perfectamente descritas y probadas. Pero han sido numerosas las culturas y las generaciones que a lo largo de la historia supieron de sus virtudes sin necesidad de utilizar microscopios, como aquellos sabios griegos que se reunían en torno a una crátera para elucubrar sobre el mundo, aquellos legionarios romanos en cuyas soldadas exigían que entrase el vino como parte del pago, o aquellos reyes y nobles de todos los tiempos que se hacían servir en sus mesas los mejores caldos del país, sin querer renunciar a su excelente manera de acompañar los alimentos, a su forma de aligerar los ánimos o de mantener la salud de los cuerpos.

En cualquier país occidental que se precie de su cultura, no hay fiesta, celebración importante, tanto de la vida privada como de la social, que no contenga el vino como uno de sus elementos más especiales. Brindamos con él por la salud, por el amor, por el nuevo trabajo, por el amigo que llega o el que se va. Él acompaña la firma de cualquier negociación importante, de cualquier tratado que ponga fin a una guerra o inicie una colaboración entre países. Él ayuda a los enamorados a desinhibirse. También, a veces, calma nuestras penas, y nos desfrunce el ceño y el alma. Y quienes empiezan una nueva etapa de su vida suelen alzarlo hacia la luz, igual que un líquido sagrado, y luego saborearlo, haciéndolo entrar despacio en su cuerpo, como si con él llegase hasta nuestras entrañas la energía y la fuerza de la tierra misma.

Porque, a fin de cuentas, eso es lo que es el vino. Energía y fuerza de la naturaleza, transformadas en ese proceso alquímico, misterioso, que convierte el fruto en el elixir de la buena fortuna. Vosotros, mujeres y hombres de Mollina, sois los magos que creáis el hechizo. Vuestras manos de viticultores acaban de recoger cuidadosamente las uvas delicadas, agachándoos sobre las pequeñas viñas con el cuidado que pondríais en recoger piedras preciosas. Sois vosotros, los bodegueros, quienes vais a seleccionarlas y quienes las prensaréis con mimo y las almacenaréis en los toneles y las barricas donde acabarán convirtiéndose en el líquido de los dioses y de los hombres sabios. Y luego seguiréis podando las plantas, mimándolas con la sabiduría que habéis heredado de vuestros abuelos, para que, bajo el sol, sigan siendo las productoras originales de tanta riqueza y tanta felicidad.

Sois vosotros, los hombres y las mujeres de Mollina que os dedicáis al cultivo exigente de las viñas y a la meticulosa elaboración del vino, los auténticos protagonistas de esta fiesta. A veces, los demás, los que nos limitamos a disfrutar del fruto de vuestro trabajo, os ignoramos. Es cierto. Y es injusto. Por eso yo he querido esta noche, en este comienzo de vuestra Feria, rendir un homenaje, más que a ese producto maravilloso, a todos vosotros, los trabajadores que lo hacéis posible.

Antes de que alcemos las copas, y dejemos que el vino espejee bajo las luces y corra alegre por nuestra sangre, antes de que brindemos por la cosecha de este 2012 y por un futuro estable y feliz, permitidme que os dé las gracias en nombre de los miles y miles de personas que van a disfrutar de vuestro esfuerzo sin pararse quizás a pensar en él. Mi respeto, mi admiración y mi reconocimiento para vosotros.

Quiero acabar lanzando en esta noche de fiesta un canto de alegría: Viva el vino, y las mujeres y los hombres de Mollina. Vivan sus tierras y sus frutos. Viva Mollina.





Las imágenes que acompañan a este texto son el cartel de ese año y una imagen de la pregonera tomada de su página de Wikipedia.








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