V PREGÓN DE LA VENDIMIA. FERNANDO QUIÑONES. 1991
Un nuevo
representante de la alta literatura nos pregonó en 1991: Fernando Quiñones,
Chiclana de la Frontera, pero Cádiz, 1930 – Cádiz, 1998, novelista, cuentista,
poeta y flamencólogo. Con una gracia natural que derramaba allí donde iba y al
que el mismo Borges calificara como un
gran escritor de la literatura hispánica de nuestro tiempo, o, simplemente de
la literatura.
El cartel de
ese año fue obra de Isabel Muñoz. No era la primera vez que esta pintora de la
tierra regalaba una obra a Mollina. Ya lo hizo cuando creó el primer cartel de
la Feria de Agosto, allá por 1987. El privilegio y el honor de ser la primera
persona en realizar un cartel ferial en el pueblo lo devolvió con una obra
donde la modernidad se aunaba con la tradición de la fiesta.
El segundo
regalo fue el primer cartel para la Semana de la Mujer Trabajadora de Mollina
en 1988. Otra obra cargada de simbología donde una mujer –trabajadora, por
supuesto- ofrecía a la Humanidad el fruto de su trabajo. Nunca la semana
dedicada a la Mujer –ni antes ni después de arrebatarle el adjetivo trabajadora a la misma, desvirtuando con
ello su auténtico origen- contó con un cartel tan significativo.
El tercero fue
éste de la quinta Feria de la Vendimia. Modernidad, clasicismo, elegancia para
vender nuestros vinos. Puede caberle a Isabel Muñoz el orgullo y la honra de su
entrega gratuita y plena de arte. Ay, ya sabemos que, por estas tierras, la
generosidad no se premia.
Pasemos ya a
reproducir la obra de Fernando Quiñones. Éste es el pregón que nos pronunció y
nos dejó escrito para siempre:
Andaluces vendimiadores y vinateros, amigas
y amigos, mollinatos todos: No hace más que unas horas que he pisado vuestra
población por primera vez, y ya estoy como en casa, que no es redicho halago
embusterón decirlo porque, para uno, Andalucía toda es casa, trotada tantas
veces, de Ayamonte a Mojácar y del Peñón a Despeñaperros. Esta enorme Andalucía
nuestra, grande en Kilómetros como Hungría o como Portugal, pero guardada
entera sin embargo en aquellos cortísimos versos de Manuel Machado:
Cádiz, salada claridad. Granada
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén. Huelva a la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Ser andaluz es serlo de toda Andalucía, sí,
no sólo del propio rincón, así que uno, hoy mismo, ahora mismo, es casi tan
mollinato como gaditano. Casi. Aunque no me hubieseis llamado y acogido tan
generosamente.
Al irme enterando de este tema y pregón de
vuestra Vendimia del 91, lo primero que me llamó la atención fue una
incorporación tan reciente a la tan antigua historia de los vinos andaluces, la
extraordinaria juventud vinícola de Mollina; y vaya si esas cosas de la vendimia
y del vino ya repicaron fuerte en las mismas entretelas de uno, que no es mal
bebedor y que siempre se ha sentido, me he sentido, tan atraído en mi trabajo
por el mundo del vino como que, aunque todo premio literario no es más que una
suerte y una lotería, tuve en años distintos dos de los de la Vendimia de
Jerez; el primero de mis diez libros de relatos se tituló Cinco historias
del vino, y luego he hecho otros textos
de narrativa y poesía, y un puñado de artículos en torno al vino, al nuestro
sobre todo, al de por aquí abajo.
Bien mirado, y quiero dejarlo dicho aquí en
Mollina, la poesía y la narrativa buenas son de algún modo como un trasañejo
malagueño de los de crianza larga, que se va enriqueciendo y haciendo con los
años en el alma del autor y luego en la de los lectores, y uno ahora se
encuentra bien hablando un minutillo con ustedes de esto, de interioridades y
sentires de mi oficio que de pronto hecho al aire en un pregón festero de esta
Mollina a la que había visto, de la que había estado muy cerca, eso sí, como lo
he estado de la Alameda o de esa Fuente Piedra de donde es natural mi amiga
Chispa, Virtudes Atero, maestra de sabidurías romanceras. Toda esta comarca la
he tenido al alcance alguna vez desde el campo de Antequera sí, desde el cortijo
de mi amigo José Antonio Muñoz Rojas el buen poeta, y el de su hermano Rafael.
Y, sin conocerla, ya sabía de Mollina su potencia viñera, reciente pero eficaz,
sabia de su laboriosidad y también de su valeroso historial obrero en el siglo
pasado, cuando Mollina contribuyó con toda su alma a la venidera libertad de
nuestra Andalucía. Pero, volviendo a lo dicho del trasañejo, os convido ya a un
viaje corto, aunque larguísimo, corto porque no va a llevarnos más que un
ratillo, pero también muy largo porque ese ratillo abarca siglos y hasta
milenios: un breve viaje en el Tiempo a través del vino y de la poesía. Primero
tendremos un paisaje y un mito donde el vino, un vino que pudiera ser de uvas
de Mollina, tan dulce como la protagonista del poema, comparece nada más que un
momento, pero un momento muy delicado. Imaginémonos a la muchacha que, en un
escenario como el de los campos y las costas malagueñas, tiene que irse con un
dios porque otro dios lo ha mandado así:
Destinada a Cupido por cruel
mandamiento de Apolo,
todo es llanto en la casa de la
hermosa Psiqué.
Nadie se asombra de que abrumen
los más tristes presagios a los suyos,
quienes, antes que acabe el día,
han de dejarla sola y desnuda
en un monte donde la tomará
el flechero divino
–¡Hija, como a tu entierro
y no como a tus bodas te llevamos!
Cupido…¡Si de lejos malhiere, qué no será de cerca!
Manosea un Sur blando los pechos de Psiqué,
adornados de mirto y de jazmín;
mar y almendros agrandan
una felicidad que nadie advierte.
–Saldremos a lo justo, hija,
dos horas antes de ponerse el
sol,
¡en tanto estás a salvo y con
nosotros!
No es mediodía aún.
Llena la casa de parientes,
todos se agitan, aconsejan,
claman.
–¡Hiere y enfanga tu hermosura
para que al verte te abandone!–
Él vuela
y tú no, pero acaso eres más
alta
y el gimnasio te ha hecho bien fuerte,
¡trata de contener a Cupido
cuando vaya a por ti!
Oye a todos y asiente
a todo Psiqué; como un frío,
se acaricia los brazos
bebe un sorbo de vino
claro, se dice para sí:
Ah, bien querría
que me hubieseis dejado ya en el
monte
a merced de mi antojadizo,
mi mortífero esposo.
Inefable será el place
r cuyo precio es la muerte,
¿Y por qué habría de contener yo
al Amor, al que fue creado
para mortificar y destruir a
todo el mundo?
Es un pasaje de mi libro Las crónicas de
Hispania donde revivo la España romana,
cuando Mollina y sus tierras eran más bien un mar de olivos, cuando no teníais
esas 1.400 hermosas hectáreas, sobre todo de Pedro Ximén, que, con la de la
Axarquía, ponen esta Comarca Norte a la cabeza de las malagueñas de viñas,
contando las de la Costa Occidental con Manilva de base, y la comarca de los
Montes. Pero volemos otro voletío por la España romana. ¿Sabían ustedes de Julio
César estuvo cuatro veces en Cádiz? Él había soñado una noche que se acostaba
con su madre y acudió a los adivinos del Templo de Hércules gaditano para que
le interpretaran el sueño, cuyo significado –le dijeron ellos– era el de que
dominaría la tierra, como en efecto la dominó. En estos otros versos del libro
nos imaginaremos todos una orgía, que transcurre al mismo tiempo entonces y
hoy, una fiesta por la que corre el vino andaluz y que recuerda aquel episodio
de Julio César, protector, veraneante y amigos de Gades, Cádiz:
Hola, Viviana. Salve, Aurelia.
Guardad de la inmediata
voracidad de Emilio esos hermosos senos:
veo que nada lleváis debajo de
la túnica
Buenas noches, Calidio, Balbina.
Si, si, han venido todos.
Cenaremos pimientos como llamas
y pescados del día; Máximo trajo
algunos
licores extranjeros para no dejar solos
al chiclana, al rioja, al
málaga.
En las terrazas a la playa estamos
desde el atardecer.
No tan discretamente ya,
chisporrotean los sexos
y, si no hay nada que lo aflija,
bien sabes, Flora, cómo andará todo:
bebidos como el César aquella noche aquí,
y oyendo y viendo igual que él,
tras las cortinas de la fiesta,
retumbar en lo oscuro el mar de Cádiz
Honrándolo, imitemos, pues,
varios de los primeros
pasos dados en nuestra ciudad
por su distante protector,
pero no por ello os creáis
obligados también a soñar
luego que estáis yaciendo con
vuestra propia madre.
Y ahora, aunque no tiene absolutamente
nadísima que ver con todo esto salvo con el vino, me estoy acordando de pronto
de la cara de tres o cuatro de los hombres que aparecían hace muy pocos días en
una foto de prensa, caras lastimadas, serias, porque les pesaba a ellos mismos
lo que estaban haciendo, les pesaba como un dolor o una blasfemia a esos
hombres de las viñas de Jerez ver la uva por el suelo, delante de las tapias
bodegueras los racimos rubios hermosos a cuenta de convenios laborales; la
riqueza y la belleza y el sudor tirados, ¿cómo no iban a dolerles, con razón o
sin ella, a esas gentes viñeras? Con que se me hizo un nudo en la garganta como
se les hubiera hecho a ustedes, gentes de Mollina, padres y madres de estas
otras uvas: y seguro que hasta más gordo el nudo. Así que vamos a dejarlo,
porque estamos de fiesta y ya mismo nos asomamos a otros y poquitos versos
eróticos donde el vino es mucho más protagonista. El poema de un “ligue”, que
puede ser de cualquier siglo y de cualquier parte, porque eterna es y será
siempre la misteriosa llama del deseo, la que junta a una mujer y a un hombre
en amor. Se titula Dama de noche; habla ella, la amante, y le dice la chavala
al novio:
Tan tarde era que llegue a pensa
r en un descuido de mi padre
y que estaríamos solos.
Pero ahí la tienes. Recién
puesto el sol
llegó; medio borracha
está de lo que ayer te trajiste.
Vieja sucia…Jamás demasiado
encima, pero cerca siempre.
La luna llena agrava mi deseo,
querido amor; llévale este otro vino
de Hispania que has traído hoy.
Dale a él hasta que caiga.
Contentémonos con el fondo,
que un sorbo bastará si en la embriaguez
del lecho lo intercambian nuestras bocas.
Mollina… Otro año en tus fiestas de
septiembre. Todavía latiendo tu feria de Agosto y ya está aquí el fiestón de
tus uvas, que es que en verano no paras, Mollina, hija, titi, que diríamos en
mi Caleta gaditana. Pero ahora daremos otro salto enorme, rapidísimo, y de la
España romana nos vamos a ir unos instantes a la Edad Media, al Al-Andalus
fabuloso de los árabes y moros tan andaluces como nosotros. Tenían (y tienen)
prohibido el vino, pero ¡qué va!… “Cuando ofreces a los presentes, como el
copero sirve en ronda los vasos, el vino de tus cachetes encendidos de
vergüencilla, no me quedo atrás en beberlo” escribió el visir sevillano Walid
hace diez siglos. Y el rey moro Mutamid dijo. “En verdad bebí vino que
derramaba su resplandor, mientras la noche desplegaba su manto de sombras”…
¿verdad que suena a nuestro, a andaluz, amigas y amigos de Mollina?, ¡y nos
suena porque lo es! Y un ricachón algecireño, Ben Abi Ruh, habla de haberse
quedado una noche hasta el alba “bebiendo el delicioso vino de una boca
cortando la rosa del pudor”. Vino y amor siempre juntos en la poesía
arábigo-andaluza y cuántas veces en la vida misma…
Pero yo ahora quisiera contaros un grabado,
cosa que no es fácil porque un grabado es para verlo y las palabras, las
pobres, tienen poco que hacer aunque las manejemos bien los poetas. Pero es que
un grabado malagueñísimo, barroquísimo y hasta mollinatísimo de vinatero,: uno
que anunciaba, o era la marca de, la Hermandad de Los Viñeros de Málaga. Hay
letreros arriba y debajo de la figura sentada en el grabado, la figura que
tiene a su izquierda un galeón en la mar, y que no se sabe si esa figura es
macho, hembra o andrógino, o sea, mondrigón de la cáscara amarga, con sus
trabajos de labrar la tierra viñera, sus barriles, su corona de pámpanos y
racimos, su cuerno de la abundancia, sus sandalias, su traje de mariquita loca,
y esa cara y pechera que no hay quien les cale por dónde van los tiros, que no
nos damos cuenta si lo que le conviene al personaje es una señora de tronío o
bien dos militares sin graduación. Y esa figura, por lo demás artísticamente
estupenda, es la que anunciaba la Hermandad de los Viñeros de Málaga,
establecida y confirmada por los Reyes Católicos: claro que Mollina no andaba
todavía en el juego y el negocio de los vinos malagueños, pero bueno: ya era
como si estuviera eso en la mente del Tiempo hasta con su saludable
cooperativismo (el que, también con aceite y aceitunas, tiene en pie y embalada
vuestra Cooperativa Virgen de la Oliva) y esta Plaza de Atenas, nombre con que
esta joven Mollina se apunta al clasicismo culto y bebedor de la Edad Antigua,
y donde quizá por eso han sonado un poquillo mejor mis anteriores ocurrencias
hispano-romanas.
Pero no vamos a quedarnos siempre en lo
añejo, así que ahora, casi para acabar, damos un salto verdaderamente gordo, y
vamos a plantarnos (con esa misteriosa magia que destila también vuestra Cueva
de los Órganos, ahí por esa Sierra de la Camorra) en la vendimia de Mollina del
89, la de hace dos añitos justos, que a su pregonero, mi paisano y amigo y
pedazo de poeta que es Rafael Alberti, le escribí en Las Crónicas de Castilla
(y para muy otro tipo de vino, pero vino al fin) estos versos finales que ahora
vienen. El estaba en Roma, pero para mí es como si ya estuviera aquí, en
España. La cosa se llama “Un vaso de vino castellano para Rafael Alberti”:
No estaremos en casa, en la bahía, pero
otro sol va a llegarnos, éste
que canta en los toneles de
Martina,
la tabernera de Peñagrande,
mientras arrecia el gris y sigue
la nieve. Ya que aquí gente hay,
ya sabe el mostrador
que van a calentarlo bien pronto
vasos y manos, herramientas,
gorras
de los obreros que te reconocen,
“Martina, ponles otro de mi
parte”.
Un Montealbillo de tres años, ¿ves
que hay algo en el vino?, hay algo
que no es el vino ya sino
Castilla en cueros, larga, toda,
ábrenos
ese vino, Martina,
hoy que duermen las lomas y está el campo
todo en yelo (y quizá
no suba el autobús, ya son las once).
Ardan, cantor, para tu sed de España
el blanco, el tinto de Cebreros,
Guadianejas y Navalcarneros
como lámparas en la nieve,
salte el vino del vidrio a la
madera. “¡Pago
otra ronda y una de anchoas!”
(callado en sal, tan lejos,
un sorbo de Cantábrico, cuadrado
y breve). Uno para bastante
aquí, ¿no te lo dije en una carta?
Mira Madrid al fondo, Rafael,
y qué mañana, este es tu vaso,
siéntate
mientras cuaja la nieve en las
cuneta
y el vino irradia soles en lo
oscuro.
Y ahora, para acabar, me van a permitir
ustedes ser otro, otro bien distinto y que también soy, escuche usté, no ya el
de las bibliotecas sino el de las calles y los muelles y el Carnaval de Cádiz.
Ahora nos vamos un poco al cachondeo verdá, que para eso estamos de fiesta, a
un pellizco para Mollina del gran jolgorio gaditano de los Carnavales, con un
descaro y jeta notorísima, desde luego, pero que también vienen a cuento y que
pertenecen a aquella novela de uno Las mil noches de Hortensia Romero, La Legionaria, la tunantona malagueña pero
gaditana del todo porque recriada y vivida en Cádiz, otra Andalucía y la misma
por fin, que este año, en partido fratricida, pudo quedarse el Cádiz en 1ª
División y dejó al Málaga en 2ª aunque de puro milagro, que ya sabemos que la
Virgen no se le aparece más que a los pastorcitos, a los tontos y al Cádiz Club
de Fútbol. Pero a lo que íbamos, a sus historias, la cosa de la Legionaria.
Como la del cochecito de la caca, en la que también entra el vino que no puede faltar
en este pregón:
“¡Lo alegre y lo salao que era El Friti, de
mearse, y la de chistes que sabía ese hombre!; que él fue el que sacó por
Carnavá la copla del moqui-moqui que la cantaron “Las Cotorras Borrachas”, la
copla con el lío de Paco el del Ibérico, ¡mujer, el Ibérico, el café del Paseo
Canalejas: cuando le pasó aquello al dueño, que ya él era mayor y quería a la
fuerza seguir funcionando con una muy joven y…!, ¿pero cómo que qué dueño?:
¡¡Paco, hija!!, aquello que tuvieron por fin que llevarlo al Seguro de
Enfermedá a bajarle urgente el mandao, que la cantó esa copla aquel año la
chirigota de Santiago Galván, la de las cotorritas:
Un industriá de esta plaza
s’ha tomado una pastilla-có
y se l’ha quedado el tranco-có
como el palo de una silla,
¡moqui-moqui del trancoqui,
quiquiriquiquí co-có!:
del Friti clavao. O si no, que yo lo vi, cuando vistió de niño chico a
Pepe el Chaveta tan viejo, tan chiquitito y tan feo, eso fue otro Carnavá hace
más tiempo y él salió de niñera: el Chaveta en el cochecito con su pipo, sus
patincillos de lana, el sonajero, su babero de encaje, o sea, lo que es una
criatura chica, y el Friti con sus medias y las naguas plisás y el gorro ese de
niñera. Y le dice el Friti al Chaveta:
Ya tú sabes los rempujones y las bullas que se forman; en una de esas,
lo mismo te tiran del coche o te caes o lo que sea, así que va a ser mejor que
te amarre, José.
Venga –dice el Chaveta.
Lo amarra el Friti al cochecito, pero bien, con dos nudos así de
gordos, y el biberón era el vino, un biberón muy grande, esagerao, con vino de
Casa Nicanor, y la tata se lo deba al niño, “toma, nene, toma”: la gente,
tirándose al suelo.
Y coge el Friti y, sin que el otro se diera cuenta, empieza a echarle
jalapa en el vino, con lo que eso suelta el vientre y que casi ni se le nota el
gusto con el vino fuerte. Y de pronto, el Chaveta: “mamá, caca”, y al rato,
“ay, ay, Antonio, suéltame”. Y el Friti venga a dale el biberón, “toma, nene”,
ya por la calle La Pelota unos peos que no veas y “suéltame, suéltame!”. Y el
Friti, ese biberón: “¡toma y calla, nene, uy qué nene éste más malo!”. Pero sin
desamarrarlo y el Chaveta, por la Calle Nueva, medio llorando: “¡Que me cago
–suéltame por tus muertos, Friti, ay!”… Y “que me cago –que me cago y, ya en
San Francisco ¡prrrrrrrrrrá!: salpicando la mierda por las barandillas del
coche abajo. Que al Chaveta, olvidársele, no se le llegó a olvidar. No se lo
perdonó nunca, ¿eh? Lo veía y se ponía malo otra vez…”
¡Y ahora, que sí basta ya de palabras y vengan la bulla y la alegría,
el baile y las ganas de vivir al hilo de los mistelas, los blancos y los dulces
mollinatos!
Ah, y …
no me hables mal del solano
el que te endulza en Mollina
los racimitos tempranos.
Las imágenes
que acompañan esta publicación son, en primer lugar, un retrato de Fernando Qui-ñones, el cartel de Isabel Muñoz, y el azulejo con la soleá que nos regaló,
colocada en 2014 en la esquina de la calle del Viento con calle Antequera.
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