VII PREGÓN DE LA VENDIMIA. ANA ROSSETTI. 1993










Salvo raras excepciones, casi siempre suele ocurrir lo mismo. En los pregones y en otros encargos que tienen que ver con lo público.

Cuando un pregón sale bien, el éxito hay que achacárselo –en primer lugar- a los comitentes. Una buena elección de la persona encargada de pregonar supone que la calidad del texto que abrirá la fiesta va a ser acorde con la del personaje.  En segundo lugar, lógicamente, hay que achacar al trabajo del comisionado que el resultado fuera el esperado.

Por el contrario, si el pregón sale mal, el fracaso puede ser debido –en primer lugar- a los comitentes. Bien por desconocimiento, bien por hacer el encargo a alguien inadecuado, pero al que hay que pagar determinados favores, bien por un planteamiento erróneo en las cualidades que deben adornar a un pregonero…

 De todo eso hubo –y suponemos que habrá- en la lista de los pregoneros de Mollina.

En segundo lugar, el fracaso hay que achacarlo al pregonero. Se puede haber elegido a alguien con una categoría literaria de primer nivel, pero por desidia del mismo, por premura en el encargo, por mala racha vital… el pregón resulta fallido.

Hasta este año los pregoneros se lo habían currado bien. Incluso muy bien. En 1993 Ana Rossetti –pseudónimo de Ana María Bueno de la Peña, San Fernando, 1950- pinchó. La elección de la pregonera estaba avalada por una obra poética importantísima. Devocionario e Indicios vehementes, ambos de 1985, supusieron un giro revolucionario en la poética de aquel tiempo, donde la Rossetti introducía nuevas propuestas líricas cargadas de referentes eróticos transgresores, lo que hizo que se pudiera contar, por derecho propio, entre los mejores poetas españoles de la poesía española contemporánea.

El vestuario elegido por Ana Rossetti sí que estuvo acorde con la categoría del acto. Una antigua casulla roja del Sagrado Corazón de Jesús adaptada como túnica, resultó totalmente adecuado para el pregón. La presentación de Rafael Inglada fue, sencillamente, magnífica.

El cartel de ese año era obra de Disigno, empresa de diseño gráfico y promoción de marca.



Éste es el pregón de Ana Rossetti:



La fiesta del vino, no es de ahora, ha sido siempre en septiembre. Siempre se han celebrado las cosechas y la primera celebración que tenemos es a la tierra, es a la uva, la primera madre del vino, porque el vino se tiene que engendrar dos veces, primero en la tierra bajo el sol y al aire libre y después en el silencio, en el barril, en la bodega. Esta primera madre es la que se celebra ahora, en septiembre. Sabéis que en el cielo está la constelación de virgo, las constelaciones son muy importantes para los pueblos agrícolas, porque no se planta una semilla, ni se recoge una cosecha, ni se hace ningún trasplante sin antes consultar a la luna o a las estrellas. Está la constelación de virgo, como os digo, también es muy significativo, que el día 8 fue el Natalicio de la Virgen, el día 12 va a ser el día de su santo, la festividad del Dulcísimo Nombre y desde la antigüedad se celebraban los cultos a Isis en Mesopotamia y en Egipto, a la Diosa Galla, antes de los Dioses olímpicos, a Démeter en Grecia, a Ceres en Roma.

Todas eran la madre tierra, la virgen que se autofecundaba como símbolo de sí misma y de ser una en ella. De estos cultos a la tierra, podemos aprender el sentido de la existencia que es circular, que toda muerte es una renovación, que todo nacimiento es como un eterno retorno. Ahora la uva que va a ser pisada, volverá a renacer con una nueva transformación que va a ser el vino. Estos rituales de la tierra, sobre todo cuando en Grecia dieron lugar a los ritos del Eusis y allí se festejaba el vino de una manera muy especial.

El invento del vino, fue un invento maravilloso. La Biblia dice que fue por accidente, que tomó Noé unas uvas que le fermentaron y pilló una borrachera con lo cual tuvo consecuencias trágicas para su hijo Cam, que se estuvo divirtiendo y el otro le echó una maldición ya para siempre. Y los griegos, la invención se la dan a Dionisos, lo que sí es cierto es que aunque sea fortuito, o aunque sea un milagro, que desde luego lo es, en cierta manera, el hombre interviene. Es el hombre el que ha vigilado la naturaleza, ha transformado la naturaleza, ha intervenido por si es verdad que era un accidente, para repetir ese accidente, como el de Noé o para arrebatarle ese secreto a Dionisos, si era verdad que era el invento de un dios o simplemente porque ha estado observando hasta dar con esa fórmula mágica para obtener ese licor que luego sería cese sacramental y que a todo el mundo nos pone siempre tan contentos.

Lo que sí, esta celebración que se hacía en el Eusis, estaba festejada, no solamente por la madre tierra, sino también por el motivo del nacimiento del vino. Por un lado se plantaba la primera semilla, que era la que iba a permanecer todo el invierno en la tierra, hasta florecer en primavera y por otro lado, se abría el primer vino para que brotara en una especie de unión circular entre todos. Se festejaba todo eso con danzas que tenían mucho que ver con los ritos de la fertilidad, porque el ritmo obsesivo, tenía, o pensaban que tenía relación con la fertilidad de la tierra, de los animales o de los seres humanos. Pero también se le debe el nacimiento del teatro, y eso también para mí, muchos motivos de festejo, porque el teatro nos ayuda a salir de nosotros mismos, para observarnos, para reconocernos, para criticarnos y para aprender que eso no viene nunca mal. Todas estas celebraciones de la madre, como es la tierra del vino y del ser humano, que en realidad es el verdadero protagonista de esto, porque es la colectividad la que decide lo que va a transformar, lo que va a asumir, lo que va a rechazar o lo que va a formar parte de ellos mismos, el que puede unir la magia con la química, la sabiduría con el milagro, o la ceremonia con el trance, el arte con el oficio, las leyes inmutables de la naturaleza con ese espíritu de vino que es siempre tan impredecible y visionario. Esa festividad del cuerpo, del goce, de los sentidos, del ver una realidad más allá de uno mismo, es lo que conmemoramos hoy. Pero si os parece voy a terminar con algo que sí tiene que ver con los ritos de la tierra y tiene que ver con vosotros, los de Mollina, porque os voy a contar por qué el aceite baja a la oliva.

Era cuando la Sagrada Familia estaba huyendo del rey Herodes y ve que vienen sus soldados y entonces se encuentra con un olivar, y la virgen se esconde detrás de un árbol como puede. Se van acercando cada vez más los caballos, se escuchaban los trotes cada vez más ligeros y la Virgen tiene miedo, el Niño rompe a llorar y el olivo se apiada, se abre y los cubre, los envuelve hasta que pasa el peligro. Entonces cuando ya los caballos habían desaparecido en el horizonte, la Virgen salió de allí y bendijo el olivo. Y entonces le dijo que cómo había guardado en sus entrañas y los había protegido, desde entonces ungiría a los príncipes y a los cristianos. Nos ayudaría cuando naciésemos, nos ayudaría cuando muriésemos y que desde entonces sería un fruto sagrado. Y por eso podemos ver los 15 de agosto cómo hay muchas estrellas que van bajando, sobre todo donde hay olivos, y parece que son estrellas fugaces, pero no, son los ángeles que bajan con una jarrita para verter el aceite en la oliva.

Y eso era una historia que quería contar.





La primera imagen que acompaña a este texto es una fotografía de Ana Rossetti. La segunda, la del cartel de ese año. 








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