XXVIII PREGÓN DE LA VENDIMIA. ANTONIO SOLER. 2014
Los
pregones de la Vendimia de Mollina fueron editados por el Ayuntamiento en un
libro de 2014 que recogían todos los pronunciados hasta esa fecha. Los
posteriores son, por lo tanto, inéditos en cuanto a edición.
Gracias
a los Servicios Culturales del Ayuntamiento de Mollina –con Chari Carmona como
trabajadora esencial- y al Archivo Municipal –Inmaculada Castellanos- podemos
ahora seguir con la publicación en este blog de los pregones que restan. Se
puede decir que éstos son inéditos desde su proclamación en la Feria de la
Vendimia. El agradecimiento también va para los cargos públicos encargados en
Mollina de los asuntos culturales y feriales.
El
escritor encargado de pregonar la Feria de la Vendimia de 2014 fue Antonio
Soler, Málaga, 1956, novelista, guionista de televisión y colaborador en
prensa. Autor muy premiado, su novela El
camino de los ingleses, Premio Nadal 2004, fue llevada al cine por Antonio
Banderas, con guion del propio Antonio Soler.
El
autor del cartel fue el artista archidonés Blas, Francisco Javier Toro Martín,
Archidona, 1973, que además de pintor fue director de la única sala de arte
enclavada en un domicilio particular: La
sala de Blas. Por ella han pasado destacados artistas de renombre en estos
últimos años. En la actualidad Blas se encuentra recuperando el arte de los
exvotos con obra ya repartida por toda Andalucía. El ofrecimiento gratuito y
generoso que hizo para la Virgen de la Oliva fue –desgraciada y extrañamente-
rechazado, por lo que Mollina no contará con una de estas obras tan originales
del artista de Archidona.
Éste
es el pregón de Antonio Soler para la Feria de la Vendimia de Mollina 2014:
Alguna vez he dicho que un escritor es un
traductor. Lo que nosotros, los escritores, hacemos realmente es recoger lo que
está en el aire, las emociones, las sensaciones – nuestras y de los demás-, y
traducirlas a palabras. Meterlas en el corsé estrecho y brillante del lenguaje
para que a través de ese proceso los demás se reconozcan en lo que hacemos como
en un espejo. Eso es más o menos lo que
se les ha pedido a las veintisiete personas que han estado aquí antes que yo.
Que le pusieran palabras a la emoción de una fiesta, que verbalizaran vuestros
sentimientos y expusieran todo el significado que tiene la consagración de un
trabajo duro, largo. De vuestro trabajo. Que tradujeran en palabras vuestras
emociones. No deja de ser curioso. Los escritores llamados a Mollina para
inaugurar estas fiestas cumplimos una función muy vieja de los escribanos.
Aquella gente que redactaba cartas para novias, para hermanos, padres, personas
queridas que estaban lejos. Les encomendaban sus sentimientos a ellos porque
ellos sabían darle forma a las turbaciones, deseos y anhelos que bullían en el
corazón de otros. Vosotros ponéis el corazón, vosotros sacáis de la tierra las
uvas, elaboráis el vino en un desarrollo lento en el que se alían la voluntad,
la suerte, la sabiduría y la técnica, y nosotros venimos aquí para darle nombre
a ese proceso, para decir en voz alta lo que significa un año de trabajo y la
emoción de recoger su fruto. Y con ese
encargo que habéis llevado a cabo, año tras año, de pronto uno vuelve la cabeza
atrás y ve una larga e impresionante lista de escritores y poetas que han
venido aquí a celebrar la vendimia con vosotros, a encomiar vuestro trabajo y a
abrir la puerta invisible que da entrada a vuestra fiesta. Así que lo que
comenzó allá por 1.987 como un añadido a la fiesta -los pregones- de pronto
tiene entidad propia y se ha convertido en una parte esencial de esta
entrañable celebración. A mí se me ha
encomendado precisamente echar esa mirada atrás. No de pregonar a los
pregoneros, porque sería demasiado, porque eso sería metaliteratura,
metapregonismo o no sé cómo llamarlo, y porque los protagonistas de esta noche
sois vosotros, cada uno de vosotros, el pueblo de Mollina que ha hecho posible
con su esfuerzo el milagro del vino. Pero sí parece que ha llegado el momento
de reconocer la alianza que habéis establecido con la literatura y reconocer la
obra cultural que, de soslayo, como sin querer, ha llevado a cabo el pueblo de
Mollina.
Que por esta plaza haya pasado una parte
importante de la flor y la nata de la literatura española es un mérito vuestro
que se añade a la propia cosecha del vino. No es un azar ni una casualidad ni
mucho menos un capricho pasajero. Es una visión de lo que debe ser una fiesta,
de cómo debe ser la sociedad. Mollina ha sabido unir de un modo envidiable lo
puramente festivo con la cultura. Ojalá se decidieran a plagiaros no solo en
los pueblos de esta comarca, sino en todo el país, en las grandes ciudades,
empezando por Málaga, donde hubo un tiempo en el que su feria comenzaba con las
palabras de un escritor, de un poeta que se esforzaba por describir el
significado de la fiesta, por traducir ese cruce de emociones que surge cuando
un pueblo entero inicia la celebración de sus atributos, de su propia
existencia. El orgullo de ser hijo de ese lugar, de pertenecer a esa comunidad,
la ilusión ante unos días alegres, los recuerdos que se despiertan, la
evocación de otros años, la mirada hacia los que ya no están, la hermandad
entre gente que comparte sueños y frustraciones. Que todo eso intente ser
recogido de un modo elevado, profundo. Que la diversión, lo lúdico y lo
puramente festivo, no deje aparte la realidad del ser humano, de quienes
somos. Todo eso lo tenéis aquí y todo
eso de nuevo comienza hoy, esta noche. Así lo lleváis haciendo durante décadas,
año tras año y corporación tras corporación, todos habéis apostado por esa seña
de identidad y ya son casi treinta años que recurrís a escritores, a poetas, a
pintores que han ido dejando trozos de su imaginación, de su talento y su esfuerzo
en esta celebración del vino y la vida. Ellos, como yo ahora, se han
comprometido con vosotros y con vuestra forma de entender el mundo. No son
palabras vacías. La cultura, la dignidad, la libertad no son palabras vacías.
Vosotros, al traer cada año aquí a un representante de la cultura, estáis
lanzando un mensaje muy claro al mundo. Estáis diciendo que no queréis ser un
pueblo abandonado a lo fácil. Estáis diciendo que tenéis un compromiso para
conquistar nuevos territorios. Que sabéis que el conocimiento nos hace mejores
y más libres. Que no os basta con lanzar unos cohetes en mitad de la noche,
sino que además del cielo os queréis iluminar el corazón y la mente. Que no os
conformáis, que no os rendís. Que confiáis en los valores que han hecho al hombre
libre, independiente, mejor. Queréis ser mejores. Y desde el momento en que expresáis
abiertamente ese deseo, desde el momento en que tomáis esa determinación, ya
empezáis a ser mejores. Y de ese modo,
ahora las palabras de quienes han venido a dar fe de vuestra actitud y de
vuestra voluntad de superación quedarán marcadas en unas placas de cerámica que
se incrustarán en vuestras calles y en vuestras plazas marcando la geografía de
vuestras emociones.
Ese
es el mensaje que lanzáis y eso es lo que uno comprende de inmediato cuando ve
la lista de grandes hombres y mujeres que os han acompañado en el inicio de
vuestra fiesta. Han entregado una parte de sí mismos a un pueblo que
probablemente hasta entonces no conocían. Estaban en territorio desconocido,
pero sabían que estaban en territorio amigo. Conozco personalmente a bastantes
de ellos y sé que así se sentían nada más pisar tierra de Mollina. Les habíais
dado muchas pistas sobre quiénes sois con el aval de quienes los habían
precedido en esta tribuna, con el boca a boca que entre escritores se había
difundido acerca de vuestra hospitalidad y vuestro modo de ser. También desde
luego, ayudaba el hecho de que lo que se viene a celebrar aquí, el vino, es
algo que en sí mismo está enraizado con la propia cultura. Y también, creo yo,
porque tenemos mucho en común. Los
cultivadores del vino y los escritores tenemos mucho en común. Hasta podría
decirse que tenemos vidas paralelas. Nuestro trabajo, que a simple vista puede
parecer tan distinto, os aseguro que está lleno de similitudes. Olvidaos del
escritor como alguien encerrado en una torre de marfil y esperando la visita de
las musas para recibir la inspiración, esa especie de mensaje mágico que viene
de no se sabe dónde y que le ilumina el camino. Olvidaos de todo eso. Y vamos a
pensar en otro tipo de escritor. Yo siempre he creído en el escritor que está
en contacto con la calle, el escritor que viene de la vida y no de un museo de
momias ni de un laboratorio de fórmulas prefabricadas. Olvidaos del escritor
que escribe al dictado de impulsos milagrosos y vamos a pensar en el escritor
que día a día se empeña en levantar una obra, un libro, una novela. Día a día
ganándole espacio al vacío, a la nada. Ganándoselo con tesón, con
determinación. Yo creo en el trabajo y creo que el trabajo es la mejor musa, la
mejor inspiración, el mejor aprendizaje. Luego vendrá el talento, el modo de
elevar el libro a otro nivel, de dotar al vino de un sabor especial, con
auténtica personalidad, pero en el día a día uno debe tener la meta del
esfuerzo. La tierra no regala nada, la creación tampoco. Cuando surge una
cosecha muy buena puede intervenir la suerte, pero la suerte debe tener siempre
la escolta estrecha del trabajo, los pies y las manos en la tierra. El escritor es alguien que siembra ideas. Que
ara y cultiva la tierra de su cerebro y mete allí semillas. Alguien que ve
crecer tallos fértiles y hierba mala al mismo tiempo y que debe aprender a
diferenciarlos desde el primer brote. El escritor, como el agricultor, es alguien
que en un principio trabaja sin que se vea nada de su tarea, alguien que mueve
la tierra, que riega, se esfuerza y espera. Antes de acometer su trabajo el
escritor también tiene ese tiempo de trabajo invisible en el que piensa,
imagina, tantea, remueve su tierra, hace germinar su semilla. Y después queda el trabajo duro, paciente, de
ver crecer con lentitud las hojas sin que parezca que la labor de un día
signifique nada y sin que el paisaje parezca que haya cambiado en nada después
de una dura jornada. Cuando volvéis a casa entre el frío y la lluvia, bajo el
sol o la luna. Pero ese trabajo de cada día que no resulta visible de inmediato
es fundamental, imprescindible, y cuando se sume un día a otro, una semana a
otra y un mes a otro, el agricultor, el escritor, verá -y los demás también
verán- que ese trabajo ha tenido sentido.
Eso es justamente lo que hoy celebramos aquí. El día en el que todo ese
trabajo lento, con esfuerzo y desgaste, sin gloria, se hace visible. Es el día
en el que el libro que estamos escribiendo está en la mesa o en el escaparate
de una librería. El vino en la botella y en las estanterías de los almacenes,
las tiendas y los restaurantes. El día que respiramos y –cuidado- empezamos a
pensar en el siguiente libro, en la siguiente cosecha. En el ciclo que no nos
abandonará nunca porque forma parte esencial de nuestra vida. Pero, ante todo
es el día de la celebración, del nacimiento de algo nuevo.
Vino
y literatura. Una tradición tan larga como la existencia del hombre los tiene
dulcemente atados. Son dos manifestaciones esenciales del ser humano. Se ha
hablado extensamente de esa unión. De escritores que han hecho del vino y del
alcohol uno de sus mejores compañeros de viaje. William Faulkner, Hemingway,
Edgar Allan Poe –en cuya tumba del cementerio de Baltimore todavía, más de
ciento cincuenta años después de su muerte aparece una botella de coñac en el
aniversario de su fallecimiento y donde no estaría mal que a partir de ahora
alguien colocara una botella de vino de Mollina-, casi toda la generación
española del 50, de la que han pasado por aquí algunos de sus representantes,
han sido muy amigos del vino y sus derivados. Caballero Bonald, Fernando
Quiñones, Angel González –a quien en una ocasión le oí decir que había bebido
tanto que el alcohol se le había subido a los pies-, Ana María Matute, Ignacio
Aldecoa han sido grandes promotores de lo que hoy aquí festejamos. Si repasamos la nómina de las personas que os
han acompañado en años anteriores para hablar del vino no podemos dejar de
mencionar a Caballero Bonald. Le ha dedicado una parte importante de su vida al
vino. Escribió una novela magnífica sobre la dura vida de los vendimiadores
–Dos días de setiembre-. Caballero Bonald en su pregón, humildemente, dijo que
un amplio bagaje de recuerdos vínicos era lo único que justificaba su presencia
aquí. También esa noche os dijo que estaba hablando “ante ustedes de lo que ustedes
conocen mejor que nadie”. Eso seguro que ha sido así con la mayoría de quienes
precedieron y sucedieron a Caballero Bonald, pero les garantizo que en su caso
su labor iba más allá de hacer de traductor de emociones de la que hablaba al
principio y que él sabía casi tan bien como ustedes de qué estaba hablando. “No
me fío de las personas que no beben”, me confesó Caballero hace más de veinte
años, al poco de conocerlo. Y me lo dijo con esa seriedad completa, grave, con
la que habla de las cosas fundamentales de la vida.
Frente a la gravedad de Caballero Bonald
habéis contado aquí con la alegría vital, la simpatía bulliciosa y siempre
inteligente de otro querido gaditano experto en viticultura, Fernando Quiñones.
Su pregón es una exaltación de la vida, como era Fernando. Él siempre estaba
tirando el corazón por la ventana, que es el modo en el que Luis García Montero
dijo en su correspondiente alocución que celebra Mollina sus fiestas. Tirando
el corazón por la ventana en un derroche de generosidad y sabiduría para apurar
los momentos felices, probablemente porque este pueblo sabe de desdichas y
adversidades, porque conoce los caminos para remontarlas y sabe cómo recuperar
el tiempo perdido, poner una sonrisa y una solución donde otros sólo pondrían
una lágrima y una queja. Así pasasteis del cultivo del olivo al de la vid, así
habéis superado contratiempos y derrumbes.
Rafael Alberti, Lorenzo Silva, Francisco Fortuny, Juan Manuel de Prada, Ángeles
Caso, Manuel Alcántara, Ana Rosetti, Benjamín Prado, Espido Freire, Luis
Eduardo Aute, Antonio Gala –que ya en su pregón os recordó que “vosotros habéis
hecho nacer vuestra propia tradición”- con casi todos ellos he tenido la
fortuna beber, de saborear la recompensa a las horas, los días y los años de
empeño y trabajo, todos ellos han estado aquí al lado del estupendo elenco de
pintores que año tras año han llevado a cabo los carteles, los pregones
visuales, y se han llevado una parte de Mollina en su memoria. Son puentes,
lazos, amigos que no solo exaltaron este pueblo una noche, sino que ya de por
siempre continuarán germinando la semilla que este pueblo dejó en ellos.
Una relación parecida a la amistad y que
otro querido compañero, Eduardo Mendicutti, supo tan bien definir al deciros
que “Elegimos un vino como elegimos un amigo, después de conocerlo y congeniar
con él. Y desde entonces será un invitado seguro y cómplice en nuestras citas
de amor, nuestras reuniones familiares, nuestras comidas de trabajo”. Poco más
puedo decir. Si acaso recordar a otro invitado vuestro y a otro amigo. Recordar
estas palabras de Fernando Delgado, que cuando fue invitado a estar con
vosotros, quiso haber llamado a Rafael Pérez Estrada para que le hablase de
Mollina y lo pusiera en antecedentes sobre esta tierra, sobre vosotros. Decía
en su pregón Fernando: “Pensé […] en mi muy querido Rafael Pérez Estrada, que
era genialmente inmoderado en todo, buen bebedor, y un excepcional contador de
la vida.” Pero Rafael ya había muerto. Sin embargo, cuenta Fernando Delgado que
leyendo a Pérez Estrada encontró un texto en el que Rafael llamaba a Mollina
catedral del vino. Y aquí estamos, en las puertas de este templo siguiendo
aquella estupenda definición para alguien que como Rafael Pérez Estrada
dibujaba obispos con tiara y casulla jugando al tenis, saltando con sus ropajes
desde trampolines imposibles a piscinas igualmente imposibles. Bien, pues que
la catedral del vino abra sus puertas, que Mollina dé paso a su fiesta más
vital y sabia para celebrar que un año más ha hecho posible lo que muchos
creyeron imposible.
Gracias infinitas por haberme invitado a estar
con vosotros esta noche. La fiesta es vuestra.
Las imágenes
que acompañan esta publicación corresponden a una fotografía del autor, tomada de babelio.com, al cartel de la feria de ese año, obra
de Blas; y, por último, el azulejo
con palabras del pregonero colocado en la plazoleta de la calle del Progreso.
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