LLAMAMIENTO A LA MUJER PROLETARIA POR LA CULTURA. ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ. 1932

El seis de marzo de 1932 La Razón, periódico socialista, en su edición del año III, núm. 59 publicaba la primera parte del escrito que Andrés González Páez hizo para la mujer trabajadora. 

Está firmado en el Cortijo de Espeazorras y dice así:


Mujer proletaria!


¡Compañera: despierta!


Escucha esta llamada que hago a tu conciencia. Pon atención en estas palabras que, aunque no lleven el rico ropaje de una brillante literatura que les diera más resonancia y expresión, son dictadas e inspiradas por un modesto obrero, por un hermano tuyo, cuya escuela fué el trabajo y cuyos conocimientos no son muy aventajados. Te dedico estas líneas que mal sabe trazar mi humilde pluma, compañera inseparable mía, a quien confío mis ansias y mis rebeldías cuando la injusticia de esta sociedad mal organizada y corrompida se ceba con toda la monstruosa fuerza que le es característica en los desheredados de la fortuna, que mejor y con más razón pudiéramos decir en los explotados de la clase capitalista.


Y como siempre, dócil a mi voluntad, hoy mi pluma va dejando sobre el papel las palabras que le dicta mi corazón vehemente, en el deseo de que lleguen a lo más recóndito de tu conciencia y te hagan ver los horribles padecimientos que venimos soportando y cuyas causas de seguro pocas veces has pretendido analizar.


 ¡Pide pan tu hijo! ¿No le oyes? ¡Pide que le abrigues porque tiene frío! Inocente ser que nada sabe de convencionalismo ni de clases y que, sin embargo, pide, exige lo que necesita, que con imperiosa necesidad se manifiesta en él. Y nosotros, hombres y mujeres, con más edad y con más experiencia, acallamos nuestro espíritu y pretendemos inducirlo por otro camino con el fin de no atormentarnos a nosotros mismos esperando siempre, «luego, más allá, puede ser, quizás haya solución...»


Nunca hubo ni hay solución para nuestros males si nosotros no sabemos oponernos, amparados en el derecho que todos tenemos a la vida.


Nacemos para vivir; para vivir es preciso comer; para comer es preciso trabajar. Y nosotros que trabajamos, y más de lo debido, no podemos comer, no podemos vivir, ¿Qué nos queda que hacer? ¿Por qué tanta injusticia? ¿No es esto asesinarnos vilmente?


Mujeres, madres, hermanos, compañeros todos: aun hay solución. Puede bastarnos nuestra voluntad, y ésta no ha de faltar cuando la alienta una esperanza: la esperanza de que tú, madre, puedas dar a tu hijo el pan que te pide, el abrigo que su cuerpo necesita, y tus sonrisas y tus besos, que hasta esto les falta, ya que siempre estás triste, pensativa, sombría, y cuando lo besas lo haces de una manera que más bien le infundes dolor y pesadumbre por la expresión amarga, por el rictus doloroso que contrae tus labios.


Mujer, madre, hermana, compañera: piensa, reflexiona en tu triste vida, en la amarga existencia por tantos padecimientos; en las vejaciones y privaciones; en los dolores y los martirios crueles; en los desengaños que marchitan tus ilusiones; en las espinas que se clavan en tus carnes desgarrándote; en las llagas que la cadena hace en tu cuerpo... Piensa, y luego dime si no estás dispuesta a ayudarnos para cambiar esta Humanidad.


Otro día te diré los medios que emplearemos para conseguirlo.


ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.


 Cortijo de Espeazorras,


 febrero 1932. 



La Razón, seis de marzo de 1932.



La Segunda parte de este escrito se hizo público el día 20 de marzo del mismo año, en la edición de La Razón, dirigida por el mollinato García Prieto, del año III, número 61. 
Firmada en Mollina abogaba por la instrucción como medio de mejoramiento de la clase obrera. La modernidad de este escrito asombra.
Igualico que hoy...





Mujer proletaria!


II


  Prometí continuar, compañera, la para mí ardua tarea de explicarte cuál debe ser tu actuación para contribuirá la emancipación del proletariado. Y hoy, animado y decidido, tomo la pluma para ver si logro conseguirlo.


 No es preciso tener la ciencia de Platón, ni la sabiduría de Sócrates, ni la inspiración de Beethoven, para saber que la causa donde estriban todos los males que venimos soportando es en la incultura, en el analfabetismo tan grande que existe. “Un pueblo inculto es un pueblo esclavo”.


Pues bien, compañera: he ahí lo que debemos combatir todos: la incultura. No me olvido que nosotros, los trabajadores de la tierra, los que servimos al señor de horca y cuchillo de la edad antigua, o al señor feudal dueño de vidas y haciendas de la edad media, o al patrono" y terrateniente de la edad moderna (¡es lo mismo!) nos es de todo punto imposible, dada la exigüidad de nuestros salarios—¡salarios de hambre!—dedicar unos céntimos para adquirir libros en que podamos instruirnos.


 No me olvido tampoco de que ni aun tenemos tiempo suficiente para estudiar, ya que todo el día hemos de estar sobre di pesado y agotador trabajo de nuestra profesión y el tiempo que tenemos de descanso, aunque cogiésemos el libro no podríamos estudiar, porque nuestro cerebro estaría incapacitado y no podría retener el estudio ni las consecuencias que de él se derivan.


 Todo son obstáculos, pero no “imposibles” de salvar, compañera. El amor los vence todos. Y tu amor de madre por aquel hijo que amorosa meces en tu regazo, de aquel pedazo de tu alma que es carne de tu carne y sangre de tu sangre, te dará fuerzas y ánimos para que salgas airosa de tu empeño. ¿Quién mejor que tú, madre, puede enseñar a tu hijo las primeras letras del silabario? ¿Quién mejor que tú, con más cariño, con más alegría, con más entusiasmo, puede incubar en tu hijo el deseo de estudiar, de aprender, de amar a la vida, para que cuando sea hombre tenga toda la entereza, toda la virilidad de un hombre consciente, que no se deja atropellar por nada ni por nadie? ¿Es que no sentirías una satisfacción inmensa cuando en la paz del hogar y a la luz de una modesta bujía enseñaras a tu hijo las primeras letras?


Una madre tiene una misión más alta que cumplir que la de criar a un hijo para que después sea explotado y esclavizado vilmente.


 Debe poner todo su esfuerzo en educarlo para que no sea el juguete a capricho de la infame burguesía.


“Un pueblo instruido es un pueblo libre”.


ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.


Mollina, marzo 1932.



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