REPASO A LOS NÚMEROS 81 A 85 DE LA RAZÓN. 1932

El 7 de agosto de 1932 aparecía el número 81, año III de La Razón, semanario socialista
antequerano. En su página 2 traía este relato de Andrés González Páez, que
aunque ya salió en esta publicación, merece la pena ser reproducido:
Recuerdos de mi
infancia
LAS RAMERAS
Hace próximamente unos diez años— en la
actualidad cuento veintidós—, y lo recuerdo perfectamente.
Fué una fría mañana
del mes de enero.
Habla salido muy de
madrugada para ir al cortijo.
Corría un airecillo
norte que helaba los huesos.
Iba solo, y caminaba de prisa para así
defenderme mejor del frío, aumentado por la escarcha que había cuajado durante
la noche.
Caminaba carretera
adelante, sin preocuparme de nada en aquellos momentos de sepulcral silencio,
cuando al pasar una curva divisé a lo lejos la luz de un automóvil.
Supuse y me convencí
que estaba parado, por la inmovilidad de la luz.
A medida que acortábase la distancia, iba
llegando a mis oídos el confuso rumor de las personas que sin duda junto al
vehículo se hallaban. El aire que corría, impedía oír lo que decían; pero por
las voces noté claramente que eran mujeres y hombres.
Poco antes de llegar yo, el automóvil partió
veloz. Entonces percibí claramente desesperados gritos de mujeres que clamaban
entre maldiciones y juramentos.
Los ocupantes del
“auto” las habían dejado allí
abandonadas
Llegué adonde estaban.
Eran dos mujeres y
lloraban amargamente.
No pude comprender al pronto qué había pasado
y por qué aquellas dos mujeres se habían quedado allí abandonadas.
Yo, impulsado por lo
que de humano y buenos sentimientos tenemos todas las personas me acerqué a
ellas, al mismo tiempo que les dije:
—Buenos días... ¿qué
ocurre, señoritas? ¿qué les ha pasado?...
Una de ellas, me contestó
llorando, mientras la otra maldecía todo lo que de maldición es digno.
— ¡Nos han dejado
abandonadas!... ¡Han abusado de nuestra situación! ¡Somos muy desgraciadas,
muchacho!...—Y lloraban desconsoladamente.
— Pero ¿por qué os han abandonado? — preguntaba
yo—. ¿Por qué han abusado de vosotras y quiénes son?
— ¡”Ellos”, los muy
miserables!— contestó una
. —¿Y quiénes son
«ellos», señoritas? Porque supongo que no será ninguno de vuestra familia...
— ¡Los que nos han
sacado de nuestra casa para abusar de nosotras tan villanamente!
—Lo que no acierto a
comprender, señoritas, es cómo vosotras os habéis salido de vuestra casa en
compañía de «ellos», que seguramente serán malas personas, hombres sin corazón,
sin dignidad, sin hombría, sin nada. ¿Luego vosotras no los conocíais?
— Sí, los conocíamos,
muchacho; pero no creíamos que fueran capaces de hacer con nosotras esto que
han hecho, que es un crimen. ¡Malvados, miserables, canallas: después de estar
abusando de nosotras toda la noche, nos abandonan después!
—Pues no comprendo...
no comprendo... —decía yo, verdaderamente sin comprender nada.
— No quieras
comprenderlo nunca, muchacho— me dijo una de ellas, segura de que yo nada
comprendía—, porque esto que a nosotras nos pasa es muy malo. ¿Tú no has oído
hablar nunca de las «mujeres de la vida»?
—¿De las «mujeres de la vida»? (pensaba
yo).—Sí, algo he oído, señoritas, pero le juro a ustedes que yo nada sé de eso.
—Ni es necesario que lo sepas—, dijo con pena
la que parecía de más edad—. ¡Ojalá nosotras también lo ignorásemos!...
Pues señor, que yo no comprendía nada de
aquello, y le daba vueltas en mi imaginación al caso aquel que no podía
explicarme. Dos mujeres jóvenes, guapas, bien vestidas, abandonadas por «ellos»
enmedio del campo en una fría mañana de invierno... «Ellos» deberían ser
personas muy malas, para dejar enmedio de esos campos de noche abandonadas a
dos mujeres que, al parecer, no serían malas, visto está, que lloraban
desconsoladamente su desgracia, y cuando una mujer llora — pensaba yo —es que
no es mala.
Anduve con ellas carretera adelante un buen
trayecto hasta que por fin hube de dejar la carretera para tomar el camino que
conducía al cortijo.
Antes de apartarme me dijeron ellas:
—¿Falta mucho para que sea de día, muchacho?
— Muy poco, señoritas;
cuando pase medía hora se verá ya claramente.
— ¡Gracias, hombre! ¿Sabes tú si está muy
lejos de aquí el pueblo de X?
—Siento mucho no poder
decírselo a ustedes, porque no lo sé. Yo, me marcho por este camino. Que tengan
ustedes mucha suerte y vayan con Dios.
— ¡Adiós, hombre,
adiós!—dijeron a un mismo tiempo las dos, mientras yo me apartaba por el
camino, y oía claramente cómo se alejaban llorando...
……………………………………………………………………………………………………………………………………………. Hoy, que el mundo se ha
encargado con sus infamias de demostrarme sus crueldades, tomo la pluma para
fijar en estas cuartillas aquella aventura inexplicable de mi niñez. Ya sé,
lector, quiénes eran «ellas» y «ellos». «Ellas», pobres alondras deslumbradas
con el oro, unas; y con palabras mentidas de amor, otras. Pobres mujeres
desgraciadas que rodaron al prostíbulo para ser carne de placer, conceptuadas
ya como algo inferior a la especie humana; para ser pisoteadas sin compasión
por la bestia humana; para ofrecer insensibles sus caricias al hombre que sin
escrúpulos compra su pobre cuerpo escuálido por unas monedas; para satisfacer
el hambre sexual; para sostener la moral actual en su hipócrita forma; para
cotizar en el matrimonio a más alto precio, la virginidad.
«No puedo pensar en las vírgenes—dice J.
Barcos en su libro «Libertad sexual de las mujeres»—, sin acordarme de las
rameras».
«Ellos», ellos eran...
¿quiénes eran ellos? Lectores, mejor sería no saberlo.
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina, agosto 1932.
En la página cuatro traía este escrito, resumido, sobre la
futura feria:
Mientras los obreros
de Mollina se mueren de Hambre, los reaccionarios de aquel pueblo preparan una
espléndida fiesta religiosa
Recibimos un escrito de nuestro corresponsal
en Mollina que nos vemos obligados a extractar a causa de la falta de espacio
. Dice,
principalmente, que a medida que terminan las faenas del verano, aumenta el
paro forzoso en una proporción alarmante.
Hace pocos días
existían en aquel pueblo 600 obreros en paro obligado. Hoy, según el mismo
escrito, el paro es general en el gremio de agricultores.
Mientras tanto, en los círculos reaccionarios
se está tratando de que este año, el día de la patrona, la función religiosa ha
de ser extraordinaria. A los obreros, el citado día, se les «calmará» con
algunas limosnas.
No tienen en cuenta esos reaccionarios de
Mollina, causantes de toda la miseria de aquel pueblo, que los trabajadores
despreciarán dignamente toda clase de limosnas.
La limosna humilla en
todo momento a quien la recibe. El pueblo no la quiere. Ya lo hemos dicho. ¡Y
menos de sus verdugos!
La aparición del número 82 coincidía con la víspera del día
de la Virgen, inicio de la feria, que en ese año fue algo especial. En su
primera página decía:
MOLLINA
Un pueblo en las
garras del caciquismo
Mollina es un
pueblecito riente, simpático, acogedor, perdido entre grandes olivares,
simétricos y austeros. Yo he podido apreciar en el alma de sus habitantes
estimables caracteristicas de hidalguía, nobleza y generosidad.
Pero sobre Mollina
gravita una enorme desgracia desde tiempo inmemorial: el caciquismo. Mollina
está plagada de caciques, grandes y chicos, reminiscencias feudales que yo
equiparo a esos árboles cuyas emanaciones envenenan el ambiente, allá en el
corazón de la selva negra.
Los caciques de
Mollina—al igual que sus congéneres de otros pueblos están dedicados de consuno
a perseguir a los trabajadores, a herirlos en su dignidad y honor, empleando
procedimientos infames. Sobre todo proyectan su inquina y odio salvaje sobre
aquellos camaradas que, merced a su capacitación demostrada, se han desplazado
a posiciones dirigentes. He aquí una prueba.
De entre todas las
felonías que han cometido esas supervivencias de tipo medieval, desde que
advino la República, destácase la de haber encarcelado y sometido a proceso a
un Ayuntamiento en pleno, integrado en su totalidad por socialistas, hombres
dignísimos y probos, que habían sido exaltados al cargo por libérrima voluntad
popular.
A raíz de esto, el
Ayuntamiento de aquel pueblo cayó en las garras de los caciques, como había
estado siempre. De nada sirvieron las protestas unánimes de los trabajadores. A
éstos se les respondió clausurándoles la Casa del Pueblo, que honra a los
mollinenses (sic), porque en ella triunfa el más encendido espíritu de
solidaridad y disciplina.
De nada sirvió tampoco
que en el Parlamento se alzase la voz vibrante del camarada García Prieto,
denunciando la fantástica arbitrariedad. Todos han sido desoídos por quienes
tenían el deber de escucharles.
Es indudable que los
caciques—duchos en ardides y trapisondas—, disfrazados o no de republicanos,
continúan su obra negativa a través de la República. A ellos siguen
subordinados, de una u otra forma, todos los poderes: de ahí su fuerza jamás
debilitada. De ahí también que les sea posible permanecer domeñando a lo (sic) pueblos,
que gimen desesperadamente en lucha sorda contra sus enemigos de siempre.
Cabe preguntar, antes que el pesimismo se
apodere de nuestro espíritu: ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Cuándo llegará el
momento de que la Justicia, ya que no la Libertad—inasequible por ahora—triunfe
en el Planeta?
Francamente, amigos y
camaradas de Mollina: yo creo que esto sólo tiene una respuesta : cuando
cambiemos nuestra secular resignación—que viene a ser una forma de suicidarnos
colectivamente—por la actitud viril que corresponde a los pueblos sanos y
pujantes; decididos a despojarse del sudario de la esclavitud.
JUAN DE LA CUEVA.
Evidentemente ese Juan
de la Cueva era el pseudónimo tras el que se escondía un obrero mollinato.
Debajo de este escrito vienen dos telegramas enviados por la
Sociedad Obrera de Mollina:
La Sociedad de Obreros
Agricultores de Mollina ha cursado los siguientes telefonemas:
«A ministro Gobernación:
En nombre de mil afiliados a la Sociedad «El
Progreso» felicitamos Gobierno por la destitución del gobernador señor Coloma,
amparador de caciques y estropeador de sociedades obreras.— El presidente,
PARRADO».
«A Presidente Consejo Ministros:
En nombre de mil
afiliados a la Sociedad «El Progreso» saludamos Gobierno por tener en su poder
los jefes del movimiento monárquico. Pedimos justicia para soldados inocentes y
castigo culpables. —
El Predente (sic),
PARRADO».
En esa misma primera página aparece un escrito del diputado
García Duarte dirigido al ministro de la Gobernación. En él daba la lista de
personas desafectas al régimen que, siempre según el parlamentario, deberían
ser vigiladas por el gobierno. De Mollina daba estos nombres:
—Francisco Ordóñez, y
Comisión Gestora, monárquicos furibundos; y cabo de la Guardia civil.
En la página 2 aparece un nuevo escrito de Andrés González:
Contestando a un
artículo
A la compañera A. C.
D., fraternalmente.
Ante mi tengo, en el momento de escribir estas
líneas, nuestro querido semanario LA RAZÓN.
También por casualidad
y al alcance de mi mano, tengo el «A B C» correspondiente al día 8 de agosto,
diario que añora entre muecas y contorsiones ridículas, la desaparición del
oprobioso e inquisitorial régimen monárquico.
En los números 79 y 81 del 24 de julio y 7 de
agosto, respectivamente, aparece bajo el epígrafe de “Como hablan las mujeres
de Cortes de la Frontera” un articulo en LA RAZÓN, firmado por nuestra
compañera A. C. D.
Veamos primero lo que en su artículo de fondo
dice «A B C»:
«En España corren los cristianos un temporal
deshecho. Más furioso lo han corrido en otras naciones.
«Cierto día un alcalde suprime el crucifijo de
la escuela; otro alcalde aprisiona a un sacerdote por acompañar un entierro;
otro considera que el «Quijote» es poco laico y lo prohíbe en las escuelas;
otro impone multas a las señoras por el delito de llevar colgado del cuello un
crucifijo; otro impide la peregrinación a un santuario...
»Nos sentimos heridos,
pero las heridas se cicatrizan; nos sentimos encadenados, pero las cadenas se
rompen.
«La Divina Providencia (ánimo, lectores, para
seguir escuchando a «nuestro» colega) no ha escatimado a los hombres el
combate, la enfermedad y la miseria; mas la fe baja del cielo, nos salva y nos
corona».
Más abajo, continúa de
esta manera:
«Nacemos engendrados
en la fe, venimos al mundo sellados por la mano de Dios, y nuestra decadencia
principia asi que intentamos borrar el sello divino».
Estupendo. Más abajo
aún, añade hablando de su llegada a Francia el célebre escritor:
«Se alzan en las encrucijadas de las
carreteras estatuas del Sagrado Corazón de Jesús, sin que ninguna mano
sacrílega intente derribarlas».
Y termina sus ladridos
con estas frases:
«Santas mujeres
españolas, poned vuestros ojos en el cielo; no miréis a la tierra. Dejad que se
hundan los tronos de barro. Salvad el trono de Dios».
Mi primer intento
cuando hube acabado de leer lo que antecede, fué contestar a dicho artículo,
pero desistí de mi propósito, porque creía perdido el tiempo que empleara en
contestar a este «célebre» escritor que gime, llora, patalea, hace pucheros y
mohines ridículos, y se debate desesperadamente clamando a las mujeres
españolas para que éstas le ayuden a levantar «su Dios», caído
irremisiblemente.
Mas al perfilar mi
rústica pluma sobre la blancura de estas cuartillas, mis ojos se posan otra vez
en los artículos escritos en nuestra RAZÓN por nuestra compañera de Cortes de
la Frontera, por esta mujer obrera que sencillamente y con la mayor claridad
así le habla a sus compañeras de explotación y de infortunio:
«Nuestra misión se reduce, mujeres de la
provincia, a organizarse en sociedades, y una vez en ellas, ir procurando «que
todas nuestras compañeras desechen de una vez y para siempre esa creencia
religiosa que atrofia nuestros sentidos y que los perturba de tal forma que no
vemos más allá de lo que nos dice ese vampiro vestido de negro y que se viste
por la cabeza como las mujeres, llamado «cura»; y que sabiendo como sabemos que
hay otras mujeres que no vacilan en unirse a «ellos», procurando por todos los
medios a su alcance que no prospere nuestra unión proletaria, no nos queda otro
remedio para combatir a esas damas «estropajosas» que van con la cruz al
cuello, que darle la batalla en todos los terrenos y luchar con ellas cara a
cara....»
En otro artículo
recientemente inserto en el último número de LA RAZÓN añade:
«Es preciso que todos los obreros se den
cuenta que tenemos una misión muy grande que cumplir, y que hay que sacar
fuerzas de flaqueza, y para eso no hay más que un medio, que es la unión de
todos, ingresando como un solo hombre en la Sociedad, llevando a ella a
vuestras mujeres que, como madres que son y sintiendo mucho más el amor filial
hacia sus hijos, es seguro que, al verlos en peligro de perecer de hambre como
ahora se encuentran, serán leonas que, unidas a los hombres, conseguirán la
salvación de tanto niño como hoy pide pan y no encuentra quien se lo dé».
Y termina su artículo con estas exhortaciones,
tan llanas como sinceras:
«A mis queridas
paisanas y compañeras, también las exhorto para que no se dejen embaucar por
las beatonas sin conciencia que en todas partes hay, y que procuren que sus
hijos no aprendan como nosotros esa falsa religión, mal llamada cristiana, que
es seguro que haciéndolo de esta manera los frutos beneficiosos de la República
serán recogidos por ellos y bendecirán siempre la hora que sus queridas madres
les enseñaron a ser hombres de provecho».
Así termina nuestra
compañera su modesto trabajo digno de elogio y admiración.
¡Cuánta diferencia, lector, de lo que dice un
«afamado» escritor en el artículo de fondo de «A B C» y lo que escribe en «LA
RAZÓN, modesto periodiquito obrero una insignificante obrera!, ¿verdad? Yo
comparo lo expuesto en ambos periódicos, y a los que lo escriben, y saco en
consecuencia:
El clericalismo pone
en juego sus últimas armas. Cuando ya no le bastan la sangre y las víctimas de
inocentes mujeres y hombres sacrificados en los terribles tormentos de la
«santa» Inquisición; cuando ve que no ha surtido efecto las innumerables persecuciones
y asesinatos que registra la Historia; cuando comprende que el pueblo obrero no
hace caso de sus amenazas con castigos del Infierno, recurre a las súplicas y a
las lamentaciones ridículas para ver si así
consigue restaurar sobre la tierra una derribada religión, llena su historia de
robos, violaciones, crímenes y sangre.
………………………………………………………………………………………….
Yo te saludo,
mujercita obrera, que despreciando las iras infundadas de-tus compañeras de
sexo y las traiciones y acechanzas de nuestros encarnizados enemigos esgrimes
tu pluma en bien de la causa de los oprimidos y de los hambrientos, y te
aliento para que prosigas tu obra excelsa y meritoria, que a la par de
dignificarte ante tu conciencia, único juez verdadero, te coloca ante la faz
del mundo aureolada de admiración, virtud y respeto.
ANDRÉS GONZÁLEZ PÁEZ.
Mollina, agosto 1932.
El artículo al que se refiere Andrés González Páez sin citar
al autor no apareció el día 8 de agosto, sino el 6 de agosto de 1932 en la
página 3 del diario ABC, año
vigesimoctavo. Se titulaba La ola negra
e iba firmado por el escritor realista español Armando Palacio Valdés, autor
de, entre otras, de La Hermana San
Sulpicio, que lo escribía desde Cap Bréton-sur-Mer .
Por fin, en su página 3, aparecía esta petición al
Gobernador para la reapertura del Centro Obrero:
Para el señor
Gobernador
Excmo. señor:
La Juventud Socialista de Mollina tiene el
honor de poner en conocimiento de V. E. con todos los respetos debidos, que por
tener nuestro local social junto con la Sociedad de obreros agricultores «El
Progreso» y desde el día dos de junio pasado dicho local permanece clausurado,
nos vemos en la imposibilidad de continuar nuestras sesiones con grave
perjuicio de la propaganda pro cultura que habíamos empezado.
Además de haber transcurrido ya el tiempo
reglamentario para el nombramiento de la Junta directiva.
Es por lo que nos dirigimos a V. E. en demanda
de la reapertura del local social en la seguridad de que fiel intérprete de la
Justicia, no seremos desatendidos en nuestra modesta petición.
Aprovechamos esta
ocasión para desde las columnas de este modesto periódico obrero, felicitar a
V. E. por el nombramiento con que se ha dignado honrarle el Gobierno de la
República.
Confiamos en el recto
proceder de V. E. y deseamos viva muchos años para bien de la República.
El Secretario, J. Luis
MORENO.—El Presidente, ANTONIO FERNÁNDEZ.
Mollina 8 de agosto
1932.
El número 83, del 21 de agosto de 1932, reservaba en su primera
página un sitio para Mollina.
De cómo han sido burlados
los caciques de Mollina
UN ACTO CIVIL
Tienen la mar de
gracia estos caciques de Mollina, de los que nos ocupamos tanto porque son,
como los payasos de algunos circos, “únicos en su género “.
Desde hace tiempo tenían el malintencionado
propósito de celebrar este año, el día de la Patrona, una imponente fiesta
religiosa. Todo estaba maravillosamente organizado para ese día: el alumbrado,
la música, los atavíos que habían de lucir ellos y las imágenes y hasta tenemos
entendido que habían ensayado, en las profundidades de la caverna, algunos
gritos subversivos, que serían lanzados por los más audaces en el momento
culminante del acto, o sea, cuando los músicos lanzasen al viento las anacrónicas
notas de la «Marcha Real».
Pero he aquí que, llegado el momento tan
deseado por los caciques y comparsa, cuando ya iba a ponerse en marcha la
procesión, ocurre una cosa extraña, insólita, extraordinaria. Ocurre que el
Gobernador envía una orden prohibiendo la manifestación.
No quieran ustedes
saber la que se formó. ¡Qué escándalo! Los caciques corrían de un lado para
otro profiriendo gritos guturales, a semejanza de los chimpancés. Alguno
manifestó su propósito de recluirse en la caverna de por vida, para no
presenciar tamañas atrocidades. Los músicos fueron despedidos inmediatamente y
la iluminación quedó cortada en el acto.
Desde ese día, y para vengarse de alguna
forma, sólo sacan a trabajar a un centenar de obreros próximamente.
Y es que estos
caciques de Mollina — únicos en su género —no se han enterado aún de que
vivimos en una República y de que los gobernadores de la misma no son todos de
igual corte y hechura que el fatídico Coloma Rubio, de triste recordación.
A continuación habla de la inscripción en el registro de un
nuevo mollinato:
Un hijo de nuestro
camarada Andrés González Alonso y su esposa Ana Páez Velasco ha sido inscrito
en el Registro civil con el nombre de Floreal González Páez.
Nos alegran estos
actos demostrativos de que el pueblo se va librando de prejuicios religiosos,
de los que se nutre el clericalismo, que tan fatal ha sido para la vida de los
pueblos.
Felicitamos
sinceramente a los progenitores de Floreal.
El número 84, correspondiente al día 28 de agosto no traía
nada relacionado con Mollina.
El número 85, aparecido el 4 de setiembre de 1932 traía en
su página 3 este cuento:
La levita y la blusa
En el mismo muladar
fueron a caer la levita aristocrática y la plebeya blusa.
—¡Qué asco! ¡Qué humillación!—dijo la levita
mirando de soslayo a su vecina—. ¡Yo al lado de una blusa!..
Una ráfaga de viento echó una de las mangas de
la blusa humilde sobre la arrogante levita, como si su intención hubiera sido
reconciliar en aquel sitio igualitario, por medio de un abrazo fraternal, dos
prendas que tan distanciadas se encuentran en la vida social de los humanos.
—¡Horror!—gritó la
levita —. ¡Tu contacto me asesina, inmundo trapo! En verdad que tu audacia es
inaudita. ¿Cómo te atreves a tocarme? ¡No somos iguales! Yo soy la levita, la
noble prenda que abrigo y da distinción al señor; soy la prenda de tono que
sólo conoce el roce de, las personas decentes; soy la prenda del banquero y del
profesional; del legislador y del juez; del industrial y del comerciante; yo
vivo en el mundo de los negocios y del talento. Soy la prenda del rico ¿sabes?
Otra ráfaga de viento
separó de la levita la manga de la blusa, como si ésta, indignada, se hubiera
arrepentido de haber abrigado por unos instantes sentimientos de fraternidad
para con aquel trapo pretencioso, y, procurando contener su cólera, la blusa
dijo:
—Lástima das, trapo orgulloso, envoltura de
seres vanos y malvados. Vergüenza deberías tener de haber abrigado a los
rufianes de guante blanco. Me habría muerto de horror si hubiera sentido debajo
de mí los espantosos latidos del corazón de un juez; me habría sentido
deshonrada cubriendo la panza del comerciante o del banquero. Soy la prenda del
pobre. Debajo de mí late el corazón generoso del obrero; del trasquilador que
quita a la oveja la materia prima de que estás compuesta; del tejedor que la
convirtió en tela; del sastre que la hizo levita. Soy el abrigo de seres
útiles, laboriosos y buenos. No visito palacios, pero vivo en la fábrica,
frecuento la mina, asisto al taller, voy al campo; me encuentro siempre en los
lugares donde se produce la riqueza. No se me encuentra en salones dorados, ni
en lujosos gabinetes, donde se derrocha el oro que se ha hecho sudar al pobre,
o donde se pacta la esclavitud del desheredado; pero se me halla en el mitin
libertario, donde la palabra profética del orador del pueblo anuncia el
advenimiento de la sociedad nueva; se me ve en el seno del grupo anarquista,
dentro del cual preparan los buenos la transformación social. Y mientras tú,
¡prenda fatua! te revuelcas en el bacanal y la orgía, yo me cubro de gloria en
la trinchera, o desafío al esbirro en la barricada y el motín cuando se lucha
por la libertad y la justicia. Pero ha llegado el momento en que tú y yo
tenemos que librar un duelo a muerte. Tú representas la tiranía; yo soy la
protesta. Frente a frente estamos el opresor y el rebelde, el verdugo y la
víctima. En la balanza de la civilización y del progreso peso más que tú,
porque a mí se me debe todo. Yo muevo la máquina, perforo el túnel, abro el
surco... ¡Hago la revolución! ¡Impulso al mundo!
Un trapero dió fin al
conflicto, poniendo las prendas en sacos diferentes, que llevó a cuestas, hasta
su covacha.
Por la traducción, PASTORA GARCÍA RAMÍREZ.
Mollina, agosto 1932.
Lamentablemente este cuento no era de Pastora García
Ramírez. Ni siquiera la traducción, ya que el idioma en el que se escribió era
el español. Ya el 6 de noviembre de 1915 había aparecido en el número 211 de Regeneración , publicación anarquista
mexicana fundada por los hermanos Flores Magón en la Ciudad de México en 1901.
En su cuarta época 1910-1918 se llegó a editar también desde la ciudad
californiana de Los Ángeles. El cuento La
Levita y la blusa aparecía firmado por Ricardo Flores Magón (1873-1922) .
En castellano, lógicamente.
El 25 de julio de 1917 el diario El Mercantil Valenciano publica un cuento con el mismo título
escrito por el polivalente crítico musical Fidelio. Los personajes eran los
mismos de éste de Flores Magón y la moraleja era esta:
El proletariado debería tener mucho cuidado para no dejarse
embarcar por una parte de la burguesía en una aventura revolucionaria.
El 31 de mayo de 1905 El Castellano, semanario católico de
Toledo abría sus páginas con un artículo titulado La blusa y la levita. Aun con
el título invertido, en las tres publicaciones de ideologías tan dispares
aparecen esas dos prendas de vestir como representantes de dos clases sociales
antagónicas.
No sabemos de qué edición cogió la mollinata el cuento de
cuya traducción acapara su autoría.
Decir que en 1995 se realizó una nueva edición de algunos cuentos y que
hoy, gracias a la tecnología podemos encontrar esa última edición impresa
digitalizada en http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/pqsla/indice.html
En ese enlace encontramos este y otros cuentos del mismo autor.
En la página cuatro encontramos otra publicación de F.
González. En esta ocasión celebra el cese del antiguo Gobernador civil, Coloma
Rubio:
Satisfacción en el
pueblo
Con fecha 31 de agosto
nos llamaron a esta alcaldía para comunicarnos la orden de apertura de nuestro
Centro, por lo que damos las gracias al nuevo Gobernador en nombre de la
Sociedad, la que se ofrece a ayudarle en todo lo que sea en favor del régimen,
que tanto hace la clase capitalista por derribar.
Aquí ocurre que, debido a la protección de
Coloma Rubio, han hecho todos los atropellos que les ha venido en gana con la
clase trabajadora, y hoy está el pueblo humillado y hambriento debido a la
venganza caciquil.
Hubo unas elecciones y en votación popular se
formó un Ayuntamiento socialista, honrado y trabajador, que no tenía más falta
que el estar integrado por pobres, que estaban rodeados de traidores, los
cuales no pararon hasta que los metieron en la cárcel y procesaron.
Los caciques de este
pueblo y los de Antequera están de acuerdo para sitiarnos por hambre.
Creemos que el nuevo
Gobernador sabrá hacer la justicia que nosotros esperamos.
F. GONZALEZ.
Mollina y septiembre.
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