FRANCISCO DE ROJAS GARCÍA. 05. SITUACIÓN DE LA IGLESIA EN MADRID EN TIEMPOS DE SU SEPARACIÓN DE TOLEDO. ANTECEDENTES. CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO.


Viene de https://lopez29532mollina.blogspot.com/2024/01/francisco-de-rojas-garcia-04-carlismo.html 



 Situación de la Iglesia en Madrid en tiempos de su separación de Toledo.

Antecedentes. 

Católicos y clero. 

    Aunque con un cierto poder temporal en España en la actualidad, la verdad es que no tiene nada que ver con épocas pasadas, incluso muy cercanas en el tiempo. 

    Según la Constitución actual España es un país aconfesional, pero asimismo dispone que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad, manteniendo las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones -incluso con las escasamente democráticas-. Las relaciones entre el Estado Español y la Santa Sede están reguladas por el acuerdo de 1976 y los tres acuerdos de 1979 que modificaron y reemplazaron el anterior concordato de 1953. 

    Según la memoria de actividades de la Iglesia de 2012 en España había en ese año 34.496.250 bautizados, lo que correspondería al 73 por ciento de la población. Están organizados en sesenta y nueve diócesis y archidiócesis territoriales más una archidiócesis castrense. Este alto porcentaje de bautizados no se corresponde con el cumplimiento de los deberes religiosos por parte de esa mayoría. El Centro de Investigaciones Sociológicas publicó una encuesta en julio de 2018 a 2.485 adultos. Según esta encuesta el 66,3 % de los encuestados se definía a sí mismo como católico en materia religiosa. A la pregunta sobre la asistencia a ritos -católicos o no- más allá de ocasiones sociales -bodas, primeras y últimas comuniones, entierros...- un 62,5 % afirmó no ir casi nunca, un 13,4 % acudía varias veces al año, un 10,7 % acudía alguna vez al mes y un 10,4 % casi todos los domingos y festivos. Sólo un 1,9 % reconoció acudir varias veces a la semana. 

    Este porcentaje está bajando considerablemente, ya que debemos tener en cuenta el envejecimiento de la población y la secularización de una sociedad que bebe más de las redes sociales que de los libros evangélicos. Una grandísima mayoría de los jóvenes españoles de hoy -incluso muchos de los que se autoidentifican como católicos- hacen caso omiso de la postura de la Iglesia en asuntos como las relaciones sexuales prematrimoniales, la orientación sexual o la anticoncepción. Según el Eurobarómetro 69 -2008- sólo el 3 % de los españoles considera la religión como uno de sus tres valores más importantes. La media europea es del 7%. La asistencia a actos de raigambre más o menos folklórica no lo contamos aquí como actos religiosos por razones obvias. 

    En 2022 el número de sacerdotes en España era de 16.568. A ellos habría que añadir 27.006 religiosas y  8.501 religiosos. En total, 52.075 personas pertenecientes al clero, para una población de 48.000.000. En el curso 2021-2022 el número de seminaristas mayores en el total de las 69 diócesis y archidiócesis territoriales era de 1.028, cifra que venía disminuyendo año tras año. En el 2016 había 865 conventos de clausura. En 2023, apenas 700 y cerrando uno por mes. Si a ello le sumamos que la mayoría de clérigos tienen una edad avanzada, podremos tener un retrato de la sociedad actual, al menos en el aspecto religioso. 

    No siempre fue así. Según el censo de Aranda, de 1768, la población española era de 9.308.804 personas. El censo de Floridablanca, de 1787, contó 10.268.110 almas. El de Godoy, de 1797, daba un total de 10.541.221. 

    Los censos del siglo XIX, que son los que nos interesan para centrarnos en la figura de De Rojas, son: 1857, 15.464.340; 1869, 15.546.072; 1877, 16.622.175; 1887, 17.534.416 y 1897, 18.065.635.

    Para una población que en 1747 no llegaba a los diez millones de habitantes, había en España 165.663 eclesiásticos. De ellos casi 130.000 estaban en Castilla y sólo 38.234 en Aragón. O sea que para una población casi cuatro veces menor que la actual, el clero era una cantidad casi tres veces mayor que el de ahora, y no con una tasa de envejecimiento tan elevada como hoy. Para el siglo XIX la proporción era similar a la del siglo anterior, sólo que con la diferencia del origen de los ingresos económicos. Para que nos hagamos una idea: en Mollina, a fines del siglo XIX, la parroquia contaba con dos curas -un párroco y un coadjutor- y un sacristán. Y a principios del siglo XX -1904- había tres curas. Por su parte, en Antequera, en ese año, había veintiuno. 


Imagen 18. Beato Pío IX, papa entre 1846 y 1878, primer papa contemporáneo de De Rojas. 




Con respecto a los capuchinos decir que la Desamortización de 1835 suprimió la orden en España. Sus componentes fueron obligados a abandonar los conventos y a laicizarse. La restauración de la orden en España comienza en 1877 cuando se reabre el convento de Antequera. Los capuchinos, muchos de ellos venidos desde Bayona, fomentaron la creación de nuevas órdenes terciarias franciscanas, muchas de ellas femeninas y dedicadas a la enseñanza. 

Financiación de la Iglesia. 
Hoy día la Iglesia Católica se sufraga en España con un cincuenta por ciento, aproximadamente, de aportaciones de sus fieles, un veinticinco por ciento de asignación presupuestaria del Estado y sólo un cinco por ciento por rendimientos del patrimonio eclesiástico. Nada que ver con el siglo XIX. Por una parte el Estado gastaba más en Iglesia que en enseñanza. Aunque el proceso desamortizador del siglo XIX arrebató a la Iglesia casi todas sus tierras, ésta tenía aún una fuente de ingresos considerable, gracias a las arcas públicas. Pongamos como ejemplo los presupuestos del Estado para 1887. El 28 de agosto de 1887 el redactor de El Motín -anticlerical, pero manejando datos ciertos- decía en su número 35, año VII:
Juicio crítico del presupuesto de gastos del Estado:
Culto y clero: cuarenta y dos millones, veintiún mil ciento sesenta y tres pesetas.
Instrucción pública: diez y ocho millones, ochocientas cincuenta y un mil setecientas cincuenta pesetas. 
¡Ahora lo comprendo todo!

    Veamos ahora someramente qué significó el proceso desamortizador del siglo XIX. A principios de ese siglo casi el 70 por ciento de las tierras cultivables estaban en posesión de manos muertas: Iglesia, Ayuntamientos, nobleza...
    El proceso de Desamortización promovido por los liberales perseguía que los bienes de la Iglesia o de los Ayuntamientos pasaran a manos privadas y con el dinero obtenido sufragar la deuda pública. Cierto que las ventas de las tierras arrebatadas fueron para poder invertir en obras públicas, pero había también su parte negativa. La mayoría de las tierras eclesiales eran arrendadas a campesinos a cambio del pago de una renta. En cuanto a las tierras municipales había que distinguir entre los bienes comunales, generalmente prados  o bosques que se dedicaban para el aprovechamiento común de los vecinos y por otro lado los bienes de propios. En este caso las tierras de labor se cedían a particulares para su explotación a cambio del pago de una renta destinada a la hacienda del Concejo. 

    Con la desamortización una gran cantidad de manos campesinas se quedaron sin su medio de trabajo y pasaron a ser jornaleros. Y sin el apoyo que los bienes comunales o de propios proporcionaban a una población empobrecida, pero que veía mitigada su hambre con la rebusca de espárragos, collejas, verdolagas...en los montes municipales. En Mollina, aún pasada la primera mitad del siglo XX, se mantenía cierta memoria colectiva con respecto a este asunto y muchas voces se preguntaban  que cómo se podía haber perdido la Camorra cuando pasó a manos privadas. 

    Para entender qué supuso la desamortización veamos qué nos dice un autor anónimo que escribió un manual de Historia de España. Editado en 1939 para la nueva escuela de la dictadura, podemos ver qué pensaban los carlistas -recordemos de nuevo que esa era la filiación del señor De Rojas- sobre este hecho. Dice el manual: 

El hombre de la revolución liberal era un judío que se había labrado una gran fortuna personal: Mendizábal. Este Ministro de la Reina Cristina, más ladino que todos los anteriores, en vez de dejar asesinar frailes y quemar conventos, ideó un procedimiento más sutil para el triunfo de la revolución. Declaró, por una ley, propiedad del Estado todos los bienes y riquezas de las  iglesias y Órdenes religiosas, sacándolos en seguida a subasta y vendiéndolos a poco precio a los particulares. Esto es lo que se llama la Desamortización. Esta ley, llamada por Menéndez  Pelayo, el más sabio escritor de nuestros tiempos, inmenso robo, no fué ni por asomo popular. Pero Mendizábal conseguía su objeto: no sólo quedaba la Iglesia empobrecida y humillada, sino que nacía de la desamortización una nueva clase social de propietarios y burgueses que se hacían liberales para poder conservar sin escrúpulos los bienes robados por el Estado a los frailes y comprados por ellos a bajo precio. Desde entonces, esta burguesía media e interesada es el nervio del liberalismo español. Los carlistas se congregaban como águilas, por los picos de Navarra, en alas del más desinteresado ideal. Los liberales, se reclutaban en Madrid, en torno del Poder, como roedores atraídos por las migas de pan de la desamortización. 
Con la desamortización, además, sufrió otro golpe durísimo el tesoro artístico de España. Ella completó la obra de saqueo y desastre de la invasión francesa. 


Aunque sin las propiedades que tenía antes de Mendizábal, la Iglesia mantenía algunos que otros privilegios. Ya hemos visto cómo una buena parte de los presupuestos estatales iba para ella. Y seguía recibiendo donaciones y herencias. A esas donaciones y herencias acudían muchos clérigos que no tenían otra forma de alimentar a sus familias. Personas que habían hecho de su sacerdocio un medio de vida. Lógicamente no eran todos así. El pueblo sabía cuáles de ellos habían seguido con sus vecinos cuando llegaba una epidemia, compartiendo con la gente el destino desgraciado que les había tocado, en vez de irse a os conventos en el campo, como hacían algunos, para salvar la vida. O aquellos que asilaban a quienes nada tenían. O aquellos que cuidaban en hospitales y albergues a quienes enfermaban. Las generalizaciones son perversas. En este caso, más. 

Imagen 19. León XIII, papa entre 1878 y 1903. segundo papa contemporáneo de De Rojas.




Clericalismo

Acudamos a la Real Academia para que nos alumbre en los conceptos, ella que es tan certera haciendo definiciones. Para la palabra clero nos dice que viene del latín tardío clerus y éste del griego bizantino kléros. En su primera acepción: Conjunto de los clérigos. En su segunda: Clase sacerdotal en la Iglesia Católica. Por su parte en clerical nos dice que viene del latín tardío clericalis. Primera acepción, Perteneciente o relativo al clérigo, segunda, marcadamente afecto y sumiso al clero y a sus directrices.  Con respecto a clericalismo nos da tres acepciones. Primera, Influencia de los dirigentes de una religión en la política de un Estado. Segunda, marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices, y tercera, intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de otros miembros de ella. Por anticlerical entiende como contrario al clericalismo, o contrario al clero. Y, por último, anticlericalismo, es la doctrina o procedimiento contra el clericalismo o bien la animosidad contra todo lo que se relaciona con el clero. 

O sea, que puede haber clérigos -y los hay- contrarios al clericalismo y más partidarios de seguir el Evangelio que a la cuenta corriente o a cualquier otro tipo de intereses económicos; y hay no creyentes que pueden estar muy de acuerdo en determinadas cuestiones clericales. Hoy, y en tiempos anteriores. Las generalizaciones son malignas. En este caso, más. No olvidemos que el primer anticlerical fue Cristo cuando dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Lucas 20:25, versión Reina-Valera, 1960. También lo dijo en Mateo 22:21 y en Marcos, 12:17. Pablo, el apóstol, en su epístola a los Romanos, 13:7, nos lo dice más claramente: Pagad a todos lo que debáis: al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honra, honra. 


Imagen 20. San Pío X, papa entre 1903 y 1914, tercer papa contemporáneo de De Rojas. 



Veamos ahora lo que significó el clericalismo en España. 
La Inquisición tuvo un papel determinante en España durante los siglos XV, XVI, XVII y XVIII e incluso en el siglo XIX. Es cierto que permitió vertebrar un país muy heterogéneo en torno a una única religión -católica- pero su dominio fue excesivo. El precio que se pagó fue un atraso -científico, económico, social y político- y una exclusión de lo que Marcelino Menéndez y Pelayo denominó heterodoxos españoles: judíos, moriscos, protestantes -evangélicos, calvinistas, erasmistas...-, ilustrados, liberales, krausistas, librepensadores, científicos, evolucionistas, socialistas...
la dinastía de los Austrias, gran defensora del cesaropapismo emprendió numerosas guerras de religión que aisló a España en muchos aspectos y dedicando a la guerra enormes recursos económicos. Recordemos que Felipe II con su férrea censura impidió que los estudiantes de sus reinos fueran a universidades europeas no controladas por la Iglesia. Sólo se permitía ir a Bolonia o a Coimbra. 
El arzobispo primado de Toledo, Juan Martínez Siliceo, orgulloso de considerarse cristiano viejo, se opuso al nombramiento de un converso para una canonjía vacante en la sede toledana. De ahí a la generalización de la exigencia de los estatutos de limpieza de sangre que impedía que descendientes de judíos o moriscos pudieran ejercer de clérigos o de empleados públicos, incluso habiendo abrazado la religión católica. 

¿A qué nos llevó todo esto? La censura excesiva condujo a una generalización de la hipocresía y la corrupción moral. Juan Pablo Forner, nada anticlerical, muy al contrario, criticaba en pleno siglo XVIII todo esto en su soneto titulado Madrid: 

Esta es la villa, Coridón, famosa 
que bañada del breve Manzanares 
leyes impone a los soberbios mares 
 en otro mundo impeña poderosa. 

Aquí la religión, zagal, reposa 
rica en ofrendas, fértil en altares, 
en las calles los hallas a millares, 
no hay portal sin imagen milagrosa. 

Y por que más la devoción entiendas 
de este piadoso pueblo, a dada mano
 ves presidir los santos en las tiendas. 

-Y dime, Coridón: ¿es buen cristiano 
pueblo que al cielo da tantas ofrendas? 
-Eso yo no lo sé, cabrero hermano. 

Aunque hubo alguna que otra figura dentro del humanismo cristiano -León de Arroyal, por ejemplo- destacan más las contrarias a los avances sociales y el progreso material, social y político de España. El abate Barruel escribió contra los ilustrados y luego contra los liberales. Lorenzo Hervás y Panduro, contra la Revolución Francesa. Fray Fernando de Ceballos y Mier, contra ateológicos, naturalistas, libertinos, espíritus fuertes y freethinkers -librepensadores- Rafael de Vélez escribió, además de otras obras del mismo cariz, Apología del Altar y del Trono, en donde defendía la mutua alianza de ambas instituciones contra la nueva ideología liberal. Francisco Alvarado, dominico conocido por su pseudónimo de el Filósofo Rancio, defendió el integrismo. Etcétera. Etcétera. Etcétera. Numerosos clérigos atizaron las guerras inciviles del siglo XIX formando partidas para apoyar al carlismo cuyo lema, no olvidemos, era Dios, Patria, Rey haciendo de la unión de esos tres conceptos un retrato robot de su España idealizada y deseada. 
Es cierto que hubo católicos liberales o neocatólicos -recordemos a fray Ceferino González- pero aunque insistamos en que las generalizaciones son siniestras y más en estos casos, hubo muchos más clérigos contra los avances sociales que a favor. 
Para el siglo XX -que apenas viene a cuento con el señor De Rojas- resumir en que la Iglesia llamó Cruzada a nuestra guerra incivil. La Ley Orgánica de Principios del Movimiento Nacional, vigente hasta 1976, decía en su artículo dos: 
La nación española considera como timbre de honor el acatamiento de la ley de Dios, según la doctrina de la Iglesia católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación. 
La sociedad de posguerra fue sometida a una catolización extrema con grupos favorecidos por el poder -nacionalcatolicismo- hasta que una buena parte del clero se dio cuenta de su postura. Las manifestaciones de Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española, en 2018, son elocuentes a este respecto. Decía sobre el clericalismo: Nace de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder a ejercitar más que como un servicio gratuito y generoso a ofrecer; y esto conduce a la pretensión de pertenecer a un grupo que posee todas las respuestas y no tiene necesidad de escuchar y aprender nada o fingir escuchar. 
Lo que estaba haciendo era calcar lo que el papa Francisco había dicho en un sínodo de obispos. 



Imagen 21. Benedicto XV, papa entre 1914 y 1922, cuarto y último papa contemporáneo de De Rojas. 





Anticlericalismo
Lógicamente, al haber tenido una importancia enorme en la vida de España la Iglesia Católica, con tanto poder y con tanta influencia en las esferas de poder, la aparición de anticlericales en nuestra sociedad sería un contrapunto lógico también a ese poder. Para estudiar este fenómeno acudiremos a Eduard Montagut Contreras, doctor en Historia Moderna y Contemporánea. 
El término anticlericalismo nació en Francia a mediados del siglo XIX. Servía para definir la política que había que seguir en relación con la Iglesia. Este término se generalizó entre la opinión pública francesa y pasó a España donde se popularizó en poco tiempo. 
En España hay dos periodos en la historia del anticlericalismo. El primero desde la Edad Media hasta la crisis del Antiguo Régimen. La segunda parte, desde las etapas liberales hasta nuestros días. Por razones obvias el anticlericalismo no fue igual en esas dos etapas. 
El anticlericalismo de la Edad Media y de la Edad Moderna es un movimiento creyente. O sea, no se sale en absoluto de los principios de la Iglesia Católica, algo que el anticlericalismo posterior no haría.  Los anticlericales criticaban los vicios, excesos y pecados de los eclesiásticos, pero no se cuestionaban ni los dogmas ni la existencia misma de la Iglesia. Es más una censura moral que un movimiento antirreligioso. Tengamos en cuenta que la religión impregnaba de tal manera la sociedad que determinaba los modos de vida y la concepción del mundo, algo totalmente impensable en nuestros tiempos donde la televisión, cine, redes sociales y consumo han dado al traste con siglos de religiosidad. 
En la Edad Media se censura la simonía y la avaricia del clero o sus costumbres contrarias al Evangelio. En la literatura en idioma castellano tenemos los ejemplos del arcipreste de Hita, el Canciller Ayala, Fernando del Pulgar, el autor del Libro de Alexandre, Fernán Pérez de Guzmán...
En la Edad Moderna se critican los pecados de la lujuria, la holgazanería y la avaricia. Lope de Vega, Tirso de Molina, Mateo Alemán, Cervantes... clamaron contra los excesos del clero. Muchos de los refranes anticlericales surgieron de esa época. 
En el siglo XVIII -el siglo de la Ilustración, siglo de las Luces- el racionalismo se plantea como ideología contraria a muchos de los principios tradicionales defendidos por la Iglesia. Se defiende un modelo de Estado contrario a los intereses y privilegios eclesiásticos. Samaniego, en sus fábulas, satirizaba al clero. Empieza a cuestionarse el poder económico de la Iglesia, la preeminencia social de los eclesiásticos, su influencia en la educación y la cultura, su injerencia en la vida pública y en la vida política. Se llegó a rechazar, incluso, toda manifestación externa de religiosidad. 
En pleno proceso de la revolución liberal-burguesa es cuando nace la segunda etapa del anticlericalismo español. Ya en la Guerra de la Independencia aparecen los primeros brotes del anticlericalismo social. La banda del Boquica en Cataluña, que asaltaba conventos; los enfrentamientos entre la Junta de Sevilla y el Arzobispado...  Tras el Trienio Liberal Fernando VII empieza una represión contra los liberales, apoyada por la Iglesia. En el Trienio se abolieron las exenciones fiscales de la Iglesia, se suprimió la orden de los jesuitas y se vendieron sus bienes. La mayoría del clero se decantó hacia la defensa del absolutismo frente al liberalismo. En este enfrentamiento se socializaron los valores clásicos del anticlericalismo español, añadiendo los principios del liberalismo: igualdad antela ley, soberanía nacional y, más tarde, la separación entre la Iglesia y el Estado. 
En esa época del Trienio Liberal se produjeron las primeras muertes de frailes en Cataluña, en 1822, a manos de liberales exaltados. 
La llegado del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis acabó con el Trienio y comenzó un nuevo episodio de represión contra los liberales hasta la muerte del infame Fernando VII. Al inicio de la Regencia de María Cristina buena parte del clero se vinculó al carlismo o bien defendió posturas muy conservadoras. 
En julio de 1834 de produjo una matanza de frailes en Madrid. Este suceso tenía mucho de motín de subsistencias, no vinculado tanto a la escasez de pan como a la de agua potable en plena epidemia de cólera. El objetivo de la violencia fue el clero, al que se le hacía responsable del envenenamiento del agua y de la expansión de la epidemia. En aquellos difíciles momentos de la epidemia, desde muchos púlpitos se había explicado que los males que azotaban a la capital de España eran fruto de la cólera divina en castido por la deriva política hacia el liberalismo. Entre las clases populares urbanas calaron los valores del anticlericalismo. La realidad social era interpretada como resultado de las actividades perniciosas del clero: holgazanería, lujuria, avaricia, engaño y hasta el recurso del asesinato. (Montagut) 
Durante el resto del reinado de Isabel II y en el Sexenio Democrático, la Iglesia sufrió las fuertes críticas del liberalismo progresista, del liberalismo democrático y, posteriormente, del republicanismo. La legislación socavó su poder -desamortizaciones, por ejemplo, la abolición del diezmo o la supresión de órdenes religiosas. 



Imagen 22. Caricatura de 1870 sobre la relación del carlismo con el clero. Revista satírica La Flaca. 





El acoso de la prensa liberal hacia la Iglesia fue muy constante, al identificar a la institución con el absolutismo. En cambio, el liberalismo moderado sería más sensible hacia la causa eclesiástica. De hecho, en la Década Moderada -mayo de 1844 a julio de 1854- se firmó el Concordato de 1851, que vinculó económicamente a la Iglesia con el Estado, estableció que la religión católica era la única de la nación española y se hacía obligatoria la enseñanza de la religión. 

Precisamente estos tres privilegios eclesiales potenciaron más el anticlericalismo del resto del liberalismo y de la izquierda naciente, así como del de naturaleza popular. 

Con la llegada de la Restauración la Iglesia obtuvo más privilegios en pago a su apoyo al sistema político. De este modo la institución consiguió un papel preponderante en lo económico y en lo social hasta la llegada de la II República. En 1919 la Iglesia consigue que España se adscriba al culto al Corazón de Jesús. Entre la prensa y sectores de opinión más progresista y republicana, el anticlericalismo tomó un evidente protagonismo. Entre 1898 y 1910 la cuestión religiosa adquirió una gran preponderancia en el debate y confrontación política. En 1909 se produjo la Semana Trágica en Barcelona con quema de numerosos conventos e iglesias. La Iglesia se convirtió en el blanco de la tensión acumulada: paro obrero en el sector textil y envío de los reservistas a Marruecos. Un sector revolucionario interpretó la situación desde una perspectiva anticlerical. Al llegar Canalejas al poder se produjo un nuevo enfrentamiento entre las posturas anticlericales y la Iglesia, a raíz de la Ley del Candado, que limitaba la instalación de órdenes religiosas. En esta época el anticlericalismo tendría a Alejandro  Lerroux, Luis Morote y a Nakens -y, anteriormente, Ruiz Zorrilla- a sus máximos exponentes. 

La Dictadura de Primo de Rivera supuso un paréntesis de la actividad anticlerical, aunque algunas críticas a la Iglesia se deslizaban en la prensa, como en el caso de los artículos de Luis Tapia. 

Al poco tiempo de proclamarse la II República se quemaron algunos conventos en Madrid, Sevilla, Granada, Málaga y otras localidades levantinas. En el caso de Madrid, al parecer, fueron producto de una minoría, aunque no se puede decir lo mismo para el caso andaluz. La derecha y los sectores católicos acusaron a las autoridades republicanas de no haber contestado con contundencia a estos atentados. Pero el principal problema entre los católicos y la República partió de la legislación laica: separación de la Iglesia y del Estado, ley del divorcio, enseñanza laica, secularización de los cementerios y disolución de la Compañía de Jesús. La Iglesia se enfrentó con contundencia a todas estas leyes y a los gobiernos, excepto en la época del bienio del centro-derecha. La Iglesia seguía defendiendo la teocracia frente al laicismo de la República. La prensa anticlerical floreció en esta época. Algunos periódicos fueron muy significativos como "Fray Lazo".  También aparecieron películas anticlericales. El anticlericalismo se extendió, tanto entre amplios sectores sociales, como en la clase política republicana, ya que casi todos los líderes, en mayor o menor medida, fueron muy críticos con la Iglesia. 

Entre febrero y abril de 1936 volvió a resurgir el fenómeno de la quema de edificios religiosos que habían sufrido bastantes ataques ya en 1931. En la guerra civil se dieron numerosos casos de asesinatos de clérigos en el lado fiel a la República, especialmente, pero no únicamente -recordemos los curas vascos fusilados por el franquismo-. Por otro lado se confiscó gran parte de los bienes de la Iglesia en la zona republicana. 

Durante la dictadura franquista, tan identificada con la Iglesia, el anticlericalismo no tuvo medios de expresión en la vida política o social española. Lo podemos ver en los medios de comunicación del exilio, como en las radios antifranquistas desde Francia. Pero el desarrollo económico y social de los años sesenta trajo un modelo cultural que se fue alejando, con gran rapidez, del modelo teocrático o nacional-católico. España entró en la sociedad de consumo y la sociedad se secularizó con nuevas preocupaciones alejadas de las cuestiones religiosas. Como el clericalismo iba perdiendo fuerza, también disminuyó el anticlericalismo. (Montagut)



 Imagen 23. Curas vascos presos en la cárcel de Carmona tras la Guerra Incivil. Imagen de la Fundación Sabino Arana. 




En la actualidad es tal la secularización de la sociedad española que incluso muchos de los más ardientes defensores de lo clerical abominan en su vida personal de seguir los mandamientos eclesiales. No todos, evidentemente, pero si miramos las variadas cúpulas políticas nos encontraremos múltiples y variados ejemplos. Debemos repetir: las generalizaciones son perversas. En este caso la perversión habría que buscarla en otro lado. 






Comentarios

Entradas populares