La Lectura Dominical, doce de marzo de 1910.
José Zahonero de Robles y Díaz (Ávila, 1853-Madrid, 1931)
fue un escritor y periodista español, uno de los representantes del
naturalismo. Compañero de estética de Alejandro Sawa y amigo de Pérez Galdós en
su obra aparecen rasgos habituales en las novelas naturalistas, como el
anticlericalismo, la denuncia del fanatismo religioso, la denuncia de la trata
de mujeres, las escenas truculentas (se produce una discusión entre los miembros
de un matrimonio, que acaba con la muerte de ambos, p.e.)...
Uno de sus temas centrales es la situación de la mujer en la
sociedad de su tiempo, tema capital en la narrativa naturalista y que denuncia
la falta de sintonía entre la formación de la mujer y su papel inactivo en la
sociedad.
A final de siglo se convierte al catolicismo, hecho que dio
bastante que hablar y escribir, si bien el autor nunca había dejado de ser
cristiano, sólo que era no practicante.
De su recobrada fe resultó un apasionado practicante y
público defensor, hasta su muerte, ocurrida en Madrid en 1931.
Pues bien, el doce de marzo de 1910, ya en su época de
defensa del catolicismo publica en La
Lectura Dominical, publicación clerical, este cuento que a continuación
transcribimos.
Lo curioso: un
personaje al que hace llamar Mollina.
Dice así el cuento:
EL TOQUE DE COMBATE
—Me parece á mí que he adivinado
cuál es el motivo de tu tristeza, querido Manuel; ¿por qué no me lo dices tú?
¿No tienes ya confianza en tu padre? —dijo Juan Antonio al ver á éste
cariacontecido y melancólico.
—Sí la tengo; pero el respeto,..
—Vaya, yo te ayudaré á confesar
tus penas. ¿Se trata de Pilar?
—Sí, sí, señor.
—¿Ves cómo he acertado? Hace ya
tiempo que vengo yo advirtiendo que ella no está contigo tan contenta como
antes estaba. ¿Y no das tú con la causa de esta extraña variación? ¿No? Pues
yo, sí. Pilar es piadosísima, como lo son sus padres; Pilar, además, emplea
gran parte de su tiempo en coser para los pobres, en trabajar coa entusiasmo en
la caecquesis de jóvenes obreras y contribuye al sostenimiento de muchas
instituciones cristianas; piensa tú en esto, y luego tal vez des con el motivo
de la variación que en ella vienes notando.
—¿Acaso porque yo no haga lo que ella hace me
ha de juzgar ya como á un descreído? Después de terminada mi carrera, ¿hago
otra cosa que no sea trabajar en la misma, cumplir con mis deberes religiosos y
demostrar fiel cariño á la que ha de ser, por mi gusto y con el beneplácito de
ustedes, mi esposa? ¿Hay algún mal en esto?
—¿Quién dijo tal? Así tu madre
como yo estamos satisfechos de tu conducta y vemos con placer tu honestísimo
trato y con alegría la buena elección tuya; pero ten en cuenta que á las damas
cristianas les contenta y enorgullece el ser amadas por los valientes
defensores de la cruz del Salvador, y no gustan de los cruzados perezosos, y
tibios, y rezagados... ¿No me comprendes, verdad? Ahora bien; óyeme: La mayor
parte de los estudiantes de mi tiempo, me refiero á los años de la Revolución,
seducidos por las resonantes parlerías de Castelar y de otros, por entonces
popularísimos charlatanes, en vez de seguir con aplicación el estudio de las
asignaturas de nuestras carreras, nos ocupábamos en seguir la marcha de la
política; en vez de leer libros instructivos, leíamos las traducciones de loa
libracos de Hugo, Lamartine, Proudhon, Pelletan, Luis Blanc y de otros
franchutes, y además toda la folletería y todos los papeluchos revolucionarios.
Cuando recuerdo que yo tuve por grandes hombres á viles aventureros y asesinos
como Dantón, Robespierre y hasta el inmundo Marat, y que me envanecía de no
haber leído ni la vida de San Francisco de Asís, ni la de Santo Tomás de
Aquino, ni la de San Ignacio de Loyola, ni la de ningún santo, me lleno de
vergüenza y de tristeza. En vez de acudir á la cátedra y al templo acudía al
club y á todas las bullanguerías de la chusma, que nos halagaba con los
aplausos y nos impelía á realizar los mayores desatinos sólo por el contento de
nuestra necia vanidad. Ricos y algo más instruidos que la gente popular, y
siendo tal vez de los más inteligentes de aquella juventud, éramos de parla
fácil y ampulosa y pintoresca, y contribuímos á propagar los disparates más
tremebundos y hacer el más pernicioso daño á las almas, y con esto á que se
encumbraran muchos granujas y á que se encumbraran bastantes tontos, que fué lo
que luego nos produjo el más grande pesar. La mayor culpa de esto teníanla
algunos catedráticos pedantones y malvados que nos enseñaban en la clase las
más absurdas doctrinas y nos alentaban á cometer las más atroces barbaridades?,
que en esto, según los tales inicuos encanta dores, estaba la fuerza de las
aventuras en defensa de la libertad y del progreso. Pues bien, tú lo sabes hijo
mío, mil veces me lo has oído referir: nosotros todo lo perdimos, carrera
fortuna y hasta el juicio, y entre tanto, no sólo se hicieron famosos bufetes y
llegaron á conseguir encumbrados puestos los tunos embaucadores, sino hasta los
tontos, y esto ha sido lo que más nos ha indignado y apesadumbrado. Por
ejemplo, Mollina, ese que ha sido director de un gran periódico y luego
ministro. Mollina era un desgraciado que no sé de dónde vino á Madrid y entró á
escribir fajas en la Administración de una revista, y después de corre ve y
dile en un papelucho llamado La Igualdad. Echábaselas de muy republicano, y
teniendo el buen cuidado de no decir sino de tiempo en tiempo y con gran
solemnidad alguna que otra pedantesca tontería, cobró fama de docto. Al llegar
la restauración pasó al servicio de un afamado gallego, que había sido buscón
como Mollina, aunque de alguna mayor instrucción y de más despierta
inteligencia. Tenía el tal galleguito un papelucho diario, y allí salían los
artículos que el mismo señor dueño del periódico escribía de sí mismo, pero que
aparecían con la firma de Mollina. Este ni era capaz ni es ni será de redactar
un suelto, pero vióse pronto con la fama de gran periodista porque de tiempo en
tiempo, cuando al galleguito le convenía, soltaba Mollina algún articulazo
sobre algún punto interesante de politiquilla, que daba con su firma y que era
obra del amo. Como el valor de la alabanza está en parte en el valor y los
merecimientos del que alaba, era utilísimo al galleguito que Mollina su
turiferario pareciese hombre de sumo ingenio y de vasta instrucción; tuvo
después necesidad de contar en el Parlamento con un colega que le fuese muy
adicto, y Mollina llegó á diputado y ministro, porque á su amo le convenía, por
negocios particulares, ser el manipulador del ministerio incógnitamente y con
editor responsable; esta ha sido la historia del pavisoso, pulido y astuto
bobalicón Mollina, al cual en un principio nosotros los listos, los oradores, los
instruidos, ayudamos á salir de la obscuridad y de la miseria.
—A mí me parece un sér indigno ese farsante, y
odioso un sistema político que tanto favorece á los granujas y á los
necios—exclamó Manuel.
—Pues bien, ello no está
precisamente en el sistema político, sino en el modo de ser de esta sociedad.
El tonto Mollina es tal vez mucho menos perjudicial que hemos sido nosotros.
Quizá él sea útil ocupando un puesto que si él no lo ocupase lo ocuparía algún
malvado... pero nosotros, que éramos ricos, que seguíamos carreras científicas,
que pertenecíamos á una clase social la más culta, ¿qué hicimos sino por
estúpida vanidad ser instrumento de los revolucionarios? Bien sé yo, y por ello
doy mil gracias al cielo, que tú eres serio y juicioso y buen cristiano; ¿pero
esto basta? ¿No pecarás tú por indolencia como nosotros pecábamos por demencia
del orgullo? Es preciso que vayas á pedir un puesto en la falange de la acción
católica, es necesario emplear la propaganda activísima, variar el modo de ser
de esta sociedad y á la vez hacer política... Ha sonado el toque de combate, y
tú no has respondido á él marchando luego á tu puesto de guerrero... eso es lo
que le tiene apenada á Pilar, y para que tú te animes á luchar por la causa de
Dlos y seas un cruzado, Pilar te anima...
—Ah, es cierto—exclamó Manuel,—
ahora lo comprendo, y te prometo que de hoy en adelante ni ella ni tú me
tendréis por un soldado rezagado. Dios y mi dama serán la empresa de mi escudo,
JOSÉ ZAHONERO
La Lectura Dominical, doce de marzo de 1910.
Comentarios
Publicar un comentario