VIII PREGÓN DE LA VENDIMIA. INMACULADA JABATO. 1994










                Tras el fiasco de 1993, la elección de pregonera de 1994 fue un total acierto. Es verdad que no era un literato de relumbrón como los que habían venido años antes, pero lo cierto es que la apuesta por Inmaculada Jabato, Málaga, 1957, fue una lotería ganada para el acervo cultural de Mollina.

                Inmaculada Jabato no traía un currículum de grandes obras publicadas, pero venía llena de recuerdos infantiles. Su tío, José Jabato, el cura, había bautizado o casado a media Mollina allá por los años cincuenta. Y ella venía todos los años a la casa cural de la plaza de la Constitución con lo que su memoria estaba llena de las calles y de las gentes del pueblo.

                Si a eso se le une su capacidad como comunicadora, su experiencia en radio y televisión y su gracia personal, ya tenemos unos buenos ingredientes para un buen pregón. Uno de los mejores.

                El cartel de ese año llevaba la firma de Mari Carmen Corcelles. Pintora malagueña que logró captar, dentro de su estilo, el espíritu de las viñas durante el periodo de transición del invierno. Su sensibilidad y amor por los vinos de Mollina ya quedaron, así, unidos. Otro cartel de los mejores.



                Éste es el pregón que nos dejó Inmaculada Jabato:





El pregón de Mollina, es muy importante y yo si os parece, os puedo añadir algunas notas. Por ejemplo: de dónde vengo, que vengo de la mar, y que me he escapado para una noche de ensueño desde esa Ciudad que vive partida por arroyos y por ríos, que respira, que sueña, que agrada o decepciona, ajena a todo y mirando impúdicamente al Mediterráneo. Una Ciudad, que es la capital que compartimos todos, y que desde que nacemos en ella, nos enseña a pensar, a hablar y a elaborar un vocabulario que está hecho por fuerza de rocallas, de algas, de rocas y de humedades salinas y así es también como yo empecé a organizar mis palabras y mis discursos.

Y es por eso que me cuesta mucho inventar algo que tenga que ver con el ocio, con el placer o con el divertimento en un entorno que no sea ese, que es el mío, y es el cotidiano. Pero por lo que veo, esas circunstancias no acobardaron a mis anfitriones y me invitasteis a hacer un discurso que tenía que transcurrir forzosamente en un paisaje muy distinto. Yo os confieso que para mí, el interior y los pueblos que lo componen, y con los que estoy vinculada, han sido siempre morada de paso. Cortas estancias, en las que apenas he estado poco tiempo, en las que apenas he podido echar raíces. Que he conocido a alguna de sus gentes, que he vivido momentos entrañables, eso sí, he podido sorprenderme con algún rincón, que era hermoso, pero que siempre me daba miedo, porque pensaba que cuando volviera, quizá ya no iba a estar ahí.

Con esos mimbres, tan pocos, y con el afán y la ilusión de seduciros que tenía esta noche, de verdad que vuestro encargo, el nombre de Mollina, se me repetía imponente, inflado, no sólo es ya responsabilidad profesional, y sobre todo porque se me presentaba como una deuda contraída y construida a base de los amigos, de los insignes pregoneros que me han precedido y sobre todo porque forzosamente pensar en Mollina me obligaba a sortear este ejercicio literario, escabullendo ausencias, que, dolorosas, se me imponían. Porque de haber vivido ellos, me hablarían mucho mas de este pueblo, y que se me hacen llevaderas, aunque a veces también insoportables.

Pensar en esta noche era saber de antemano que echaría aún más de menos a los míos, que hoy no están entre nosotros. Y que, orgullosos si consigo alguna frase afortunada, brindarían conmigo por esta bendita vendimia.

Pero una está ya acostumbrada a aguantar el tirón, igual que vosotros, aguantar el gesto de mirar atrás, por más duro que resulte, pensando que eso nos ocurre a todos, aceptando que el camino, no siempre se hace a derechas, y porque también nos libera saber que esto, o lo que nos ocurre, o lo que vivimos no depende solo de nosotros. Entonces, seguir intentándolo.

Arranqué desde mi infancia para aprender cómo Mollina ha ido creciendo y madurando desde el pueblo aquel que yo recordaba, para llegar a ser este que hoy se le nombra como sede de acontecimientos europeos, o lo que es más oportuno ahora, cuando se quiere hablar de la importancia de los vinos de Málaga.

De cuando yo era una niña, y aquí vivía parte de mi familia, se me deshilvanaban los recuerdos, ajenos cuando se produjeron a que yo los iba a convocar años más tarde, en una hermosa noche de septiembre. Por eso recurrí a mi amigo José Antonio Sánchez, cuyos padres reposan, ya para siempre, en esta tierra color de vino.

Sólo él, porque es poeta, podía tejer la urdimbre con que se construye hoy esta trama que pretende ser hermosa. Él si podía contarme de su infancia, y así podía trazar conmigo un bonito juego de coincidencias, porque con los ojos cerrados, escuchaba yo su relato, y yo era también ese niño que él fue. Y podía sentir su mismo gozo de cada verano, cuando desde la estación de Fuente Piedra tomaba la Pimpinela para llegar a Mollina. Ya en el camino, esa parada obligada en Santillán, para refrescarse, en un rito del que no se prescindía nunca y que marcaba el inicio de una lúdica liturgia para unas vacaciones llenas de momentos mágicos e irrepetibles.

Y me habló José Antonio, y yo podía sentirlo con él, de la sensación de libertad que recordaba cuando salía a corretear por los fragantes campos de matalahúga y los resecos rastrojos, algo que convenimos no haber vuelto a sentir desde entonces. Y, por supuesto, todo ello, ante el telón velado y azul de una Camorra omnipresente donde situaba, por las historias que de niños habíamos oído, la cuna de todos los misterios. Como final de ese juego, mitad literario, mitad sentimental, íbamos a coincidir en esos viñedos a los que acudían muchos de los niños, que hoy ya de adultos, me escucháis. Cuando la siesta da a Mollina esa apariencia de un apacible y silencioso claustro, vorazmente esos niños se atiborraban de aquellos cálidos y dulces racimos que pendían de la vid. Con la sensación de estar rememorando el beso más antiguo del mundo, y luego de una forma espontánea, se coronaban de pámpanos para seguir, casi febrilmente, con aquella fiesta, que año tras año, se organizaba en las viñas a esas horas en que el calor y el zureo de las palomas modorran los olivares.

Abrí los ojos que había mantenido cerrados durante su relato, y todavía le oí decir, que, al fin y al cabo, siempre es lo mismo. Que, desde Dionisos hasta hoy, somos los seres humanos, los únicos capaces de sonreír y que lo hemos aprendido al par que necesitábamos corresponder a ese lúdico espíritu de la uva, que hace también lúdica una existencia nada prometedora y ya en un abrazo cómplice, de esos que nos damos los amigos cuando nos hemos tomado un par de copas, hicimos un brindis universal, y lo hicimos porque tenemos capacidad para divertirnos, para gozar, para enamorarnos y sobre todo para sobreponernos.

Ya iba empezando a tener otro color la base para haceros el pregón, empezaba a surgir casi con el mismo primor con que vosotros elaboráis los caldos que tanto prestigio os están dando. Que no os pueden las sequías, que no os pueden las heladas, los cambios de estación y los de calendario, porque se nos ha aparecido una vendimia tempranera y aun así vosotros, nos prometéis un vino más dulce si cabe, pues pagaremos lo que haga falta, que buenas lecciones de amor a los propios, enseñáis, y que constituyen también parte de esos mimbres que necesitaba y que siguieron creciendo todavía más cuando fui conociendo mollinatos de nacimiento, de corazón que me iban presentando, de esos, que como a Miguel Ramos, se os llena la boca cuando habláis de vuestro pueblo, de este paisaje, de esa luz, que tan hermosamente ha fijado para siempre Carmen Corcelles en el cartel. De su historia, de su gente o de su fiesta. Qué pasión ponéis en los elogios, ¡qué pasión pone Miguel!, qué ganas de reprocharos o de reprocharte, qué puñetas hace falta que vengamos los de la gran capital a deciros lo que hay que celebrar y que vosotros tan intensamente festejáis.

Pero poco a poco fui entendiendo y atando cabos. Desde aquella reunión aquí en el pueblo donde me enamorasteis con vino helado, con risas, con sandía y con uvas al amanecer, en un festín de buenas intenciones, comencé a entender esta filosofía placentera de flirtear por una vez con quien apenas o nada nos conoce. Y a eso que no lo llamen traición, es la conducta del que sucumbe al amante, la que adopta Mollina en su fiesta de la vendimia. De ese amante que nos seduce, que hace añicos la rutina de un día a día, cuyo vocabulario está hecho de palabras y caricias repetidas, para descubrirnos uno tan hermoso, que, al desplegarlo, pareciera que acabara de inventarlo. Es el goce de una vez conquistado, enseñar solo lo mejor que poseemos, porque el que nos está amando, no quiere saber nada del antes y el después del encuentro. Es al fin el alivio de quien, al acabar, solo dirá hasta la próxima sin haber promesas ni fechar la cita que, de ser a menudo, igual no podíamos resistirlo.

Así de voluptuosa y sensual me siento en esta fiesta y así de lista y de hedonista, me resultas ahora, Mollina. Buscas pregoneros para año a año ir ganando amantes, porque para hablar de ti, para deshacerse en piropos, para disfrutarte y beberte trago a trago, hay que estudiarte y conocerte antes, no vaya a ser que se nos quede atrás algo, y hasta eso sea lo mejor. Y ahí es donde nos atrapas, cuando pavoneas porque puedes de tu historia, cuando nos asombras y con razón de tu pasado, desde lo neolítico, hasta lo romano; cuando, como quien no quiere la cosa, nos muestras el proceso de tu formación como pueblo, y tu independencia para conseguir, Mollina, que se le salten a otros la hiel, cuando nos cuentas como luchaste por tus libertades, cómo hubiste de superar el anonimato forzoso de muchos de tus héroes, el lastre de la emigración y cuando, sobre todo, hoy presumes, porque puedes, de ir en el carro de la democracia, con el trabajo en equipo, con la europeización y sobre todo, con la calidad y la cultura.

Así es la historia de tu estrategia para coleccionar pasiones y por si fuera poco, Mollina, mujer moderna e independiente, eres tú, quien al final, hasta pones los vinos, y no importa cuántos vasos hagan falta para brindar por ti, adornada durante todo el mes de agosto y engalanada hoy para la mejor de las fiestas, por supuesto para brindar también por los que detrás de ti. No olvidemos cuán grandes son los hombres que están detrás de una gran mujer y que han conseguido con su esfuerzo, su trabajo, su ayuda a la evolución de lo que es puro y es nuestro, la dimensión de tu nombre entre los vinos de Málaga. Y así, con la euforia moderadamente feliz de una cultura del buen beber, que los jóvenes deberían conservar, el pregón es conciso y sale solo. Que pregonar es proclamar a los cuatro vientos, pregonar es decir con intensidad, es alzar la voz e incitar casi a la rebelión y al amotinamiento, al grito de Carpe Diem o lo que es igual, disfruta del momento si es bueno. Apura el cáliz de la vida, que tanto hermoso nos regala, que, aunque también castigue, que lo hace, premia también muchas veces con justicia y con buenas cosechas, con afectos y con una salud de hierro, que ojalá el mundo exprimiera más el placer y el disfrute, e hiciera verdad ese bien nacido legado moral, que consiste en agradecer a la naturaleza sus dones.

Fíjate, Mollina, con qué pocas frases voy a pregonar tu fiesta de la vendimia, porque, aunque imaginen el día a día, problemas y dificultades, malas cosechas, impaciencias y otras cuitas, no pueden ser esta noche y aquí, asunto mío. En cualquier otro momento, de verdad que lo compartimos, pero ahora mala invitada sería, y mal invitado es aquel que se nos mete en casa para revolverlo todo. Yo me limito a ir a gusto a sentarme a vuestra mesa, a negarme a probar esta noche, ni un cubata, ni un güisqui, ni un chopito, a negarme a probar nada de eso y a beber, sobre todo, como me enseñó mi padre: tapeando siempre, me decía. Poned si queréis, que me siento en vuestra mesa, en cualquiera de los platos, esa inmensa chacina que tenéis, un poquito de carne y luego aún con la copa vacía, enseñadme por donde empiezo. Si abro boca con un dulce, un seco, o un dulce natural. Enséñanos tú, Mollina, color de vino, cómo se disfrutan las fiestas que coronan un duro y difícil año de trabajo, que a mí no me importa hoy acabar al amanecer, cantando una canción que me enseñó el padre Jabato para las excursiones, y que contaba la historia de Facundo, la historia de un rebelde que se escapó de casa y se escondió en una taberna, y bebió tanto vino, tanto vino, que se lo llevaron para el hospital. Y contaban que, al abrirle las tripas en dos cachos, salió tanto vino, tanto vino, que los empapó.

Así te quiero, Mollina, en tus fiestas: empapando al mundo de todo lo bueno que pueda surgir en torno a una copa de buen vino, risas, ternuras, afectos, ideas y sobre todo paz, y hazlo como los fuegos artificiales que hemos oído antes, con un estruendo que llegue hasta los confines del mundo, barriendo a su paso fronteras, odios e intolerancias, que nosotros vamos a convocar aquí esta noche al mismísimo Baco, para que retorne una francachela eterna. Que venga con sus pífanos para que nos adormezcan hasta dejarnos las manos propicias para el amor y el corazón dulce como este vino que voy a levantar a vuestra salud. He dejado para el brindis final, los versos con los que José Antonio Sánchez, mi amigo el poeta, me regaló como si fuese otra vez una niña, el día que nos juntamos para hablar de este pueblo:

“Te coronará el tiempo como a las vides,

 con la fresca sombra de los pámpanos,

 y dentro llevarás raíz eterna,

los vinos que fueron año en año

 dándole regusto a los recuerdos,

 te coronará la vida como a mí,

 una tarde que ya tenía la noche por vecina,

que ya estaba cerrándose de flores

 en los perfiles azules de Mollina”.



 ¡Por la vendimia!





Las imágenes que acompañan este texto corresponden a una imagen de la pregonera,  al cartel de Mari Carmen Corcelles, y al azulejo con su texto colocado en la esquina de la calle de Carreteros mirando hacia la casa donde pasaba sus veranos Inmaculada Jabato.













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