FERIA DE MOLLINA VISTA POR ANTEQUERANO. 1918

Recorte de El Sol de Antequera, dieciocho de agosto de 1918.






El Sol de Antequera
, creado ahora hace cien años traía en su publicación del año I, número 8 del día dieciocho de agosto de 1918 esta crónica de la Feria de Mollina escrita por el enviado especial Juan Ocaña. 

Decía así:


DE NUESTRO ENVIADO ESPECIAL
MOLLINA EN FIESTA

Hemos salido de Antequera a las ocho de la noche para ir a Mollina. La amabilidad de un amigo, todo franqueza, nos ha deparado cómodo vehículo. Es un coche bueno entre los buenos, con un tronco de caballos ágiles y fuertes, medio magnífico de que disponemos para salvar los catorce kilómetros que nos separan de la localidad vecina.
Llevamos por compañía unas muchachas, con las cuales se podría, sin contratiempo alguno, darle al mundo la vuelta: ¡así es de agradable y simpático su trato! Unas cuantas canciones que expontáneamente dicen, y que seguramente su recitado estorbamos, al incorporarle nuestra voz que de afinación siempre anduvo mal, parece hacen más fácil la marcha del carruaje que a trote largo y continuo se desliza por la carretera, muy concurrida.
Cruzarnos por la Verónica y el rostro del Cristo que hay en la fachada del caserío, recibe nuestro saludo y una oración; pasamos el Guadalhorce, que no lleva en su cauce absolutamente nada del liquido elemento; dejamos atrás la carretera de Campillos y vemos las luces eléctricas del cortijo de las Dos Encinas en el cual una mano hábil dio con agua en proporción tan abundante, que los motores no cesan en la tarea de verterla sobre campos, que son porciones no pequeñas de la tierra de Promisión.
La fuente de Mollina, a unos tres cuartos de legua del pueblo y los lavaderos, lo dejamos a nuestra izquierda, así como las Caletas, la carretera a Humilladero y Fuente-Piedra y la que llevamos que conduce a la Alameda; Hemos dado media vuelta a la derecha y por un camino que llaman Paseo, sin apenas arbolado, llegamos a la población para nosotros nueva y que ha de albergarnos unas horas.
Todo allí es bullicio y animación ¡que no en balde son las vísperas del santo de su patrona la Virgen de la Oliva! No hay mollinato en muchas leguas a la redonda, que no dé su escapada para ver las fiestas, sea casero de alguna finca o bracero simplemente.
La plaza, expléndida (sic) y amplia, está de bote en bote, no siendo pocos los antequeranos que saludamos; en ella se queman fuegos artificiales y se oyen las notas musicales de una banda que dirige el Maestro Nacional D. Sebastián Delgado, padre de la criatura, pues a él se debe su existencia y desarrollo.
Abundan los pin-pan-pún, los puestos de turrón y avellanas; cantan en las puertas de los cafés de Herriza y Pistolas, en tablados preparados ad hoc una notable cupletista y el "Niño de Cabra"; la serena no ha cesado en toda la noche de dar vueltas y tocar el organillo.
En una buñolería  nos reunimos antequeranas y antequeranos en número de treinta; habilísima la dueña en la hechura de la fruta de sartén, no nos abastece en la medida que las 30 bocas piden. Una vez llenos de combustible nuestros hogares, damos un paseo más por la población, que, sin ser «Ciudad ni Villa en más grande que Sevilla».
Son las cinco de la mañana; nuestros cuerpos han gastado ya buen número de calorías, las últimas que nos quedan, las reservarnos para ver enganchar y subirnos al carruaje.
¡Bien hace Mollina festejando a su Patrona!
JUAN OCAÑA.


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