MOLLINA APARECE EN CUENTO DE DÍAZ DE ESCOVAR. 1932. Y JORNAL DE ACEITUNEROS.

En la imagen el monumento en el parque de Málaga al autor del cuento con su ¿inevitable? pintada embellecedora.






Publicado en El Sol de Antequera el 18 de setiembre de 1932 , sale Mollina de refilón en este cuento de Narciso Díaz de Escovar:



CUENTECILLOS DE MI TIERRA
EXCESO DE CELO
Hace muchos años que conocí a Saturnino Manzaneque, cuando ara empleado de la Empresa de Consumos de Málaga. Era el principal accionista de esta Empresa Pepe Orozco, joven entonces rico, mujeriego, dueño de una de las mejores ganaderías de España, traductor de obras francesas y poeta de ocasión. ¡Quién le había de decir que tan pronto la fortuna le volvería la espalda ofreciéndole el Calvario de una vejez tristísima, pudiendo decir como el poeta:
 Aprended flores de mi
lo que va de ayer a hoy.
A Orozco le fué recomendado Saturnino como hombre honrado. Y lo era en efecto. Mas a los pocos días resultó que era más bruto que honrado. Por cualquier pequeñez se enredaba con los arrieros a garrotazo limpio y por introducir el «consabido pincho» en las cargas atravesaba el lomo de los animalitos que las conducían.
No queriendo Orozco dejarle cesante, pues no ignoraba que tenia mujer y ocho hijos que mantener, lo separó de los fielatos y lo trajo a los almacenes para que ayudase a cargar y descargar los efectos que se traían para los reconocimientos. AHI servía de burla a tos carreros hasta que apercibido de ello dió cierta tarde un puñetazo a uno de los mozalbetes burlones que le aplastó la nariz como si fuese un tomate maduro.
 Por aquella acción vióse despedido definitivamente y el infeliz estuvo más de un mes de la Ceca a la Meca buscando colocación, sin hallarla. Llegó a muchas puertas y todas las víó cerradas.
Desesperado pensó ausentarse y como en Antequera tenia un sobrino que era comerciante en telas, con tienda abierta en la calle Estepa, gastó los últimos ahorrillos que le quedaban en un billete de tercera y se plantó en la vieja ciudad, aquella de la que dice el vulgo, por cierto sin razón:
 De Antequera
 ni mujer ni montera
 y si algo ha de ser
 mejor montera que mujer.
No le hizo gracia a su pariente, que era un caballerete bastante egoísta, la llegada de su deudo, pero fingió casi alegría, le abrió los brazos y le dió mesa y cama, aceptándolo como huésped. Dióse a buscarle colocación, habló con el alcalde, interesó al cacique, pero todo inútil. En esto acordóse et comerciante que su amigo don Lesmes estaba terminando la instalación de un local para cine.
 Le buscó y llegó a buena hora. Justamente necesitaba un hombre que cuidase de lo que pudiéramos llamar orden interno en el cine, vigilando a los pintores, acomodadores y músicos.
 Le ofreció tres pesetas diarias y tanto Saturnino como su deudo vieron et cielo abierto y realizadas sus cortas aspiraciones.
 Llegó la hora de la inauguración del cine, al que se le dió el pomposo y pretencioso título de «Nom plus ultra», que quiere decir, v esto lo decimos en secreto a los que no sepan latín "¡EI no más allá!». Me parece que el titulito se las traía.
 Enterado don Lesmes de que estaba en una posada una murga, o banda de música, que salía al día siguiente para la feria de Mollina, creyó prudente contratarla para que tocase en la puerta del cine.
Por media docena de pesetas tuvo a los murguístas a su disposición y se comprometieron a tocar de cuarto en cuarto de hora, aunque repitiendo las piezas del repertorio.
Encargó a Saturnino que de cuando los visitase para que no cesaran de tocar.
Media hora antes de la anunciada para comenzar el espectáculo, los murguístas dieron principio a su faena con un pasodoble, que ni su autor lo conocía.
 Saturnino notó que todos tocaban menos el bombo que se limitaba a fijar sus ojos en el papel. Acercóse al músico y te dijo.
 —Compare ¿osté no toca?
—Ya tocaré. Es que tengo veinte compases de espera, o de descanso para que me entienda mejor y no me corresponde tocar todavía.
 Aquella contestación no le gustó. Con tono poco cortés replicó:
—¿Cómo no, señor vago? A tocar, a tocar, aquí no espera ni descansa naide, que pá eso el Empresario paga la música.

 Narciso Díaz de Escovar.






Por cierto en este mismo número aparece el jornal dispuesto para la gente del campo. Un aceitunero cobraría 5 pesetas al día. Mujeres y zagales, 3,50. Para hacernos una idea: en el café de Manuel Vergara Nieblas en la calle Estepa se vendía una lata de un kilo de pasta flor de avellana y almendra por 6 pesetas. La de un cuarto, a 1,70.







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