XX PREGÓN DE LA VENDIMIA. SERAFÍN QUERO TORIBIO. 2006
Avalado por la
autoría de varios libros sobre el vino y el champán, el pregonero de 2006 fue
Serafín Quero Toribio, Porcuna, aunque domiciliado en la costa y en Alemania.
Paco Aguilar,
pintor y grabador malagueño nos regaló una obra para el cartel que no
desmereció en nada a la Feria de la Vendimia de Mollina.
Éste es el pregón de 2006:
Gracias por brindarme la oportunidad de
hablar del vino y de su vendimia aquí, en Mollina, tierra de vinos, en la que
la pasión y el misterio de Dionisos se hace realidad año tras año.
Es, por tanto, para mí un gran honor dar el
pregón de la vendimia, tradición que se remonta a la Edad Media, cuando la
vendimia se iniciaba con un redoble de tambores o un repique de campanas,
previa lectura del bando de la autoridad competente.
Vamos a hablar del vino, de sus símbolos, de
la vid como símbolo de la fertilidad y de su presencia en la cultura occidental
y del vino como libertad.
Pero en primer lugar habría que preguntarse
¿Qué es el vino?
“Esto me calienta la sangre, esto me sostiene continuo en mi ser; esto
me hace andar siempre alegre; esto me para fresca... Esto quita la tristeza del
corazón, más que el oro y el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza;
pone color al descolorado, coraje al cobarde, al flojo, diligencia. Conforta
los cerebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del aliento, hace
potentes los bríos; hace soportar los afanes de la labranza a los cansados
segadores; hace sudar toda agua mala; sana el romadizo y las muelas.” Así se
arrancaba la Celestina para describir el vino.
De las excelencias del vino cantaba un ciego
en los Pliegos de Cordel:
Yo alegro los corazones,
Doy buen color a la cara,
Engendro buenos humores,
Y hago estar la gente sana.
Soy leche para los viejos,
Para los mozos triaca,
Para los muchachos pan,
Para el enfermo sustancia,
Para el casado soy gusto,
Soy arrebol a las damas,
Para el flaco fortaleza,
Para el valiente arrogancia,
Para los ricos regalo,
Para los pobres vianda,
Para el caminante alivio
Y para el tabernero ganancia.
Cervantes en La Galatea, al hablar de la belleza corporal, dice que
ésta “consiste en que todas las partes del cuerpo sean de por sí buenas y que
todas juntas hagan un todo perfecto y formen un cuerpo proporcionado de
miembros y suavidad de colores”. Más bien parece que en lugar de la belleza
corporal estuviera describiendo el vino.
Proporción. Suavidad. Colores. He ahí el
secreto del más apasionado encuentro del hombre con la naturaleza. Proporción y
equilibrio en el alma que le atribuía Baudelaire, pura concentración de
colores, y fragante suavidad, cuando se acerca a nuestros labios. Eso es el
vino. Amistad que no se niega y compañía que no debemos defraudar. El vino es
cultura y civilización. Literatura de la historia e historia de la literatura.
Rumor de fiesta perpetua que cruza como un viento caliente las hondas selvas
vivas, en palabras de Ortega. El vino es conversación y festiva comunicación
entre los hombres, por eso dice el refrán que “conversar sin vino es grande
desatino”.
In vino
veritas, en el vino está la verdad, pero
no sólo la verdad, sino que está todo desde la primera vendimia. En el vino
está la verdad y la poesía. Y si no que se lo pregunten a todos los grandes
poetas de la historia desde Homero hasta Neruda o Miguel Hernández, pasando por
Berceo, el Arcipreste de Hita, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y nuestro
Salvador Rueda, que soñaba con ser racimo de moscateles para que por la vega tú
me llevases. Por algo dijo Horacio que las musas huelen a vino.
Sin la presencia del vino no puede
entenderse nuestra cultura occidental, herencia de ese conglomerado de
tradiciones que, desde los imperios asirios y persa, y también Egipto,
cristaliza en Grecia y Roma, para afincarse en las costas de Málaga y en las
tierras de Mollina. El arte, como no podía ser de otro modo, ha recogido esa
tradición e incluso ha sacralizado el vino. Frescos egipcios que reproducen el
pisado de la uva, esculturas o pinturas griegas que representan escenas de
recolección, imágenes pompeyanas de Dionisos, mosaicos, retablos góticos,
cuadros barrocos, pinturas impresionistas o cubistas. El vino ha servido
siempre como tema de inspiración de artistas y artesanos.
Otro de los temas asociados al simbolismo
del vino y de la vid en el Asia Menor guarda relación con la fertilidad El
momento en que brotan las primeras yemas del sarmiento, ese esqueleto
atormentado y cárdeno que ha conservado durante todo el invierno el secreto de
su vida escondida, anuncia el renacimiento de la vida y la fecundidad.
Algo tendrá el agua, cuando la bendicen, pues ¿qué no tendrá el vino,
cuando el mismo Cristo lo convirtió en su propia sangre? La presencia del vino
en la Eucaristía es la natural consecuencia del significado del vino a lo largo
de toda la Biblia. El vino es un tema recurrente en el Antiguo y Nuevo
Testamento. La vid es la planta que más se menciona y el vino se cita varios
centenares de veces. Y en el Cantar de los Cantares podemos leer las más bellas
imágenes sobre el vino y la vid, siempre asociados al amor más hermoso. Ramo de
pámpanos es el amado y racimos de uvas los pechos de la amada. Por traducir
estas cosas metieron a Fray Luis de León en la cárcel. Esta asociación del vino
con la Eucaristía hizo que los monasterios y los monjes contribuyeran de forma
decisiva a la fascinante aventura del vino a lo largo de la historia, a su
gloria y a su esplendor.
Pero, ¿cuándo apareció el vino, cómo y
dónde? La epopeya babilónica del gigante Gilgamesh, que aporta el vino y la
viña a la humanidad, nos anuncia la leyenda bíblica de Noé. Todos los estudios
realizados indican que la vitis vinifera tuvo su origen al sur del Mar Negro,
actuales territorios de Georgia y Armenia, no lejos del monte Ararat, donde
llegó Noé con su barca. Según la Biblia, Noé plantó allí una viña, bebió de su
vino, se embriagó y se echó desnudo en su tienda con lo cual nos encontramos
ante la primera borrachera de la historia, justificada y benévolamente interpretada
por los padres de la Iglesia desde San Cipriano hasta San Agustín.
La vid que plantó Noé ha demostrado ser una
planta vagabunda y aventurera, desarrollándose con facilidad en lugares y
climas diferentes. Floreció en Egipto, Fenicia, Mesopotamia, los países
ribereños del Mediterráneo, Méjico, California, Sudáfrica, Australia y Nueva
Zelanda. En su largo viaje por el mundo, la vid buscaba Mollina y aquí decidió
quedarse, embelleciendo su paisaje e inundando de gozo y alegría la vida de sus
gentes.
Mollina, color de vino, llanura verde y
azul, donde las uvas sueñan el sueño de la vendimia. Mollina, amorosamente
dibujada en este llano andaluz, verde como el trigo verde, verde como las ramas
y el viento de García Lorca, y verde como la bandera que soñara Blas Infante.
Mollina, blanca y azul, con sus plazas y sus
esquinas, con sus calles calladas y blancas, donde el tiempo es quimera lejana.
Mollina, que ha sabido escarbar en sus
orígenes, para dar con sus señas de identidad, que no son otras que el aceite y
el vino, es decir, la Virgen de la Oliva y la Fiesta de la Vendimia. Por eso
dijo Tucídides que la vid, junto con el olivo, habían sido el pórtico y la
razón histórica de los pueblos mediterráneos.
Estamos celebrando la fiesta de la vendimia,
o lo que es lo mismo, la fiesta del vino y de la vid. Cuenta la mitología
griega que Dionisos, el dios del vino, tenía un amante llamado Ampelos. Cuando
éste murió, lo enterró y lo convirtió en vid, de la que salen las uvas y de
ellas el vino, que es amor y amistad, en el que bebemos salud para templar los
nervios y los huesos, alegría para cantar en la victoria y en la derrota. La
presencia de Dionisos en Grecia y con él la del vino, supuso una auténtica
revolución para la plácida vida de los atenienses. El orden y sosiego
intelectual representado por Apolo saltó por los aires, cuando irrumpió
Dionisos, como un torbellino festivo y revolucionario, porque el vino es
frenesí, intuición, magia y revolución. No en vano la Revolución Francesa, al
establecer un nuevo calendario, sustituyó el nombre de septiembre por
vendimiario, o sea, el mes de la vendimia. Y no es casualidad que fuera en
Mollina donde se levantaran los campesinos, allá por el año 1861, para
enarbolar la bandera de la dignidad y la libertad.
Nos llena de satisfacción y alegría hablar
del vino y de la vid en Mollina, con su plaza de Atenas, en memoria de aquel
pueblo que hizo del vino el símbolo de la fiesta y de la cultura. Y cantamos a
la vid, porque si os fijáis bien en sus hojas, veréis que tienen cinco puntas,
como queriendo imitar la mano del hombre, del hombre que la cuida con amor y
esperanza, que la trabaja y protege, y que, por septiembre, cuando la cegadora
luz del estío se vuelve tibia y suave, aparece el milagro del vino en un eterno
retorno, festejado en coplas de alegría y libertad:
En hileras caminan a los lagares
y dejan como estelas por los senderos
los andaluces dejos de sus cantares
dijo
Salvador Rueda.
Y cuando llega septiembre, emerge de Mollina
el espíritu de la tierra, su vino, que con nombres tan sugerentes como Gadea o
Carpe diem se acerca a nuestros labios, para acompañar la olla, las migas, las
gachas o la mieloja. Porque, como ha dicho con acierto vuestro Alcalde
Francisco Sánchez, Mollina tiene la suerte de ser Málaga y Sierras de Málaga,
es decir, vinos con cuerpo y estructura, en cuyo sabor asoma la esencia del
terruño, o la sutil dulzura del Carpe Diem trasañejo, de color caoba oscuro,
con ribetes de ámbar, aromático, fresco y sabroso. ¡Qué buen acierto haber
elegido la poesía de Horacio, Carpe Diem, para un vino que nos dice: vive la
vida, mientras puedas hacerlo, rodeado de placeres y sin perder de vista que la
vida es corta! El Carpe Diem se mide sin complejos con los grandes vinos
licorosos europeos como el sauternes de Burdeos, el tokay de Hungría o los
trockenbeerenauslesen alemanes. Seguro que soñaba con él Pablo Neruda, al
escribir:
Cae, fuego del ámbar
, Luz de miel, camino
De topacio,
Cae sin que termine
Tu cascada,
Cae en mi corazón, en mi palabra,
Y que la transparencia
De tu verdad de oro
Enseñe a mis raíces
A elevar la dulzura.
Que caiga, por lo tanto, el vino de Mollina
en nuestro corazón y en la garganta. Que caiga vuestro vino, no porque estemos
tristes, sino por un embargo de alegría. Y siguiendo las reglas del buen
bebedor, lo vamos a beber con calma, con calidad y sin cambiar, porque gracias
al vino, según Plinio, el hombre es el único animal que bebe sin tener sed. Y
sin olvidar la acertada advertencia del poeta:
Beber es todo medida,
Alegrar el corazón,
Y sin perder la razón,
Darle la razón a la vida.
En esta feria, sin perder nunca la razón,
vamos a darle razón a nuestra vida con un vino, el de Mollina, que es fuerza y
belleza, historia, esperanza y libertad.
Con vino de Mollina brindo por quienes
cuidan la vid, vendimian las uvas, crían el vino, lo escancian y se lo beben.
Con vino de Mollina brindo por Mollina, color de vino, por su vino y por
ustedes.
Las imágenes
que acompañan a este texto son una fotografía del pregonero
tomada de Europa Press, el cartel de ese año y, por último, el azulejo con sus palabras poco antes de
ser colocado en La Caleta, al final de la calle Real.
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