XI PREGÓN DE LA VENDIMIA. LUIS GARCIA MONTERO. 1997

Mil
novecientos noventa y siete fue un buen año. Pregonero y cartel de categoría.
Luis García
Montero, Granada, 1958, ya había ganado el premio Adonais en 1982 por su obra El jardín extranjero. Poeta de La otra sentimentalidad, grupo granadino
de buenísimos poetas de los ochenta, se convirtió en uno de los creadores más
representativos de la Poesía de la
Experiencia, de tanta importancia en la poesía hispánica de estos últimos
años. Actual director del Instituto Cervantes, es el poeta más leído en español
en lo que llevamos de siglo.
Su pregón,
trabajado, queda como una joya del patrimonio cultural de Mollina. Además, el
día siguiente a éste nos regaló su columna en las páginas de Andalucía del
diario El País, que ya ha sido publicada en este blog.
El cartel era
obra de Lorenzo Saval. Director de la revista Litoral, nos dejó un collage
característico de su obra con el que Mollina pudo pregonar sus vinos aquel
1997.
Éste es el
magnífico pregón que nos regaló Luis García Montero:
En todas las fiestas además de divertirnos y
de tirar el corazón por la ventana, dejamos un testimonio íntimo y colectivo
sobre el tiempo. Decía Federico García Lorca que los días de fiesta convierten
a los almanaques en un tiovivo.
Fechas que vienen, se van y regresan en la
rueda del tiempo. Las fiestas populares abrazan siempre el pasado y el futuro,
significan recuerdo y profecía, una alianza entre la memoria y el porvenir. Un
día de fiesta es el mejor gesto de vida que puede ofrecernos la tradición, el
ejemplo de que los otoños se descomponen en los campos para preparar la cosecha
próxima, porque la fiesta que huye, abre la puerta al día que debe venir. Los
días de feria son, como los ancianos de la tribu que se reúnen en la noche
diluida de los tiempos al calor del fuego.
Todos contamos lo que antes nos han contado.
Los antiguos patriarcas empezaban sus historias con un regreso emotivo a la
memoria: “Yo, hijo de alguien, nieto de alguien cuento estas historias que
antes me contaron a mi” pero en ese regreso al pasado había siempre una
invitación al futuro, la certeza de que algún miembro de la tribu vendría a
recoger la palabra, a entonarla para que la historia continuase y la sociedad
tuviera conciencia de sus raíces y de su existencia colectiva”.
Los días de fiesta se suceden como las
cosechas, cantan el presente; pero son un medio de trazar puentes entre el
pasado y el porvenir. Aquí estoy yo, viviendo con orgullo esta invitación a
pronunciar el pregón de la Vendimia de Mollina, no solo por la significación de
este pueblo andaluz, sino porque antes que yo, como patriarcas de nuestra tribu
en medio de pregoneros de mucho prestigio, han hablado también otros poetas.
Aquí vino Rafael Alberti a pregonar sus versos y contarnos su vida. Su vida de
poeta culto y popular, esa vida iniciada en 1902 un año de grandes tormentas y
de movilizaciones campesinas y que fue rodando por los calendarios, para
superar guerras, dictaduras, exilios y otros terrores de nuestra historia
contemporánea. Hasta Mollina llegó Fernando Quiñones para cantar el nacimiento
del vino, al hilo de sus crónicas desde la antigüedad latina, hasta la realidad
última. Aquí habló José Manuel Caballero Bonald para afirmar que el vino
encierra su sabiduría, porque existe siempre una forma de beber y de vivir. El
queridísimo maestro de Jerez lo ha ido confirmando desde que publicó su primera
novela 2 Días de Septiembre que por encima de personajes y de dramas la
verdadera protagonista es la Vendimia. Y a Mollina, a pregonar su Vendimia
llegó el poeta Francisco Fortuny para recordarnos la raíz común de cultura y
agricultura, de campos y personas cultivadas de civilización y viñas.
Siguiendo la rueda como un eslabón más en el
fluido incesante de la cultura andaluza. Aquí estoy yo, para pregonar la fiesta
de la Vendimia, para recorrer con palabras, la fiesta de la cosecha pasada y
abrir la del próximo año. Ya he dicho antes que las fiestas populares son las
verdaderas plazas públicas de los calendarios. Fiestas de barrios, fiestas de
pueblos, fiestas de ciudades y naciones. A la sombra de las fechas marcadas por
las tradiciones religiosas, por los ciclos de la agricultura ó por el azar de
las asociaciones y las cooperativas, los calendarios se visten de fiesta, se
llenan de plazas con olor a verbena.
Estas semanas intermedias de septiembre, en
las que el azul del cielo se carga de lentitud y la vegetación se abandona a
sus transformaciones secretas, la caída del verano, parece una buena época para
las fiestas porque los trajes limpios y los bailes, ofrecen siempre una
meditación sobre el tiempo. Las fiestas son así, llegan, viven el presente con
una vertiginosa fugacidad y se escapan por las ruinas de los almanaques, pero
con voluntad de regreso. Todo es cíclico, monótono como el ruido de una noria,
previsible como una lección de filosofía primaria dictada por la naturaleza.
Todo está escrito, solo cambia los figurantes. Sin embargo, las fiestas de la
Vendimia de Mollina, parecen otra cosa. Son, al menos para mí, que me he
acercado con interés y deslumbramiento sincero a la historia de este pueblo,
una elección de vida y de autoridad humana sobre la naturaleza.
Durante muchos años, este pueblo malagueño
soportó la pobreza, la condena a una existencia dura, el totalitarismo de la
necesidad andaluza. Aunque en otras comunidades de España suelen esgrimirse
muchas ofensas nacionales, en busca siempre de nuevos privilegios
presupuestarios, será difícil encontrar en el Norte una existencia tan ofendida
por el hambre y la necesidad como la del campesino andaluz. Los habitantes de
Mollina como los de toda Andalucía supieron asumir el reto de la historia.
Desde su formación independiente en los inicios del Siglo XIX quisieron
oponerse a la razón de la miseria establecida al orden razonable de los
poderosos.
Bajo las extremas condiciones del Cortijo de
la Ciudad, los mollinatos se enfrentaron a la sequía y a la tormenta. La
asonada de Mollina de 1861 se convirtió en un antecedente inmediato de la
revolución de Loja, mítica, entre el campesinado andaluz. En 1881 se constituyó
en el pueblo una federación revolucionaria integrada en la Internacional
Hispánica. La oposición de los campesinos de Mollina al ejército franquista
supuso uno de los episodios más escalofriantes del golpe de Estado de 1936.
Mientras la copla y el andalucismo barato,
alegraban los tablaos de la postguerra española, Mollina, al igual que otros
pueblos andaluces se desangraba a causa de la necesidad. Sus campesinos
tuvieron que emigrar entonces a Cataluña y al País Vasco, dos comunidades muy
ofendidas por los negocios multimillonarios del franquismo. Fue entonces cuando
el pueblo decidió reaccionar; pero esta vez, no solo contra la razón de los
poderosos, sino también contra las tradiciones de la naturaleza. Durante siglos
el paisaje de Mollina repitió la estampa hermosa, meridional y austera de los
olivos y la tierra calma. Ya saben ustedes que en el cortijo de la Capuchina se
conserva un templete-mausoleo y un molino de aceite de la época romana. Mollina
enriqueció la tradición de sus cultivos, el paisaje milenario de los olivos,
con viñas jóvenes y fundó una Cooperativa de viticultores, que unió en su
nombre como los días de fiesta, la memoria y el futuro: Cooperativa Virgen de
la Oliva. En pocos años Mollina consiguió producir más del 80% del vino de
Málaga, unos de los productos andaluces con más leyenda. Mollina es hoy uno de
los pueblos más vivos de Andalucía.
Recuerdo aquí todo esto, porque la Vendimia
que estoy pregonando ahora, me parece una lección de historia, un ejemplo de
autoridad del ser humano sobre su propio futuro. El esfuerzo colectivo puede
superar la avariciosa mezquindad de los caciques y el dogma de las tradiciones
naturales, que a veces pasan con peligrosísima facilidad del paisaje a la
conciencia de la gente. Mollina ha demostrado que se puede escribir el futuro,
que la historia no es cíclica, que los almanaques no esconden un argumento
escrito por encima de nosotros y ha demostrado también que no basta con la
protesta, que no debemos instalarnos en la queja perpetua, que no podemos
cruzarnos de brazos, señalando lo injusto de la realidad y lo terriblemente mal
que se portan los demás con nosotros. Hay también que ponerse a trabajar,
buscar soluciones, crear infraestructuras, que son la base de cualquier poema
unirse a un esfuerzo colectivo.
Andalucía tiene una deuda histórica con
pueblos como Mollina, porque los días se pisan igual que los racimos de uva y
las palabras del mañana tienen el olor fecundo de las bodegas y de la
fermentación.
Las sociedades se unen siempre a causa del
miedo o de la felicidad. Las personas unidas por el miedo, aprenden a vivir con
las ventanas cerradas, sermonean, imponen leyes cargadas de prohibiciones,
forjan con solemnidad las cerraduras inconmovibles del orden, convierten la
conciencia en un almacén irrespirable de culpas y avariciosas batallas
puritanas, vigilancias devoradoras. Los vecinos de las ciudades y los pueblos
del miedo son enemigos de sí mismos, demuestran en cada esquina su
imposibilidad de convivencia, su culto a la muerte, su fracaso, existen solo
para sobrevivir. Sus pregones anuncian catástrofes, invitan al ayuno, contagian
a la incomprensión ante las diferencias, navegan en las aguas estancadas de la
tragedia y de los corazones sin deseo. Por el contrario, las sociedades que se
unen por obra y gracia de la felicidad, las sociedades que buscan la fiesta
abren las ventanas porque necesitan que entre el viento de los campos. Son
regiones propicias para la convivencia, para compartir, para soñar
colectivamente sobre el futuro.
Pregonar la vendimia es defender la
felicidad como el mejor vinculo, como el más deseable. El vino, tal como lo
comprendemos en Andalucía, significa una alianza. Alianza de bebedores y de
vida, un diálogo sobre el futuro y el tiempo, reivindiquemos sin culpa la
felicidad, es ésta una palabra sagrada entre gentes de bien, el sentido último
de la cultura ilustrada, el movimiento cultural que recogió la herencia del
Renacimiento en busca de la modernidad, fue la conquista de la felicidad
pública. Retomar la independencia y la libertad del ser humano ante la
naturaleza, sentirnos responsables de nosotros mismos, es inseparable de una
ética de la felicidad personal, se trata del derecho y de la obligación a
construir una sociedad feliz; pero la felicidad pública no puede apartarse de
la felicidad privada, de la capacidad de disfrutar plena y libremente y sin
cortapisas de los placeres de la tierra. Los ilustrados fueron unos sabios en
el beber y en el vivir, porque la embriaguez es una forma de plenitud, una
apuesta por la vida.
José Cadalso, el escritor ilustrado, que
dejó en sus Cartas Marruecas el inapreciable testimonio crítico de lucha por la
sociedad feliz, dejó también en sus poemas testimonio de su sabiduría andaluza
libre y responsable ante la felicidad privada. Oigamos estos versos:
“Pues Baco me ha nombrado
virrey de dos provincias,
que de todo su imperio
son las que más estima;
pues ya siguen las leyes
que mis labios les dicta
de Jerez los majuelos,
de Málaga las viñas,
cobremos los tributos
de las uvas más ricas,
y mis alegres sienes
con pámpanos se ciñan;
y salgan en mi obsequio
las cubas más antiguas;
y que vengan bien llenas
y vuelvan bien vacías.
Canten mis alabanzas
al son de las botijas,
de jarros y toneles,
con sus voces festivas,
zagales y zagalas
de toda Andalucía,
y cuando asistieron
a la última vendimia”.
Esta anacreóntica de Cadalso, celebra el vino y demuestra que ya en el
siglo XVIII junto a Jerez, las tierras de la provincia de Málaga eran
consideradas una de las dos posesiones más importantes del imperio de Baco.
Mollina es hoy el corazón de ese imperio. Celebremos nosotros también esta
Vendimia de 1997 sigamos el ejemplo de Cadalso y de tantos andaluces
partidarios de la felicidad pública y de la felicidad privada.
Le ruego a todos ustedes que me hagan un
favor: beban y diviértanse, destierren las plazas y las tabernas desiertas, las
calles y las copas vacías de la faz de este mundo, tantas veces gris; olviden
el caserón áspero y monótono de los días laborables y sobrios, vístanse de
fiesta por dentro, corten el racimo de los días y písenlo hasta apurar el mejor
de sus zumos, demuestren el poderío de Mollina y de Andalucía. Suden mucho,
ríanse con ganas, canten, obedezcan al ritmo que imponen sus pies, coman, sean
felices, aprovechen la ocasión y no despidan el tiempo de esta cosecha de 1997
hasta que no intuyan la invitación de la Vendimia próxima. Brindemos a la vez
por hoy y por todos los retos que este pueblo tiene por delante.
Las
ilustraciones que acompañan este texto son una imagen del pregonero en Mollina acompañado por su esposa Almudena Grandes -fotografía proporcionada por los Servicios Culturales del Ayuntamiento-, el cartel de Lorenzo Saval, y dos azulejos con sus textos. Hay que decir
que, de todos los pregoneros, es el único con dos azulejos colocados en
Mollina.
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