FERIA DE 1932

Fotografía que recoge el encierro de la procesión de la Virgen de la Oliva. Mediados de los años veinte.




En el mes de mayo de 1932 comienza en Antequera la negociación de las bases para el convenio del campo. Duras negociaciones que desembocaron en la huelga que comenzó en Mollina el 2 de junio cuando un piquete se presentó en la Casería Estrada  para impedir el trabajo de los segadores. La Guardia civil protegió a los trabajadores, pero por la tarde se volvió a ejercer presión de tal forma que la Guardia civil tuvo que repeler las pedradas y disparos que recibieron. La represión por parte de la fuerza pública tuvo como consecuencia un hombre y una mujer heridos. Además, ese mismo día 2 se clausuró la sede de la Sociedad de Obreros Agricultores. De todos estos sucesos y los días posteriores al comienzo de la huelga de 1932 salió abundante información en prensa de la que daremos aquí información en su día.

Lógicamente, Mollina no estaba para fiestas aquel verano de 1932.

La Razón, semanario socialista antequerano, en su edición del día 7 de agosto de 1932, año III, núm. 81 –para los que siguen este blog diremos que es el mismo número en que aparecía el relato de Andrés González Páez Las Rameras-, nos decía en su página 4:



Mientras los obreros de Mollina se mueren de hambre, los reaccionarios de aquel pueblo preparan una espléndida fiesta religiosa

 Recibimos un escrito de nuestro corresponsal en Mollina que nos vemos obligados a extractar a causa de la falta de espacio.

 Dice, principalmente, que a medida que terminan las faenas del verano, aumenta el paro forzoso en una proporción alarmante. Hace pocos días existían en aquel pueblo 600 obreros en paro obligado. Hoy, según el mismo escrito, el paro es general en el gremio de agricultores.

 Mientras tanto, en los círculos reaccionarios se está tratando de que este año, el día de la patrona, la función religiosa ha de ser extraordinaria.

A los obreros, el citado día, se les «calmará» con algunas limosnas.

 No tienen en cuenta esos reaccionarios de Mollina, causantes de toda la miseria de aquel pueblo, que los trabajadores despreciarán dignamente toda clase de limosnas.

 La limosna humilla en todo momento a quien la recibe. El pueblo no la quiere. Ya lo hemos dicho. ¡Y menos de sus verdugos!



Tan caldeados estaban los ánimos que el Gobierno Civil prohíbe la procesión de la Virgen de la Oliva.

El día 16 de agosto Antonio Parrado Matas y Andrés González Páez, presidente y vicepresidente de la Sociedad de Obreros Agricultores de Mollina y en nombre de una denominada Comisión de Mollina se dirigen al Gobierno Civil en un escrito que básicamente contiene tres puntos:

1º.- Felicitar á V.E. por las ordenes (sic) dadas de suspensión de la manifestación religiosa que de realizarse hubiera tenido graves consecuencias por su inoportunidad en los momentos actuales.

2º En vista de que sobre el Centro no recaía causa delictiva de ningún tipo solicitaban su reapertura.

3º En vista de que los tribunales ordinarios habían sobreseído la causa contra varios Ciudadanos de esta Villa por supuestas coacciones pedía que la causa en los tribunales militares corrieran la misma suerte.



En su edición del 21 de agosto de 1932, año III, núm. La Razón traía en su primera página:



De cómo han sido burlados los caciques de Mollina

UN ACTO CIVIL

Tienen la mar de gracia estos caciques de Mollina, de los que nos ocupamos tanto porque son, como los payasos de algunos circos, “únicos en su género “.

 Desde hace tiempo tenían el malintencionado propósito de celebrar este año, el día de la Patrona, una imponente fiesta religiosa. Todo estaba maravillosamente organizado para ese día: el alumbrado, la música, los atavíos que habían de lucir ellos y las imágenes y hasta tenemos entendido que habían ensayado, en las profundidades de la caverna, algunos gritos subversivos, que serían lanzados por los más audaces en el momento culminante del acto, o sea, cuando los músicos lanzasen al viento las anacrónicas notas de la «Marcha Real».

 Pero he aquí que, llegado el momento tan deseado por los caciques y comparsa, cuando ya iba a ponerse en marcha la procesión, ocurre una cosa extraña, insólita, extraordinaria. Ocurre que el Gobernador envía una orden prohibiendo la manifestación.

No quieran ustedes saber la que se formó. ¡Qué escándalo! Los caciques corrían de un lado para otro profiriendo gritos guturales, a semejanza de los chimpancés. Alguno manifestó su propósito de recluirse en la caverna de por vida, para no presenciar tamañas atrocidades. Los músicos fueron despedidos inmediatamente y la iluminación quedó cortada en el acto.

 Desde ese día, y para vengarse de alguna forma, sólo sacan a trabajar a un centenar de obreros próximamente.

Y es que estos caciques de Mollina — únicos en su género —no se han enterado aún de que vivimos en una República y de que los gobernadores de la misma no son todos de igual corte y hechura que el fatídico Coloma Rubio, de triste recordación.



A continuación habla de la inscripción en el registro de un nuevo mollinato:



Un hijo de nuestro camarada Andrés González Alonso y su esposa Ana Páez Velasco ha sido inscrito en el Registro civil con el nombre de Floreal González Páez.

Nos alegran estos actos demostrativos de que el pueblo se va librando de prejuicios religiosos, de los que se nutre el clericalismo, que tan fatal ha sido para la vida de los pueblos.

Felicitamos sinceramente a los progenitores de Floreal.



En el siguiente carnaval –febrero de 1933- una comparsa mollinata cantaba irónicamente sobre la procesión no realizada. Excepto el detalle chirriante de la saeta y la referencia de mal gusto a un disminuido psíquico podemos adivinar cómo era la procesión en años anteriores o incluso posteriores antes de la absurda prohibición de las bengalas a principios de los años setenta.  La copla carnavalera decía así:



El día quince de agosto

todos recordamos

con gran ilusión

lo bonita y adornada

que salió la procesión.

Era muy digno de ver

la Patrona, Virgen de la Oliva,

con su manto y su bella corona,

y Ella sobre todos,

muy bien parecía.

Parecen ascuas de oro

las calles que paseaba,

con tantísimas velas,

tantos cohetes,

luz de bengalas.

Y en aquel acto

tan sin igual,

yo le canté una saeta

que hasta Pollito

se echó a llorar.

Todos gritaron,

gritaron en alta voz:

Viva el hombre que tuvo la idea

de sacar la procesión.






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