XXX PREGÓN DE LA VENDIMIA. FELIPE BENÍTEZ REYES. 2016









Dos mil dieciséis fue un buen año. Nos vino Felipe Benítez Reyes, Rota, 1960, poeta, novelista, hacedor de collages, amante del blues, ensayista y articulista. Aparte de sus numerosos galardones como novelista cuenta con el Premio Nacional de Poesía. Para Mollina hizo uno de los mejores pregones. Quizá el que más cantó a la vida y a la dicha.

El cartel era obra de la pintora mollinata Almudena Ruiz. Estuvo a la altura del pregonero.



Éste es el Pregón de Felipe Benítez Reyes:



Una fiesta es una fantasía de la realidad. Una fiesta es una realidad que se pone un vestido de lentejuelas y se echa a la calle, dispuesta a que la calle le revele un enigma inconcreto: lo que no se sospecha, lo que se ansía, lo que se aguarda.



Una fiesta es una realidad que se encasqueta un sombrero de copa y saluda con él a la luna, amiga de los solitarios y de los jubilosos, la luna que es aliada de los duendes. 



Una fiesta es una realidad que se emboza en una capa y sale a propagar un secreto, una realidad que lleva un gorro con cascabeles.



Una fiesta, en fin, es una anomalía prodigiosa en el fluir de la vida de todos.



Y aquí en Mollina estamos de fiesta.



Buenas noches, mollinatas que entráis en fiestas.



Mollinatos en fiestas, buenas noches.



Muchísimas gracias por invitarme a vuestras celebraciones en calidad de pregonero, de heraldo de esa alegría que, durante las jornadas venideras, entre cata y cata, inundará las calles, las plazas y los jardines de vuestro pueblo, llenando el aire de los ecos regocijados de las orquestas, de los quejidos hondos del flamenco, de la risa compartida con los humoristas, de las animaciones teatrales.



Muchas gracias por vuestra hospitalidad. Muchísimas gracias por brindarme el privilegio de hacer una invitación que no resulta necesaria: la invitación al disfrute, porque ese disfrute ya está instalado en vuestro ánimo, impaciente por manifestarse.



El júbilo colectivo está ya en la calle.



Y que el melancólico se sacuda su manto de ceniza.



Y que el desdichado invoque al olvido.



Y que el sombrío busque la amistad de las luces.



Y que el desventurado encuentre la ventura.



Y que el aventurero encuentre la aventura.



Y que el frágil se haga fuerte en el río de la vida.



Y que el náufrago simbólico encuentre su isla simbólica.



Y que el pesaroso se sacuda el peso de sus pesares.



Y que el pensativo se vuelva sensitivo.   



No puede existir circunstancia más civilizada ni conmovedora que la de una colectividad que decide ser feliz mediante la concelebración del júbilo.



Un pueblo en fiestas viene a ser una reconstrucción del paraíso, un lugar en que no existen ni las penas ni el tiempo, porque el tiempo de la fiesta es inmortal. 



Un pueblo en fiestas es un modo de recordarnos que nuestro origen y nuestro destino está en la dicha y que nuestro deber moral más noble es el de fundar alegría y el de repartir alegría, en vez de manchar este mundo con el odio y con los pensamientos turbios.



De modo que celebremos. De modo que neguemos rotundamente durante estos días a los que promueven la animadversión, a los que promueven las desigualdades, a quienes profieren verdades piadosas y mentiras sin piedad.



Que se les ponga voz de flauta a los solemnes que pregonan la necesidad del horror en el mundo.



Que los que piensan en las personas como números se olviden de restar y aprendan a dividir.



Que los que nos atemorizan con el pecado dejen de cometer el pecado de soberbia.



Que sean los duques quienes adulen a los genios y no los genios quienes tengan que verse obligados a adular a los duques.



Que los que nos asustan hoy nos den risa mañana.



Porque estamos en fiestas. Porque estamos de celebración. Porque estamos celebrando el mundo y porque, a la vez, estamos celebrándonos.



Celebrando la alegría de poder sentir, de tener un cuerpo que pide música, que alza la copa de vino en un brindis de amistad, un cuerpo que sabe amar y que sabe contemplar, un cuerpo que sabe reír y apropiarse de la hermosura.



Estamos en septiembre, y es tiempo de cosecha. Las vides han cuajado su fruto, como paso inicial de esa cadena de milagros que desemboca en el vino que llega a la copa transparente, que se demora en el paladar, que en el paladar rompe con todos sus matices armónicos, que enciende y vivifica el pensamiento.



Recordemos aquellos versos del ilustrado Juan Meléndez Valdés: 



Honor, honor a Baco,

el dios de las provincias,

que el málaga, el tudela

y el valdepeñas cría.

 Alas al genio ofrece,

calor a la armonía,

y a los claros poetas

templa acorde la lira.



Vosotros, vecinos de Mollina, estáis festejando en estos días ese proceso prodigioso que convierte la uva en vino, ese proceso que sugiere la magia de la alquimia, ese proceso milenario que supone uno de los hallazgos felices de nuestro cúmulo de civilizaciones.



Hay un factor misteriosamente sagrado en una copa de vino. Hay allí una sabiduría muy concreta, pero a la vez muy enigmática. Como enigmático es por sí mismo el vino, el elemento de un ritual de transformación. Ese vino que actúa sobre nuestro pensamiento y sobre nuestras emociones de un modo imprevisible, siempre en la frontera que separa la luz de la tiniebla, el gozo del tormento. Ese vino que viene a ser un experimento con nosotros mismos, un juego a cara o cruz.



Ese vino que, como decía, sugiere la sacralidad de todo lo misterioso. Ese vino que tiene la facultad asombrosa de inducirnos al hechizo da lustre y nombradía, en fin, a vuestro pueblo de Mollina, uno de los referentes prestigiosos en el mundo bodeguero.



Las bodegas tienen algo de recintos secretos, silenciosas en su penumbra aromática, donde parece oírse el latido imperceptible de la vida que se genera en el interior de las barricas; ese proceso lento, delicado y recóndito que se traduce en el portento de un caldo que seduce el paladar y se alía con las ensoñaciones.



El poeta Alceo, nacido en Mitilene en el 620 antes de Cristo, proponía lo que sigue, aunque aquí lo oigamos en la traducción de la época de Meléndez Valdés:



Bebamos, pues, bebamos.

 La lámpara luciente

¿a qué fin la esperamos?

 El día va volando

brevemente, y el vino

ya en tazas derramado,

formando mil colores,

brinda y convida

 al paladar cansado.



Hagamos caso, pues, al antiguo poeta que nos advierte de la fugacidad veloz de los días. Que nos avisa de la prudencia de dar trámite urgente a esos deseos y quimeras que suelen ir a contracorriente del tiempo, de este visto y no visto que es la vida.



Desde que la humanidad es humanidad, ha tenido necesidad del festejo, como un alivio de la rutina y, a la vez, como una especie de catarsis, pues la fiesta purifica el ánimo, sosiega el ansia y entretiene de sí mismo el espíritu.



Frente a la penitencia, por tanto, el ágape.



Frente a la soledad, la armonía de todos.



Frente a los pensamientos torturados, el gozo que sólo piensa en cumplirse. 



En un poema memorable, el poeta Carlos Marzal nos habla con estas palabras:



Y celebrémonos.

Que sobrevenga en el azar del día

la perfumada sal de la concordia.

Y que jueguen los niños, endiosados,

y eduquemos la vida en su alboroto.

Cómo nos merecemos nuestra fiesta.

No hay nada de arbitrario en este obsequio.



Y, unos versos más adelante, nos hace la siguiente invitación, la siguiente propuesta irrenunciable:



. Larga vida a nosotros.



Convidados de carne, buen deseo.



Buen apetito en nuestras bodas últimas.



Que las tantas del alma nos sorprendan

videntes en afán, en ilusiones.





Vecinos de Mollina, vuestro pueblo va a llenarse de la magia invisible y errante de la música, de la magia cálida y casual que surge de las reuniones humanas en armonía, en predisposición de felicidad, y vais a ser dichosos, como dichosos serán todos los que vengan a visitaros, porque los pueblos festivos son hospitalarios y quieren repartir su contento.



Durante estos días, nadie puede dejar de ser generoso y gentil, dispuesto a hacer el regalo más abstracto y más valioso: el de su alegría.



Durante estas jornadas de celebración, Mollina será un reino de maravillas, un pueblo envuelto en un eco de melodías y de risas gozosas, de cantes y de saludos de buena vecindad, porque todos formaréis un enjambre dichoso.



Durante estos días de celebración, construiréis un pequeño paraíso en un gran mundo convulso, y seréis los dueños y administradores únicos de ese paraíso, y tendréis el privilegio de sostenerlo en el aire, como se sostienen los espejismos.



Y vamos a ponerle un traje de colores a nuestra memoria.



Y vamos a poner una melodía de fondo a nuestra soledad.



Y vamos a tender guirnaldas de luces en nuestra conciencia.



Porque Mollina anda en estos días de fiesta y todo el mundo está obligado a dejar de ser quien es para diluirse en la colectividad, para formar un ser único que se instala en el mundo con lo mejor de sí mismo.



Vamos a vivir el momento, como nos aconsejaban los clásicos. Vamos a atrapar el instante feliz que como llega se va.  Cojamos las rosas perecederas del mundo.



Comienza hoy el convite de todos.



Larga vida y larga fiesta.



Que las calles sean el escenario de todo lo dichoso.



Que todo transeúnte sea el transeúnte de la Arcadia.



Que nadie se quede fuera de la cueva prodigiosa de Montesinos.



Que el perdido se encuentre en la multitud.



Que la multitud acoja al perdido.



Que quien lleva el llanto por dentro lo ahogue en júbilo.



Que quien llore sólo llore de risa.



Que el vino sea un buen amigo.



Que el vino nos avive los ensueños amables.



Que los niños descubran el país de las hadas.



Que el taciturno se canse de serlo.



Que la música nos una a todos en el prodigio de la armonía.



Que el baile sea un baile agarrado con el universo en pleno.



Que brille el sol que doró los viñedos barrocos.



Que la luna sea más blanca que nunca.



Que cuando sintáis nostalgia de estos días, todos tengáis el espíritu alimentado por el recuerdo de unas felicidades compartidas e inolvidables. 



Y que siga la vida.  Y que nosotros sigamos teniendo motivo y ocasión de celebrarla.









Las imágenes que acompañan esta publicación corresponden, en primer lugar, al pregonero, imagen tomada de la página de R.T.V.E., al cartel de Almudena Ruiz y, por último, el azulejo con palabras de Felipe Benítez Reyes colocado en el paseo de Rafael Alberti. 

Esta publicación es posible gracias a la colaboración del Área de Cultura del Ayuntamiento.

  












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