IX PREGÓN DE LA VENDIMIA. ANTONIO DÍEZ DE LOS RÍOS. 1995











El pregonero de 1995 fue Antonio Díez de los Ríos, rector de la Universidad de Málaga. El cartel era de María Pinto.





Pregón de 1995:







En esta noche, en que la Plaza de Atenas es un clamor de feria en medio de cepas vendimiadas. En esta noche, en la que el cielo de Mollina ha vuelto a ser, de nuevo, “orgía de luz y tambores, gloria de un pueblo embriagado de amistad…”

En esta noche me siento feliz de estar entre vosotros. Me siento honrado de pregonar vuestro vino con el corazón puesto en esta tierra. La Universidad y el vino son dos realidades llamadas a permanecer. Se encuentran por encima del tiempo, o le sobreviven, quizá porque forman parte de nuestra esencia, de nosotros mismos. Ni siquiera la Historia se atreve a otra cosa que no sea añadirles solera, engrandecerlos.

Al cabo de los siglos, Cultivo y Cultura siguen estando unidos. Tan unidos como cuando el latín les dio una raíz común que servía para cultivar, por igual, la vid, el saber y la amistad. Una raíz que se perdía en la memoria del tiempo, cuando el tiempo y los años se contaban también por vendimias, según la costumbre de la otra Atenas, la clásica: aquella Atenas en la que, como dijo en Mollina Antonio Gala, hasta la naturaleza era tan sobrenatural que cuando miraba a su alrededor sólo veía dioses por todas partes.

Tal vez no fuera casualidad que Dionisos, el dios del vino, estuviese entre los más populares de la ciudad ateniense. Hijo de Zeus y de la mortal Semele, Dionisos no era un dios corriente; era un joven mortal que al llegar a la adolescencia aprendió de su tutor, Silenio, la manera de iniciarse en eso que llamaban misterios del suelo y de las ocultas riquezas minerales. Empezó por transmutar en vino el mosto de las uvas; y continuó descubriendo, en lo profundo de su diafragma, ese cálido vertimiento del vino griego; su ardiente dispersión por las arterias; esa sensación, casi sagrada, de abandono consciente… que lleva a alcanzar una bienhechora inconsciencia.

Dionisos, que llegó a ser a un tiempo dios del campo y dios de los misterios, tuvo que ganarse la divinidad con el sudor de su frente: haciendo milagros. En eso, como en tantas otras cosas, los griegos fueron también precursores de nuestro tiempo. Porque hoy, cualquier pueblo, cualquier ciudad, cualquier industria, ha de inventarse cada día un nuevo milagro para tener un lugar bajo el sol. El mejor ejemplo está precisamente aquí, en los hombres y mujeres de Mollina; que saben mejor que nadie cuánto esfuerzo es necesario para llegar al Olimpo de los vinos.

Por eso, esta noche, entre obreros de pura cepa, en plena fiesta de la vendimia, me siento pregonero de ese milagro que cada año se escancia para transmutar en oro el plomo de nuestra existencia cotidiana; pero me siento, sobre todo, pregonero de una Mollina que tuvo confianza en sí misma; y que, en un momento dado, cuando su mundo más inmediato le pareció injusto y corto, en vez de pararse a analizarlo desde el pesimismo, soñó con otro mundo mejor. Y consiguió cambiar el rumbo de su propia historia, cabalgando libre sobre vino generoso.

Esta noche siento la belleza del color de ese vino vuestro que, en frase de Ortega, da brillantez a las campiñas, exalta los corazones, enciende las pupilas, y enseña a los pies la danza. Porque hoy, la belleza tiene el color del vino de Mollina.

De Mollina, llanura de sueños; y de versos que se derraman desde las vides; de Mollina, blanca de cal y luz; de Mollina que escucha el silencio pasear por la carretera de la Alameda; de Mollina, donde el progreso fermenta todo el año en un relámpago de vino.

De Mollina, tierra de obreros valerosos que se adelantaron en la solidaridad; que lucharon por un mañana de vino y rosas para que todos gozáramos de un poco más de libertad en este fugaz momento que es la vida. Obreros del vino que, como cantó Salvador Rueda:

En hileras caminan a los lagares

 y dejan como estelas por los senderos

los andaluces dejos de sus cantares.

 Obreros del vino…

Por cuyos ojos curtidos baja y rutila

el manantial de sudores,

 que el cuerpo humano forma y destila,

 diamantes coronados de resplandores.

Sólo vuestro trabajo ha hecho posible que en Mollina se cumpla la máxima, según la cual “En el vino está la verdad”: en ese vino de color de río dorado, deslumbrante, que por las gargantas canta proezas, que ahoga rencores y mece indolencias. En ese vino que hará flotar los secretos y nos recordará el misterio que un día prendó al poeta persa Omar Khayyam, y le hizo ofrecer todas las riquezas por un cáliz de vino generoso; todos los libros y toda la sabiduría de los hombres por un suave aroma de vino. Todos los himnos de amor por la canción del vino que fluye.

Ojalá que siempre escanciéis vino generoso de libertad y progreso.

Ojalá que la canción de vuestro vino siga siendo un himno de solidaridad que fluya a través del tiempo y la vida.

 Que fluya desde la Plaza de las Flores hasta la calle Albaicín. Que suba por la calle Real hasta Carreteros…

 Y desde esta Plaza de Atenas llegue hasta el cielo.

Que conmueva a los dioses de esa lluvia que tanto necesitamos.

Lluvia de libertad que fertilice las mentes y las limpie de intransigencias.

 Lluvia de solidaridad que nos aúne frente a egoísmos.

Lluvia que haga crecer las vides y nos traiga mil noches más de magia. Mil noches más de clamor de feria, entre cepas vendimiadoras y versos de Salvador Rueda.

Amigas y amigos de Mollina: Que arda en el vaso el transparente vino. Que el entusiasmo inflame nuestras venas. Y brindado gozosos por esta tierra. Alzad las copas; que los labios beban, siempre a la salud de Mollina.





Las imágenes que acompañan a este texto son una imagen del Rector Magnífico D. Antonio Díez de los Ríos  y del cartel de ese año.





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